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Crítica: Plácido Domingo vuelve al Metropolitan de Nueva York con 'Simon Boccanegra' en el adiós de James Levine

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Autor: Pedro J. Lapeña Rey
21 de abril de 2016

NOCHE DE EMOCIONES

Por Pedro J. Lapeña Rey
Nueva York. Metropolitan Opera House16/4/2016. Simon Boccanegra (Giuseppe Verdi / Francesco Maria Piave, revisado por Arrigo Boito, sobre un texto de Antonio García Gutiérrez). Plácido Domingo (Simon Boccanegra), Joseph Calleja (Gabriele Adorno), Lianna Haroutounian (Amelia Grimaldi), Ferruccio Furlanetto (JacopoFiesco), Stephen Gaertner (Paolo Albani). Dirección Musical: James Levine. Dirección de escena: Giancarlo del Monaco.

   Esta serie de cinco funciones del Simon Boccanegra verdiano empezaron el pasado 1 de abril. El día 3, Anthony Tommasini, el redactor jefe de la sección de música del New York Times y pope de la crítica neoyorkina, levantaba la polémica cuando en su crítica sobre la función inaugural, se preguntaba sin tapujos, cuál debe ser el momento de la retirada de un gran artista. La mayor parte del artículo se refería a James Levine, pero más adelante, incidía también en el cantante Plácido Domingo. El día 14, el MET emitía un comunicado anunciando que James Levine se retirará de la dirección musical del teatro al final de esta temporada para pasar a partir de la próxima a la posición de Director Emérito. Tras ello, la primera aparición del Sr. Levine en el podio fue en la función que asistimos, el día 16.

   ¿Cómo se ha llegado hasta aquí? Comenzamos por el caso del director americano. No es la primera vez que se habla de la retirada de James Levine. Tras los problemas de salud que le forzaron a estar un par de años fuera de juego, volvió en septiembre de 2013. Tras dos temporadas más o menos normales, en octubre de 2015 volvieron los problemas. En octubre pasado, el MET tuvo que buscar a toda prisa un sustituto para el estreno de la producción de Lulu de Alban Berg, ya que no se sintió con fuerzas para compaginar la preparación de este estreno con las funciones de Tannhäuser. En diciembre aún dirigió de manera no muy brillante un Murciélago de Johann Strauss que tuvo muy poco de vienés. En febrero, tras cancelar un concierto con la Orquesta de Philadelphia, volvió a salir a la palestra cuando se filtró que podría seguir dirigiendo gracias a un cambio en la medicación que recibe para su enfermedad de Parkinson. Tras esto, solo le quedaba para el resto de la temporada este Simon, y el Rapto del Serrallo mozartiano, además de la serie de 3 conciertos con la orquesta en el Carnegie Hall en mayo. Tras la primera función de Simon, la crítica de Tommasini. No hay información oficial más allá de la nota de prensa mencionada arriba, pero nos han llegado comentarios sobre que ha sido el Director General del MET, Peter Gelb, quien ha “invitado” al Sr. Levine, quien no quería dimitir, a tomar la decisión.

   Con respecto Plácido Domingo, no es la primera vez que Anthony Tommasini se manifiesta así. En una decisión que pocos comprendimos, la temporada pasada, el cantante español subió a las tablas del MET el personaje del Emperador Carlos V en la ópera Ernani. Es un papel para un barítono spinto, muy lejano a la capacidad del gran cantante español. Un servidor le vio sufrir como nunca, y los resultados fueron bastante decepcionantes. Afortunadamente, el Sr. Domingo no ha vuelto a incidir en este papel. Tommasini, en su crítica de aquella función, ya se preguntaba si no era el momento del adiós para evitar que esta última época empañara la carrera de un cantante legendario. En la crítica sobre Simon, reconociendo que es un papel protagonista donde el Sr. Domingo ha dado mucho más de sí, señalaba virtudes y defectos habidos en la representación, y reiteraba que no hay ni ha habido ningún otro caso en que un cantante siga en el candelero a ese nivel con 75 años, algo que no es normal. También explicaba que el cantante volvería el año próximo con Nabucco dado que el público sigue rendido a sus pies.

   Hasta aquí los antecedentes. Ahora vamos con la función. Como era de esperar, no fue una noche normal. Sobresalió el componente emotivo. Al comenzar, cuando el foco iluminó a James Levine, todo el patio de butacas, puesto en pié, le ofreció una de las recepciones más ruidosas que uno ha podido ver en un teatro. Cerca de dos minutos de aplausos, vítores y bravos. No hay duda de que el público neoyorquino le adora. Una titularidad de 40 años implica que muchos aficionados no conocen otro director musical del MET. Para explicar un poco la conmoción, mencionar a modo de ejemplo el mensaje que Alan Gilbert, el Director de la Orquesta Filarmónica de Nueva York, publicó en su cuenta de Twitter al conocer la noticia: “Guauuu….aun asimilando la noticia de la inminente jubilación de Levine. No es solamente el fin de una era. Es el fin de LA era”. Al terminar la función, los bravos y aplausos retornaron, y todos los cantantes se sumaron al homenaje.

   Sin embargo, a juicio del firmante, si nos abstraemos del componente emotivo, la función fue algo decepcionante tanto desde el punto de vista musical como canoro.

   James Levine, visiblemente emocionado resaltó de principio a fin la belleza de la partitura verdiana, cuidó con mimo a los cantantes, concertó con conocimiento y puso brío en ciertos momentos. Pero estas virtudes, que pueden servir para obras del primer Verdi, no son suficientes aquí. Hubo poco juego de dinámicas, poco refinamiento tímbrico y el sonido, brillante, fue más un fin en sí mismo, que un medio para sobre el que la escena fluyera.

   La soprano armenia Lianna Haroutounian, fue una digna Amelia Grimaldi. La voz es interesante en los registros medio y superior, donde las notas altas son potentes y timbradas. El registro grave por el contrario es bastante pobre, y el fraseo no es elegante, más bien algo vulgar. El canto casi siempre en forte, con dificultades evidentes para regular el sonido.

   Con el tenor Joseph Calleja como Gabriele Adorno, bajamos algunos peldaños. La voz tiene un atractivo indudable, luce cálida, mediterránea y demuestra una cierta elegancia en el canto. Es el tipo de voces que gustan al público americano. Y ahí se acaba lo bueno. El fraseo es completamente plano. A los dos minutos de oírle ya estás pensando en otra cosa, no hay ni ímpetu ni gracia, ninguna variación, todo en mezzoforteforte, y además con un vibrato molesto. En cuanto sube al agudo en piano, la voz se “afalseta”. Su aria del segundo acto pasó con más pena que gloria, a pesar de los aplausos del respetable. En fin, un ejemplo de tenor con material interesante de partida que se queda en poco o muy poco.

   Con el bajo italiano Ferrucio Furlanetto, el problema es el contrario. Sus tablas y dominio escénico son indudables. De hecho sabe cómo impresionar con sus notas graves, como en el prólogo o en la escena final. Pero la voz, totalmente desguarnecida, es opaca y oscilante, gutural, lejos de cualquier tono atractivo al oído. Desde el primer “Fiesco” que le vi en 2003, se nota que los años no pasan en balde y cada vez suena peor. En cualquier caso, y si te abstraes de su estado vocal, es capaz de hacerte disfrutar escénicamente, y cuando le ves te recuerda que la ópera no solo es canto sino también teatro.

   El bajo americano Stephen Gaertner sustituyó al inicialmente anunciado Brian Mulligan. Hizo un digno Paolo, mejor en el segundo y tercer acto que al inicio.

   Dejo para el final a Plácido Domingo. Afortunadamente, la noche fue bastante mejor que en el Ernani mencionado antes. Es increíble como aún puede pisar un escenario e impactar en el público como lo hace él. Dentro de su “segunda” carrera como barítono, Boccanegra es realmente el papel que le recordaremos. Sin cuajar una de sus grandes noches, ya que no estuvo bien de voz, fue el único intérprete puro sobre el escenario. En el primer acto, funcionó. Estuvo muy bien en el dúo con Amelia, a pesar de que su voz, que sigue siendo de tenor, no contrastara lo suficiente con la soprano. La posterior escena del Consejo, fue lo mejor con diferencia de la noche. Con su “E vogridando: pace!, E vogridando: amor!” nos puso los pelos como escarpias. Su diálogo posterior con Paolo Albani fue el epílogo imponente de la ópera que se oyó la otra noche en el MET. En los dos actos finales, a la voz le costaba timbrar, aunque cuando lo conseguía, valía por todo lo que sonaba alrededor. La escena final de los dos “abuelos”, Furlanetto y él, a falta de voces, fue de una tremenda intensidad y dramatismo, entre dos veteranos para los que el escenario no tiene secretos.

   Cuando cayó el telón, las emociones se desbordaron. El público aplaudió y braveó a los cantantes, bravos que se incrementaron casi hasta el paroxismo cuando salió el Sr. Domingo. Pero esta noche, era también la noche de James Levine. El público y el resto de intérpretes lo reconocieron así dedicándole las mejores ovaciones.

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