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Crítica: «Excesivo Bieito». «Plameny» - «Llamas» de Erwin Schulhoff en la Ópera de los Estados de Praga

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Autor: Pedro J. Lapeña Rey
28 de noviembre de 2022

Crítica de Pedro J. Lapeña Rey de la ópera PlamenyLlamas en la Ópera de los Estados de Praga, con dirección escénica de Calixto Bieito

Crítica de «Plameny» - «Llamas» en la Ópera de los Estados de Praga

Los excesos de Calixto Bieito reducen el protagonismo de la música de Schulhoff

Por Pedro J. Lapeña Rey
Praga, 17-XI-22, Praga Národní divadlo - Státní Opera. PlamenyLlamas (Erwin Schulhoff / Karel Josef Beneš).Denys Pivnitskyi (Don Juan), Tone Kummervold (La muerte), Victoria Khoroshunova (Donna Anna/una monja/una mujer), Tamara Morozová (Margarita), Jan Hnyk (el comendador), Michal Marhold (Arlequín), Jaroslav Patočka (Pantalón), Vit Shantor (Pulcinella), Magdalena Heboussová, Tamara Morozová, Yukiko Kinjo, Stanislava Jirků, Veronika Hajnová, Kateřina Jalovcová (Sombras). Orquesta y coro de la Státní Opera. Dirección Musical: Jiří Rožeň. Dirección de escena: Calixto Bieito

   Como mencionábamos en la reseña de Verlobung im traum de Hans Krása, Erwin Schulhoff fue otro de los músicos considerados degenerados por el régimen nazi. Nació en Praga en 1894 en el seno de una familia judía alemana, y sus estudios musicales fueron apadrinados por Antonín Dvorak. Continuaron en Viena, Leipzig y Colonia, y en la segunda década del S. XX comenzó una interesante carrera como concertista de piano truncada en parte por la Primera Guerra Mundial en la que cayó prisionero en Italia. Tras la guerra retomó su carrera de pianista y abanderó el dadaísmo. Y lo más importante, empezó a dedicar más tiempo a la composición completando un extenso catálogo con 8 sinfonías, un ballet -La bella durmiente-, numerosa e interesante música de cámara, y bastantes obras para piano solo, que alcanzaron un éxito considerable y llevó a que nombres míticos como Vaclav Talich, Ernest Ansermet o Erich Kleiber integraran varias de sus obras en sus repertorios. Pero su indisimulada significación política, que ya le trajo problemas en los años 30 cuando su carrera fue yendo a menos, y sus orígenes judíos no eran buenas cartas de presentación ante el ascenso del nacional socialismo al poder y su anexión de Checoslovaquia en 1939. Intentó exiliarse en la Unión Soviética pero el visado no llegó a tiempo, y tras caer prisionero en 1941, fue encerrado en la prisión de la fortaleza de Wülzburg, muriendo de tuberculosis un año después.

   Plameny-Llamas es una de las óperas más innovadoras y audaces del siglo XX y sin duda su obra más ambiciosa. Basada en el mito de Don Juan, inspirador de genios de la literatura y de la música como Tirso de Molina, Mozart, Da Ponte o Lord Byron, el dramaturgo checo Karel Josef Beneš le dio una vuelta de tuerca. Don Juan, cansado de conquistar miles de mujeres, y después de disfrutar de todos los placeres de la vida, está saturado y quiere reformarse. Se decide a terminar con sus actividades libertinas, pero su fama le precede y ahora son las mujeres las que le quieren y le acosan, buscando un placer que sólo él puede darles. Quiere suicidarse para terminar con todo, pero no lo consigue. Su encuentro con la muerte -otra mujer que quiere estar con él- no le redime. Su condena por toda una vida pecaminosa es seguir viviendo y sufriendo eternamente en la tierra. No hay descanso para él.

   Schulhoff terminó de componer la ópera en 1929 y tras varios intentos fallidos, se estrenó en Brno en 1932 en su versión checa de la mano de otro director legendario, Zdenek Chalabala. La obra era demasiado rompedora para aquellos momentos y el estreno fue un fracaso. Erich Kleiber tampoco la pudo estrenar en Berlín, y su editorial no la quiso publicar. Tras años y años de olvido, su interpretación en Berlín en 1994, en la versión alemana de Max Brod, y la posterior grabación de Decca con Lothar Zagrosek, dieron pie a nuevas producciones de la obra en la Ópera de Leipzig en 1995, en el Theater an der Wien en Viena en 2006, y en el Pfalztheater de Kaiserslautern en 2008. Pero la versión original en checo de Beneš nunca se ha vuelto a representar, por lo que esta producción en el Teatro de los Estados -el antiguo Teatro de los alemanes- no solo supone su estreno en Praga, sino que se pueden considerar sin duda un auténtico reestreno de la obra 90 años después. La producción, estrenada el pasado mes de junio, ha viajado a Brno tres días después de esta función para cerrar el Festival Janacek, con lo que la obra ha vuelto a su vez al escenario de su estreno en 1932. La coincidencia en fechas con el concierto de Klaus Makela en Viena nos obligó a hacer encaje de bolillos y venirla a ver a Praga tres días antes.

   El libreto no tiene una trama clara, y más allá de él, es la música la que te guía a través de sus once escenas repartidas en dos actos. En ellas, Don Juan seduce/es seducido por varias mujeres de todos los estratos sociales, una monja, la Margarita del Fausto, o la muerte hecha mujer. El encuentro con Doña Ana es en la fiesta de la noche de Carnaval, con Arlequino, Pantalón y Pulcinella -aquí un travesti-. Don Juan mata al comendador y ella se suicida. La maldición del comendador le condena a vivir para siempre y él también se suicida, pero en vez de morir, se transforma en un hombre aún más joven. Con estos mimbres, y la presencia de Calixto Bieito en la dirección escénica, el resultado era previsible. Asesinatos, suicidios, sexo y lujuria por doquier, sangre por todo el escenario, y un coche fúnebre que cae del techo del escenario con una persona crucificada en su interior. 

   Sin embargo, todos estos excesos esconden un problema de origen. Cada escena de la obra ocurre en un lugar determinado, con su ambiente y sus distintos elementos característicos, llenos de aspectos simbólicos y del surrealismo que desprende la obra. Sin embargo, Calixto Bieito y su escenógrafa Anna-Sofia Kirsch nos envuelven toda la caja del escenario en plástico negro -el típico de las bolsas de basura- en el que sucede todo. Los distintos personajes van rompiéndolo, haciendo agujeros para salir a escena, y al final solo distingues las escenas por el vestuario -mas propio de tribus urbanas que de un tema clásico como Don Juan- de los intérpretes. Asistimos a una imagen tras otra enmarcadas de manera similar, que como habitualmente sucede en las producciones del director burgalés, buscan epatar al espectador y poco más. Al final todo es totum revolutum. Entre pieles de osos, un enorme venado disecado, cuernos de macho cabrío o un pobre antepasado de Don Juan, encorvado y completamente decrépito, Bieito nos obsequia con una colección de imágenes muchas de ellas con una gran fuerza visual, la mayor parte de ellas con interacción física salvaje y un gusto discutible y grotesco, en la que no falta una provocación con otra. Orgías de sexo y violencia donde Bieito se encuentra como pez en el agua. En él todo es excesivo y aquí no lo iba a ser menos. La escena sexual con la monja aparentemente embarazada de la que sale una sandía que una vez hecha trozos se restriegan con frenesí, o la del segundo acto donde tras matar al comendador con una pala, Doña Anna y él se echan un tubo de pintura con la que se embadurnan de rojo entre todo tipo de contactos, son meros ejemplos de lo que vimos. 

   Musicalmente hablando, la función fue por otros derroteros. La música de Schulhoff suena vanguardista pero fuera de la atonalidad que en aquellos años empezaba a propagarse por Europa. Su mundo es tonal. Su riqueza cromática y la orquestación densa y opulenta beben directamente de Mahler, Zemlinsky o Schreker. Su radicalidad nos recuerda a Leos Janacek aunque con un lenguaje menos personal, y la tímbrica singular llena de momentos sensuales -no todo es violencia- es muy atractiva. Y por supuesto, también encontramos esa música popular de cabaret o de jazz que ya recorría Europa, y Schulhoff utiliza una y otra vez en sus composiciones. Bien es verdad que por momentos la música parece ir por un lado, y la escena por otro, como si estuviéramos en un gran fresco sinfónico en el que se imbrica la escena.  

   El joven director Jiří Rožeň fue el catalizador de la función. El trabajo concienzudo, la precisión en los ataques y el acompañamiento preciso a los cantantes fueron solo una pequeña parte de su buen hacer. También, como no, las exquisitas transiciones orquesta-banda de Jazz que estaba situada al fondo del escenario, entre los plásticos negros. La orquesta de la Státni Opera mostró su gran calidad tocando de manera muy compacta y conjuntada, sobresaliendo en sus numerosas intervenciones solistas. A destacar sin duda la preciosa introducción y cierre de la flauta, y el colorido y profundidad que Jiří Rožeň consiguió en los espléndidos interludios, claros ejemplos de la rica orquestación de Schulhoff. 

   El papel de Don Juan pide un tenor dramático donde los haya. Necesita voz de tamaño considerable para bregar contra la opulencia orquestal, un nivel técnico considerable y un registro agudo de gran nivel ya que la escritura es inclemente con visitas continuas a la zona de paso, y una resistencia a prueba de bombas ya que se pasa las dos horas sobre el escenario. El tenor ucraniano Denys Pivnitskyi exhibió una voz broncínea de timbre casi baritonal, con un timbre potente y con un registro agudo fácil, mas conseguido que el medio o el grave. Y su resistencia física no solo se notó en el aspecto vocal, llegando con suficiencia a la parte final de la obra, sino sobre todo en su caracterización del personaje, donde hizo todo lo que el Sr. Bieito le pidió. Será interesante verle en otros papeles más líricos para ver si confirma las buenas sensaciones que dejó.  

   En la parte femenina del elenco destacó la mezzosoprano noruega Tone Kummervold, de voz homogénea en todos los registros, en el omnipresente papel de La muerte, perfectamente delineado, y muy bien cantado. La soprano ucraniana Victoria Khoroshunova tuvo una noche excelente desde el punto de vista escénico. De imponente presencia, fue el partenaire ideal de Denys Pivnitskyi en su triple papel de mujer, monja y Donna Anna, donde no escatimó esfuerzo físico para las escenas de mayor contenido erótico como las mencionadas de la sandía o de la muerte del comendador. Algo más justa en el plano vocal, con un buen registro agudo, con color, buen caudal y agudos penetrantes, pero con los registros medio y grave desguarnecidos. También notable la soprano Tamara Morozová en el papel de la Margarita de Fausto, con una voz cristalina y que aprovechó sin duda su breve papel. Escénicamente todos estuvieron a gran nivel.

   El resto de los comprimarios -Jan Hnyk como el comendador, Michal Marhold como Arlequín, Jaroslav Patočka como Pantalón, y Vit Shantor como Pulcinella- cumplieron sobradamente creando los “atractivos” personajes que definió el Sr. Bieito, y una mención especial también a las 6 sombras, ese coro femenino que a modo de coro griego nos va comentando la trama.

   El público que llenaba aproximadamente la mitad de las localidades -hubo deserciones durante la función- aplaudió con fuerza al final. La producción está nominada al premio a la mejor producción del año en los International Opera Awards que se van a dar en el Teatro Real el día 28. Veremos su suerte en los mismos, pero a pesar del interés que ha despertado la recuperación de esta singular obra, y lo conseguido desde el punto de vista musical, los excesos gratuitos del Sr. Bietio no obtendrían mi voto si estuviera en el jurado. 

Fotos: Zdeněk Sokol, Serghei Gherciu

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