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Crítica: Brezza debuta con éxito en el FIAS 2021 de Cultura Comunidad de Madrid

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Autor: Mario Guada

El trío formado en Basel debutó en el festival madrileño para ofrecer un programa inteligente y bien concebido que sirvió para recuperar un arte ya casi en desuso y demostrar la brillante proyección internacional de este joven conjunto.

El arte de preludiar y de honrar lo galante

Por Mario Guada | @elcriticorn
Madrid. 09-III-2021. Basílica de San Miguel. FIAS 2021 [XXXI Festival Internacional de Arte Sacro de la Comunidad de Madrid]. El arte de preludiar. Obras de Franz Benda, Jacques Morel, Johann Joachim Quantz, George Frideric Handel, François Couperin, Jean-Marie Leclair, Karl Friedrich Abel y Jean-Philippe Rameau. Brezza: Pablo Gigosos [traverso barroco], Marina Cabello [viola da gamba], Teun Braken [clave].

El nombre Preludio se explica por sí mismo, y es así generalmente bien conocido, de tal forma que no requiere de definición alguna.

Jacques-Martin Hotteterre: L’art de Preluder sur la Flûte Traversiere, Sur la Flûte-a-bec, Sur le Haubois et autre Instruments de Dessus [Paris, 1719].

   ¿Es posible recuperar prácticas instrumentales, reconocidas como históricamente veraces, que estén hoy día prácticamente en desuso? Esta es, quizá, la premisa sobre la cual se sustenta el programa que el trío de cámara Brezza, con sede en la ciudad suiza de Basel y conformada por dos integrantes españoles y un holandés, presentó en el FIAS 2021 de la Comunidad de Madrid, lo que supuso además su debut en dicho festival. El arte de preludiar, título de dicho programa, no es otra cosa que recuperar la práctica de preludiar, es decir, realizar algunas breves improvisaciones previas a la interpretación de una pieza concreta, como manera de calentar, afinar y prepararse para la composición en cuestión. Este, que era un arte muy habitual a lo largo de los siglos XVI a XVIII, continúa arraigado hoy día, pero prácticamente circunscrito a los intérpretes de tecla y en cierta medida en los tañedores de instrumentos de cuerda pulsada, pero se ha perdido de forma prácticamente total entre los intérpretes de instrumentos melódicos, representados aquí por el traverso barroco y la viola da gamba. Pero, además, El arte de preludiar se concibe como una narrativa musical, un programa en el que, por medio de la selección de movimientos de obras más amplias, se cuenta una historia, en este caso inspirada en las andanzas de Segismundo a través de la mirada de Pedro Calderón de la Barca (1600-1681) en La vida es sueño [1636]. Dicen los propios intérpretes, al respecto de ello lo siguiente: «El príncipe Segismundo, hijo del rey Basilio de Polonia, es, en este programa, el músico que lleva a cabo una fantasía. El preludio nos permite movernos de una tonalidad a otra con elocuencia y sentido, dejando al músico decidir qué camino quiere tomar y cómo quiere llegar desde su origen a su destino. El momento en el que Segismundo regresa a palacio sin tener plena consciencia de quién es realmente y creyendo que todo es un sueño, ese momento, decimos, es el momento que el músico debe evitar. Los Preludios no están predestinados, la interpretación de los preludios no debe responder a ese falso libre albedrío que no funciona, porque en ellos no es todo estrictamente improvisado, hay unas reglas de base que un músico debe conocer y debe tener en cuenta si no quiere caer en el caos, en el sueño sin sentido, en lanzar a un sirviente por una ventana sin tener importancia, porque, al fin y al cabo, las acciones tienen consecuencias».

   La práctica de preludiar se inspira en un tratado concreto, en el caso de Brezza, L’art de Preluder sur la Flûte Traversiere, Sur la Flûte-a-bec, Sur le Haubois et autre Instruments de Dessus [Paris, 1719], firmado por el compositor y flautista francés Jacques-Martin Hotteterre (1673-1763), el miembro más célebre de una importante familia gala de compositores, instrumentistas y constructores de instrumento. Conocido como «le Romain», por su gusto por la música italiana y los distintos arreglos que realizó de compositores italianos, en su tratado, además de explicar que existen dos tipos de preludios y qué suponen los prélude de caprice, incluye un apartado para tratar algunas de las diversas ornamentaciones [agréments], además de ejercicios para entrenarse en los instrumentos melódicos agudos [dessus], tratando otros aspectos teóricos de importancia como los principios de modulación y transposición o los distintos tipos de especies de compases y medidas. Un método muy completo, que sin duda ha sido muy bien plasmado en la actualidad por estos tres intérpretes, reviviéndolo en una suerte de inspiración artística reflexiva y razonada, pero a la vez repleto de frescura y libertad interpretativas.

   Fue, como digo, una propuesta inteligente, reflexiva, novedosa y de enorme interés la presentada aquí por Pablo Gigosos [traverso barroco], Marina Cabello [viola da gamba] y Teun Braken [clave], que además utilizar diversas formaciones escénicas según el tipo de roles que presentara cada uno de ellos en la interpretación: cuando las obras era de tipo solista, con el traverso como protagonista, el intérprete si situaba de pie; cuando las obras era en un formato en el que tanto traverso como viola presentaban un rol solista compartido, el traverso si situaba sentado, el nivel de sus compañeros. Incluso, retomando una muy poco habitual formación –pero sustentada por informaciones de la época que dan fe de su práctica–, traverso y viola da gamba si situaron en torno al clave para acompañar a este en una pieza cuyo protagonismo era muy marcado, más allá del carácter general de continuista de la mayor parte de la velada.

   Configurado en tres jornadas, cada una de las cuales narra un episodio de la historia de Segismundo, la primera de ellas estuvo protagonizada por dos compositores netamente distintos, como son František Benda (1709-1786), a través de dos movimientos de su Sonata en mi menor, y Jacques Morel (1700-1749), representado por la Chaconne en trío en sol mayor, pieza que cierra su Prèmier Livre de pièces de violle [Paris, 1709] y publicada como parte del breve tratado Défense de la basse de viole contre les enterprises du violon et les prétentions du violoncelle [1740], firmado por Hubert Le Blanc. Desde el inicio se reflejó el refinado trabajo en la elaboración de los preludios, comenzando por el traverso de Gigosos, que desarrolló una línea de sonido cuidado y límpido, buen control del aire y un fraseo de sutilezas, lo que refrendó al atacar la sonata de Benda, en la que los tres intérpretes demostraron su profunda complicidad, dejándose cada uno de ellos el espacio suficiente para poder resonar con la independencia justa, pero siempre dentro de los márgenes de un pulido sonido grupal, todo ello a pesar de que las condiciones acústicas de esta iglesia, cuya nave presenta unas dimensiones y altura enormes. Interesante trabajo en las dinámicas, contrastando de forma muy expresiva las dinámicas altas y bajas. Elegante sonido del clave en su acompañamiento en el Arioso un poco allegro, con Teun Braken elaborando un bello y expresivo discurso sobre los dos teclados del «Grand ravalement» construido por Rafael Marijuán e inspirado en un modelo Ruckers. Gran sincronización entre el trío, haciendo uso además del silencio para aportar gran teatralidad a su interpretación. Vibrante virtuosismo en el Presto conclusivo, articulando notablemente para favorecer un mayor entendimiento de la línea, así como del continuo. Cambio de registro con un Morel –anticipado por un muy refinado preludio en el clave presentando con sutileza el ostinato que sostiene una chacona– de resonancias francesas protagonizadas por la viola da gamba, su instrumento, construyendo aquí una sonata en trío muy a la francesa, con traverso como compañero de aventuras de bajo de viola y el clave elaborando el continuo –manteniendo además la plantilla original de Morel, quien planteaba que la línea del traverso podría ser sustituida bien por un violín o bien por otra viola da gamba–. Luminosa imbricación entre los tres integrantes de Brezza, brillando sobremanera los dúos concebidos para traverso y viola, sin clave –excelsa la afinación en los pasajes de escritura paralela entre ambos instrumentos melódicos–. La exigencia técnica muy notable, especialmente para la viola, fue resulta con brillantez y magnífica profundidad de sonido por Marina Cabello, incluso en los siempre complicados pasajes en el registro agudo –muy bien resuelta la afinación en ellos–. Un cierre de gran nivel para una primera jornada que dejó sensaciones muy interesantes.

   Johann Joachim Quantz (1697-1773), con su Sonata en sol mayor n.º 273, George Frideric Handel (1685-1759) con su Sonata en mi menor para traverso y continuo, HWV 375, segunda de las conocidas como Halle Sonatas, y François Couperin (1678-1733), representado en el Quatorziéme Concert et dernier de cét ouvre, extraído de sus Les goûts-réünis, ou Nouveaux concerts [Paris, 1724], protagonizaron la segunda jornada. Planteamiento similar, contrastando estilos y estéticas diversas, de lo galante, protagonizado por Quantz, pasando por una visión más italianizante de la sonata con continuo, en manos de Handel, y concluyendo de nuevo con claro saber francés, merced a Couperin. De nuevo preludio inicial en el traverso para dar paso con elegancia a uno de los máximos representantes del instrumento en la historia, el alemán Quantz, cuyo Presto ma fiero de la Sonata n.º 273 fue presentado con un elaborado trabajo sobre las dinámicas, con el clave desarrollando su línea de forma notablemente imaginativa, aunque hubo que lamentar aquí algo de falta de equilibrio sonoro grupal, con la viola en un segundo plano excesivo. Mucha musicalidad e ideas frescas, que impactan en el oyente –conocedor o no de la música–. El Adagio de la sonata «handeliana» fue interpretado con un fraseo de exquisita elegancia en traverso, cuidando mucho la emisión, ayudado por el clave en registro de laúd que aportó un refinado color, además de una gran expresividad sonora en la viola. Bien perfilado el carácter ternario del Minuet, contrastando entre la firmeza –de cierta flexibilidad– ejecutada por el continuo y la ondulante línea solista, inteligentemente ornamentada por Gigosos. Para finalizar, la Sarabande del concierto XIV de Couperin –concebido por un instrumento agudo y continuo– llegó precedida de un expresivo preludio de gran lirismo en la viola, antes de dar paso a una Sarabande interpretada con Gigosos ejecutando la melodía y Cabello el acompañamiento, ambos logrando un refinamiento sonoro impactante, asumiendo con solvencia el lenguaje francés siempre muy particular y exhibiendo un trabajo en entradas, fraseos e inflexiones dinámicas realmente orgánico entre ambos.

   El último bloque [jornada] estuvo protagonizado por dos compositores franceses, como Jean-Marie Leclair (1697-1764) y Jean-Philippe Rameau (1683-1764), además del alemán Karl Friedrich Abel (1723-1787). Del primero, conocido como el más italiano de los franceses, se interpretó una Sarabande extraída de Sonata III en re mayor, precedida de otro profundo preludio en la viola. El inicio llegó definido con meridiana diafanidad en la escritura imitativa de las partes, tanto en su carácter como en sonido, haciendo brillar como pocas veces en la velada a los tres componentes por igual. Sutiles ornamentaciones en líneas melódicas, solvente elaboración del pasaje de dobles cuerdas en la viola y gran firmeza en el sonido del clave, con un Braken que lució su convincente concepción del continuo, aligerando y engrosando la densidad textural a su antojo, con enorme criterio. Del germano Abel –otro brillante representante del llamado «estilo galante», que sin duda aquí una jornada de reivindicación muy necesaria, demostrando que lo galante no es, en absoluto, sinónimo de sencillez o de falta de calidad– se interpretaron el Andante y Presto de su Trio Sonata en sol mayor, WK 118, tomada de sus 6 Harpsichord Trios, Op. 5 [1764], obra en la que el clave es el verdadero protagonista, de ahí que Gigosos y Cabello se situasen alrededor del mismo, asumiendo además el rol acompañante con naturalidad. Exquisito preludio al clave, antes de atacar la interpretación de la obra en la que quedó patente la calidad de este intérprete, así como el logrado y reflexivo trabajado del trío para equilibrar y balancear el sonido general. Impactante el virtuosismo muy bien solventado en el Presto conclusivo, salvo unos leves desajustes en momentos puntuales, que no restaron empaque a la versión. Para finalizar la velada se interpretaron los tres movimientos del V.e Concert [re menor] de las impresionantes Pièces de clavecin en concerts [1741], del genial Rameau. Fantástico el discurso sonoro aquí, aprovechando el movimiento para regresar a posición previa a Abel, preludiando la viola para afinar, mientras el clave recogió el testigo para preludiar –evocadores preludios sobre arpegios los de ambos– mientras la viola y el traverso se colocaban de nuevo delante del instrumento, al frente del escenario. La Forqueray llegó en un tempo algo más lento de que suele ser habitual para intentar articular con más precisión y definir el discurso de la fuga en la acústica excesivamente reverberante. Interesante el desarrollo de las notas largas en traverso y viola, así como el imaginativo y pulido discurso elaborado por el clave. Solvente desenvoltura en la escritura homofónica de La Cupis en traverso y viola, aunque hubo que lamentar en esta última algunos desajustes de afinación en el registro agudo, instrumento que además estuvo un poco en segundo plano en su pasaje de dobles cuerdas, momento muy virtuosístico y de figuraciones breves que requieren ejecutarse muy rápido, a las que les faltó algo de definición en la articulación. Para concluir, La Marais, en la que se recuperaron las grandes sensaciones generales para cerrar la velada con una lectura de enorme complicidad en el trío, ornamentando con sumo gusto, por lo demás. Como regalo a los asistentes ante la recurrente ovación, interpretaron el siempre complicado Tambourin del III.e Concert de Rameau, resolviendo con brillantez la canónica escritura de vertiginoso tempo, aunque aquí algo reposado para definir las articulaciones con mayor limpidez.

   Un concierto de gran nivel, que sirvió para presentarse por todo lo alto a este trío que estoy seguro dará mucho que hablar en el futuro. Inteligencia, calidad, solvencia, refinamiento y honestidad, factores muy destacados en estos tres jóvenes intérpretes que están creando Brezza algo grande. Espero con expectación lo que el futuro les depare.

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