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«Ramón Barce: La comunicación y la belleza». Por Juan Francisco de Dios

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Autor: Codalario
26 de marzo de 2020

«Ramón Barce: La comunicación y la belleza». Por Juan Francisco de Dios

    Por Juan Francisco de Dios
«... No me importa ocasionar dificultades al oyente; ya las vencerá. Y, en todo caso, -y porque el arte es para todos- , lo que no puedo hacer es rebajar las posibles dificultades para facilitar la comprensión. Si queremos un “arte para el pueblo”, lo que tenemos que hacer es darle a ese pueblo lo mejor de que seamos capaces, y no un producto elemental y tosco, que, en el fondo, es humillante porque es una limosna artística...»

   Imagínense un año cualquiera… pongamos 1978. Un profesor de literatura imparte clases enlas que se asoman Unamuno, Machado o Pérez Galdós. Al llegar a casa, ese profesor retoma la escritura de un texto que relee mientras sonríe subrayando el título: Un genio anda suelto . No, no es un artículo literario, es musical. Camino del Teatro Real recuerda que en breve debe entregar el editorial del mes como subdirector de la revista Ritmo,y aquella misma noche la crítica del concierto para el diario Ya.Entre obra y obra ultima el orden del día de la Asociación de Compositores Sinfónicos Españoles de la que es presidente. Y es que Ramón Barce, además de todo esto también imparte conferencias, traduce y sobretodo, compone música. Aquel año 1978, diez obras (tres cuartetos, 12 preludios pianísticos, tres obras de cámara y una sinfónica). Barce era después de todo un creador en el sentido más completo del término. Escribir sobre su producción musical nos invita inevitablemente a repetir  una serie de palabras que conviene ya adelantar: personalidad, contemporaneidad, comunicación, coherencia y belleza. Cuando Ramón Barce se enfrentaba a la página en blanco, su torrencial mundo interior le hacía volcar un infinito catálogo de conexiones interdisciplinares produciendo una creación personal y de una altura intelectual única.

   La obra musical de Barce posee una identidad y una personalidad tan marcadas que no resulta fácil trazar un recorrido estético dividido en fases o períodos de uso musicológico. Cabría la resbaladiza posibilidad de dividir su obra en función de una problemática más o menos presente en cada período y siempre tendiendo en cuenta que cada conquista se añade al repositorio para cumplimentar uncatálogoprogresivamentemás brillante y paradójicamente más diáfano. Así, salvando una puntual producción formativa de la que nos queda sóloun número limitado de obras fuera de catálogo, Barce arranca su producción sonora con la problemática de la fluidez del discurso sonoro y la verticalidad-horizontalidad de las texturas. Este objetivo le acompaña desde 1958 hasta la consolidación del Sistema de Niveles a fines de los sesenta. Ya desde el principio Barce posee un sonido muy particular. Escuchar su Cuarteto nº 1 (1958) resulta apabullante. Barce es compositor por convicción y por necesidad comunicativa. Trabaja desde el primer momento con una idea clara, con un problema sonoro y estético por resolver.

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   Se solapa en esta primera producción una segunda vía paralela al orden del discurso, que pasa por ser un mecanismo alternativo al modelo clásico de exposición sonora. En 1961,los cursos de verano de Darmstadt ofrecen a Barce la posibilidad de reflexionar abiertamente sobre las líneas de trabajo de sus colegas europeos. Pero, lejos de suponer un impacto inmediato en su obra, Barce más bien asimila y descarta elementos válidos y no válidos. Se interesa con lo que hay de musicalidad en el límite de lo sonoro y lo cotidiano optando por lo gestual como mecanismo de conexión y transmisión de ideas. Así, cada aportación estética se inserta en su ideario sonoro porque es coherente con su pensamiento, no por su idoneidad u ocurrencia temporal. En 1964 arranca esa línea paralela con la llegada de Zaj. Barce implementa la idea del happening traída por Hidalgo y Machetti aportando un elemento reflexivo. La estética de la frontera, pensar en los extremos, lleva a Barce a desarrollar elementos como la fonética, el gesto o el gráfico no como mecanismos sino como vehículos expresivos. He aquí uno de los elementos fundamentales para entender la música de Barce. El experimento nunca existe sin soporte estético y la creación es un camino de comunicabilidad y resolución de problemáticas musicalesy,por simple proyección, sociológicas.

   Con el oficio claro y con un abanico de recursos técnicos y expresivos importantes, Barce indaga sobre el sistema, sobre una estructura de lenguaje que consolide sus propuestas. Tras algunos años de  incubación, el ideal de relato sonoro se materializa en 1966. Comienza aquí una tercera fase creativa en Barce. Pasamos del discurso sonoro y su orden al relato sonoro y sus explotación expresiva. El principio justificativo del Sistema de Niveles se basa en la necesidad de organizar el sonido en torno a escalas de centros gravitatorios. La posibilidad de repetir secuencias ofrecía la posibilidad de gestar motivos y planteamientos formales más o menos circulares. Comenzaba así un particular proceso narrativo sonoro. Nos encontramos por tanto ante un sistema de escalas de aspiración horizontal ycontrapuntística que entronca con la tradición tardomedieval y renacentista con la que comparte elementos técnicos si bien adaptados al ciudadano eléctrico y culto. Barce conquista una cima técnica, pero el estilo, el fin comunicativo, incluso el puro aspecto sonoro, no ha cambiado.

   Desde fines de los sesenta, encontramos a un Barce inmerso ya en una magnífica madurez creativa. Entre el fin de los sesenta y el inicio de los setentaexperimenta, estira, recorta y propone límites y retos estéticos a su música en un período de trabajo en las Fronteras de la Música. Así surgen obras como Coral Hablado (1966), Canadá Trío (1968), Obertura Fonética (1968) o Música fúnebre (1969), al tiempo que se inician ciclos de gran proyección como los Conciertos de Lizaraque ocuparán la creatividad de Barce durante casi veinte años. El Sistema funciona y Barce hace música. Encontramos episodios de creatividad volcánica, como el año 1973, con seis obras entre las que se encuentra el Cuarteto III “Gauss” ganador del Premio Nacional o la magistral Lamentación de Jerusalén, donde la voz comienza a atrapar al compositor. Avanzan las series de cuartetos hasta los once definitivos, los 48 preludios pianísticos en series de cuatro donde se trabaja a conciencia con el Sistema y en 1975 será el turno de la Sinfonía I, que abrirá el campo hasta la sexta de 1999.

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   Frente a los grandes géneros, Barce se muestra tímido y no los afronta hasta estar muy convencido del objetivo final que se pretende lograr. Salvo los cuartetos de cuerda –bien es cierto que la cámara y lo vocal serán siempre objeto de su predilección–  sinfonías y sonatas esperan. La sinfonía se presenta como un complejo tejido de pequeños grupos de cámara que desarrollan materiales definitorios y que permiten un tenso diálogo. El caso de las tres sonatas pianísticas (1997-2000), por otra parte, supone un trabajo de condensación de acontecimientos y tensiones sonoras que marcan un punto climático en su última producción. Barce escribe de forma inspirada para el piano, no ya solo en los referidos preludios y sonatas sino igualmente en otras obras solistas o en grupos de la que debemos citar una de sus grandes obras maestras, La nave volante (1988). Quizá fuese la ópera el terreno en el que Barce no encontró suficiente motivación estética. Pese a algún que otro proyecto más aireado que atrapado, Barce sí se movió con interés por el aspecto escénico en obras como Espectro Siete (1970), Oleada (1982), Serenata (1982) o Hacia mañana, hacia hoy (1987).

   Desde la década de los 90, Barce inicia un período de trabajo más pausado pero quizás más intenso en el que todas las líneas de trabajo conquistan lo bello sin concesiones. La música de Barce no cambia, no se altera en su esencia estructural, pero sí domina el lenguajede belleza clarividente y luminosa ya desde el título hasta la propia propuesta sonora. La treintena de obras últimas de Barce son de una capacidad comunicativa extraordinaria.

   Nunca pretendió Barce ser un marchante de arte. Sostenía la tranquila seguridad de quien dice que lo que quiere decir y sabe lo que dice. La trascendencia, la proyección o el éxito público eran cartas que no le interesaba jugar y que quedan en manos de los que admiramos su obra, su incesante, inquieta, conmovedora y bellísimamente serena obra.

“... Toda creación artística tiene un vínculo ineludible con la realidad que percibimos, con el mundo circundante... El problema, en cada caso, es encontrar el tipo de relación existente, es decir: descubrir qué nexos son los que, partiendo de esa creación, tienden un puente hacia el mundo exterior...”

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