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[C]rítica: El pianista Raúl Canosa ofrece un recital en el Shigeru Kawai Center de Madrid

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Autor: Álvaro Menéndez Granda
22 de diciembre de 2018

«Otra notable trayectoria a la que conviene estar atentos».

La seguridad de la juventud

Por Álvaro Menéndez Granda
Madrid. 19-XII-2018. Shigeru Kawai Center. Raúl Canosa, piano. Obras de Schubert, Rachmaninov, Ravel, Schumann y Liszt. 

   Un buen amigo me decía hace algún tiempo, en clave de humor, que estamos generando pianistas por encima de nuestras posibilidades. Y no le falta razón, puesto que cada vez hay más jóvenes músicos de gran talento que saltan al panorama nacional con fuerza y que pareciera que fuesen a tener una carrera internacional de relevancia. Las pruebas nos demuestran que, en muchos casos, esto último no acaba de suceder en la mayoría de los casos y que, pese a su trabajo y su esfuerzo, no llegan a despegar internacionalmente como lo han hecho otros músicos españoles, por ejemplo Javier Perianes o Josu de Solaun. Al hilo de esto viene a la mente la imagen de Artur Rubinstein preguntando a los jóvenes talentos —técnicamente más capaces que él—cuándo iban a empezar a hacer música de verdad.

   Raúl Canosa puede, a sus veintiún años, estar orgulloso de ser un pianista de gran habilidad técnica y, lo que es menos frecuente, de sólida musicalidad. El pasado 19 de diciembre, Canosa ofreció un recital en el Shigeru Kawai Center de Madrid construido en torno a cinco obras del gran repertorio firmadas por Schubert, Rachmaninov, Ravel, Schumann y Liszt. Adelanto ya que la sala estaba llena, que el público fue extremadamente respetuoso y que disfrutó sin reservas del talento del pianista.

   Del genio de Schubert han surgido algunas de las páginas más devastadoras, emocionalmente hablando, de la historia de la música. No así la Sonata D664 en la mayor, que transita por diversos parajes anímicos pero sin alcanzar el dramatismo y la desolación de otras grandes sonatas de su autor. No obstante, los recovecos expresivos están ahí y Canosa supo ponerlos de manifiesto con destreza. Su toque fue claro y preciso, los cantabiles bien pronunciados y se recreó en algunos momentos jugándosela al borde del pianissimo. El Estudio op.39 nº5 de Rachmaninov, puro empuje, pura fuerza, resultó algo más duro en su sonoridad pasando por momentos que, a mi juicio, resultaron excesivamente arrebatados. Que no se me malinterprete, no sobró pasión —nunca sobra cuando se trata de Rachmaninov—, pero sí faltó un poco más de empaque en el sonido. En cambio el pequeño duende Scarbo, tercer número del Gaspard de la Nuit de Ravel, sonó realmente diabólico, como se espera de esta partitura pensada para poner a prueba a quien se atreva a descifrarla. Canosa superó el reto con solvencia, demostrando no sólo que posee la técnica, sino que sabe leer entre las líneas ravelianas con inteligencia.


   Tras el descanso, el joven pianista abordó dos obras de amplia extensión y muy diferente carácter que, sin embargo, encajaron bien en la segunda parte del programa. Las Kinderszenen op.15 de Schumann y Valléed'Obermann de Liszt. El conjunto de piezas infantiles de Schumann es fascinante por la riqueza de escenas que recrea y la elocuencia de sus recursos compositivos. No es tan exigente como otras de sus partituras en lo relativo a la técnica, pero requiere una capacidad de adaptación casi camaleónica para entender toda su variedad de atmósferas. Canosa hizo una versión muy convincente de la que yo, en lo personal, destacaría el último movimiento, tremendamente poético, que además sirve como perfecta transición hacia la poesía lisztiana de Valléed'Obermann. Pieza integrante de su Segundo año de peregrinaje, presenta un recorrido sinuoso que necesita un intérprete maduro, capaz de dominar la gran forma romántica además de saber enfrentarse a los avatares técnicos de la partitura. Y una vez más el joven pianista defendió su versión con solidez, exhibiendo una seguridad en su hacer que el público supo apreciar. Es esta seguridad una de las características que más sorprenden en el pianismo de Canosa, y es que en todo momento el espectador percibe que el músico disfruta sin reparos y se recrea en la música, algo que sólo es posible hacer cuando la parte técnica está totalmente controlada y, por tanto, se está seguro.


   Pese a su juventud, Raúl Canosa es un pianista que convence. Le queda recorrido —mucho, espero— para demostrarlo ante gran variedad de públicos en innumerables auditorios pero, de mantenerse en la línea que ha venido siguiendo hasta ahora, será cuestión de tiempo que se afiance como una figura representativa de nuestro panorama pianístico nacional. Otra notable trayectoria a la que conviene estar atentos.

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