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CRÍTICA: 'AIDA' RESPETÓ LA TRADICIÓN EN VERONA, BAJO LA DIRECCIÓN MUSICAL DE DANIEL OREN. Por Raúl Chamorro Mena

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Autor: Raúl Chamorro Mena
10 de septiembre de 2013
Foto: Cortesia de Dismappa

 UNA AIDA EN LA MEJOR TRADICIÓN

 

Por Raúl Chamorro Mena

AIDA (Giuseppe Verdi) Verona, Arena, 17-8-2013. Fiorenza Cedolins (Aida), Marco Berti (Radamés), Violeta Urmana (Amneris), Ambrogio Maestri (Amonasro), Orlin Anastassov (Ramfis), Carlo Cigni (Il Re). Dirección Musical: Daniel Oren. Rievocazione de la edición de 1913. Dirección de escena: Gianfranco de Bosio.

 

    Como bien recuerda un placa del recinto, la idea y el impulso del gran tenor veronés Giovanni Zenatello fueron cruciales para la transformación de la Arena en teatro operístico y del consiguiente Festival lírico. En aquel lejano Agosto de 1913 acompañaron al gran tenor, Ester Mazzoleni, Maria Gay y Giuseppe Danise en la representación de Aida que inauguró el Festival de la Arena de Verona. Desde ese momento, la citada obra maestra verdiana se ha convertido en la ópera areniana por excelencia, ya que la espectacularidad y el formato afín a la Grand Opera de los actos primero y segundo (especialmente su segundo cuadro) resultan ideales para el enorme escenario.
    En esta edición del centenario se han propuesto dos montajes de Aida. Una nueva producción a cargo de La fura dels baus, de la que ya se ha dado cuenta en Codalario, y la reevocación de la edición originaria de 1913 con dirección de escena del veterano casi nonagenario Gianfranco de Bosio. Bellísima y espectacular la escenografía, el movimiento de masas, los trajes y la coreografía de Susanna Egri, que apuntalan el carácter colosal y fastuoso asociado a Aida en el amplísimo escenario de la Arena de Verona.
    A diferencia de lo que ocurre tantas veces, el espectador no tiene ninguna duda que está ante la ópera que se anuncia y que lo visto sobre el escenario es lo que corresponde a esos dos primeros actos, a los que no se puede hurtar esa espectacularidad y grandiosidad que hunde sus raíces en una bien consolidada tradición operística, a la cual se acercó Verdi en un momento de su trayectoria. Efectiva la dirección de escena y favorecedora la labor de los cantantes, que bastante tienen con unos papeles nada fáciles. La intimidad del acto tercero fue perfectamente evocada por una estupenda iluminación que junto a la genial música verdiana sugieren el discurrir del Nilo, la noche, el misterio... No hace falta nada más, plasmar, reforzar si se quiere, lo que ya está impecablemente descrito en la partitura. Igualmente estupendo el final con los dos planos, abajo los dos amantes que se inmolan por amor y arriba, Amneris rezando por su paz eterna. Todo ello con un decorado de una belleza insoslayable. El reparto también se encuadró en la mejor tradición. Voces potentes y bien timbradas que llenaron el gran recinto.
     La soprano friuliana Fiorenza Cedolins es una especie de emblema de los últimos años en el festival, no en vano lleva 14 temporadas consecutivas sin faltar a su cita. En la mejor tradición del sopranismo italiano de raíces Tebaldianas, exibió timbre bello y esmaltado, italianitá, articulación genuina, reguladores (estupendo el que emitió en el gran concertante del acto segundo), sfumature y esa manera siempre hermosa, refinada y nobilísima de frasear. Además, esa forma de caminar por el escenario, siempre llena de fascino y distinción. Si bien en "Oh Patria mia" mostró alguna inseguridad, en el resto del acto tercero mostró canto de alta escuela con algunos filados logradísimos en el dúo con Radamés, así como en la sublime escena final de la ópera.
    Marco Berti volvió a demostrar su liderazgo como tenor lírico-spinto italiano actual. Squillantísimo, robusto, pródigo en sonidos percutientes, pletóricos de metal y punta. Además, frente a su hasta ahora habitual monotonía como cantante y fraseador, parece querer explorar el fascinante mundo del contraste forte-piano, del claroscuro. Sin ir más lejos, smorzò el si bemol final de "Celeste Aida" conforme a lo escrito, aunque la nota no quedara todo lo lograda que cabría desear. Asimismo, en el gran dúo final delineó con un fraseo más variado y valiéndose del canto piano las maravillosas frases "Morir! sì pura e bella! morir per me d'amore, degli anni tuoi nel fiore, fuggir la vita!"
    Violeta Urmana parece querer regresar a la cuerda de mezzosoprano, dado que se ha demostrado un gran error el cambio a soprano que afrontó. Desgraciadamente, puede ser ya demasiado tarde. Vocalmente siempre fue una falcon, vocalidad que no viene mal a Amneris, un papel que demanda notas agudas más bien propias de seconda donna, pero actualmente su registro agudo está muy erosionado. Asimismo la cantante lituana, siempre impecablemente musical, elegante y con un centro aún de todo respeto, carece de calor, de temperamento teatral y es incapaz de traducir el acento verdiano, que ha de tener esa vibración interna, ese énfasis y vehemencia esenciales en este repertorio. En su gran escena del acto cuarto sacó genio y se entregó, pero quedó lejos del impacto teatral y el clímax emotivo que logran otras ilustres intérpretes de Amneris.
     De Ambrogio Maestri no se puede alabar el refinamiento, ni la factura técnica (el abuso de portamenti di sotto, striziati o a scivolo es total- es decir atacar una nota no directamente, sino desde abajo y arrastrando o resbalando en otras), pero sí su voz caudalosa, recia y empastada. Un Amonasro que cumplimentó la tradición que el público espera, con el correspondiente calderón "ad libitum" en el agudo de "Non sei mia figlia dei faraoooooni tu sei la schiava!".
Pésimo el Ramfis de Orlin Anastassov de voz totalmente desvencijada y sin impostación. Si sus agudos fueron simulacros, sus intentos de emitir las notas graves resultaron muy embarazosos de escuchar.
     A Daniel Oren, habitual en la Arena desde hace décadas y que no podía faltar en el centenario, se le pueden achacar algún desajuste y algunos excesos, pero no su sentido teatral, su buen acompañamiento a los cantantes, y su capacidad para contrastar y crear tensiones, algo fundamental en el melodrama. La orquesta respondió a buen nivel, excepto unos metales rebeldes y subversivos. Sonoro, vigoroso, potente, pero al mismo tiempo maleable, el coro.
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