Crítica de David Santana del Réquiem de Verdi ofrecido en Zaragoza con la Orquesta Reino de Aragón y el Coro Amici Musicae bajo la dirección de Ricardo Casero
Un Réquiem aragonés
Por David Santana
Zaragoza, 20-VI-2025. Auditorio de Zaragoza Princesa Leonor. Temporada de Grandes Conciertos del Auditorio. Raquel Lojendio, soprano; Sandra Ferrández, mezzosoprano; Leonardo Sánchez, tenor; Lobel Barun, bajo; Coro Amici Musicae del Auditorio de Zaragoza, Igor Tantos, director; Orquesta Reino de Aragón, Ricardo Casero, director. Misa de Réquiem de Verdi.
La Orquesta Reino de Aragón junto al Coro Amici Musicae —ambas formaciones residentes del auditorio— clausuran la temporada 2024-2025 de Grandes Conciertos del Auditorio de Zaragoza con el Réquiem de Verdi. Una pieza que supone todo un reto para cualquier formación y maestro, y que despertó el interés de los zaragozanos que abarrotaron la Sala Mozart.
Ricardo Casero asumió el reto proponiendo una dirección tan cuidada como arriesgada. Comenzó el Introito con un pianísimo muy delicado, Requiem…, un suspiro, aeternam…, otro. Un poco más en el dona eis, la cuerda sube ligeramente, en bloque, como un único instrumento, embelesando completamente al público con el punto justo de tensión. Igor Tantos, por su parte, logró un coro muy equilibrado vocalmente al que solo le queda mejorar un poco en cuanto a precisión, tratando de lograr unas cuerdas más compactas, como bloques de hormigón, o como la sección de cuerdas de la Orquesta Reino de Aragón.
Los solistas arrancaron el Kyrie con las voces un tanto engoladas, especialmente Leonardo Sánchez, aunque lo solucionó completamente para su momento realmente importante: el Ingemisco. El mexicano tiene un timbre muy lírico que le da mucha potencia y proyección vocal cuando logra que el sonido no se le quede en el cogote. También tiene potencia en el grave al que baja sin perder ni un ápice de volumen, tal y como nos mostró en el Quid sum miser. Aunque el protagonista de esta parte de la secuencia fue el fagotista, Carlos Tarancón, con unos arpegios muy flexibles, un fraseo largo y una riqueza de dinámicas que casi tenía un sabor a jazz.
Los otros solistas estuvieron muy correctos. Las voces femeninas, encajaron muy bien, regalándonos un Recordare muy elegante, aunque Raquel Lojendio no tuvo su mejor día, sufriendo un poco en los registros extremos, tanto en unos agudos un poco forzados como en el grave, en el que el apoyo de Sandra Ferrández fue inestimable. En el Confutatis el bajo Lobel Barun nos mostró un precioso registro agudo en el que el croata supo lucir buen fraseo y una potencia adecuada.
El maestro Casero logró el efecto sorpresa del Dies Irae con mucha potencia en los metales y las flautas, que sobresalieron perfectamente en esos sobreagudos estridente. Las trompetas no estuvieron nada mal, pero creo que se podría haber buscado un stacatto más apurado y un sonido menos redondo, más similar al de esos clarines que a cualquiera se le vienen a la cabeza cuando se imagina una escena del Juicio Final. De todos modos, tampoco sabría yo cómo lograrlo sin perder un equilibro muy trabajado del que los potentes golpes de la percusión fueron la guinda del pastel.
Otro momento exultante sería el Rex tremendae, en el que los bajos comenzaron en perfecta sincronía con los metales, preparándonos para un Salva me en el que Casero dominó completamente los tres elementos: orquestas, solistas y coro. O el “Hosanna” del Sanctus, en el que el coro estuvo celestial, acompañado de los delicados timbres de las maderas. En la fuga del Libera me final se apreció ese trabajo de compactar las secciones que aún le queda por mejorar al coro, pero, bien apoyado por la orquesta, Casero supo organizar bien el fraseo para coronar un brillante final de una brillante temporada.
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