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Crítica: «Risurrezione» de Franco Alfano en el Teatro del Maggio Musicale Fiorentino

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Autor: Raúl Chamorro Mena
20 de enero de 2020

La resurrección florentina de Risurrezione

Por Raúl Chamorro Mena
Florencia. 17-I-2020. Teatro del Maggio Musicale Fiorentino. Risurrezione (Franco Alfano). Anne Sophie Duprels (Caterina Mikailowna, llamada Katiusha), Matthew Vickers (Príncipe Dimitri Ivanovitch Nekludoff), Leon Kim (Simonson), Francesca di Sauro (Sofía Ivanowna), Romina Tomasoni (Matrena Pavlovna/Anna). Orquesta y coro del Maggio Musicale Fiorentino. Dirección musical: Francesco Lanzillotta. Dirección de escena: Rosetta Cucchi.

   No fue ningún capricho que Tito Ricordi y Arturo Toscanini encargaran a Franco Alfano finalizar Turandot, obra póstuma e inacabada de Giacomo Puccini, pues el napolitano era un compositor consagrado dentro del panorama del teatro musical italiano de principios del siglo XX. La primera de sus creaciones teatrales, que obtuvo verdadero éxito y reconocimiento, fue Risurrezione, ópera con libreto de Cesare Hanau basada en la última novela de Leon Tolstoi y que se encuadra en la estética de la llamada escuela verista-naturalista. Estrenada en Turín en 1904 bajo la dirección del maestro Tullio Serafin encardina con la gran difusión de la literatura rusa en Europa Occidental en el período de entresiglos y, particularmente, con el éxito de óperas anteriores de tema ruso como Fedora (Milán, Teatro Lírico, 1898) y Siberia (Milán, Teatro alla Scala, 1903), ambas de Umberto Giordano.

   Alfano atenúa la fuerte carga filosófica de la obra de Tolstoi, así como la profunda crítica social y religiosa para centrarse en la pasión amorosa entre Katiusha y Dimitri, siguiendo con ello la más acendrada tradición del melodrama. Un amor que las circunstancias sociales conduce por el camino de la más cruda tragedia durante un período de varios años.


   Risurrezione tiene como base una rica orquestación, de impronta sinfónica, plena de sugestivos colores y tímbricas, sustentada en la sólida formación musical de Alfano, fruto de sus estudios en Leipzig, así como una escritura vocal con importante presencia del declamado, tensa, por momentos un punto crispada, típica del verismo, que se explaya, especialmente, en los tres grandes dúos entre los protagonistas situados en los actos primero, tercero y cuarto. Todo ello sin renunciar a pasajes de intenso lirismo y de una efusión melódica particular, que se aleja de la facilitad, inmediatez y amplitud melódica propia de los compositores de ópera italianos. El espléndido, tanto musical como teatralmente, acto segundo, de hondo sustrato dramático, es todo un reto para una cantante actriz y contiene la gema de la obra, el aria «Dio pietoso», una conmovedora plegaria que canta una aterida Katiusha mientras espera, embarazada del mismo, a su amado Dimitri en una apartada estación de tren para terminar viéndolo acompañado de otra mujer. Risurrezione, actualmente poco representada, llegó a las mil representaciones a comienzos de los años 50 y su gran papel protagonista ha atraído a grandes divas desde Mary Garden a Magda Olivero, cuya memorable creación de Katiusha puede apreciarse en un registro de 1973 procedente de una transmisión radiofónica de la RAI turinesa, bajo la dirección musical de Elio Boncompagni.


   Recuerdo una Turandot hace unos años en el nuevo Teatro del Maggio Musicale Fiorentino con dirección de Zubin Mehta en una inauguración forzada (se tuvo que hacer semiescenificada), pues el recinto no estaba terminado. El antiguo Teatro Comunale no era un coliseo a la italiana tradicional, pero era preferible a este complejo feote, con pasillos y foyer propios de palacio de congresos y con una sala fría desangelada, con un foso enorme, muy abierto y una acústica problemática, especialmente para las voces. Menos mal que mantienen una tienda con libros y grabaciones de interés, particularmente la serie Historial Maggio live con grabaciones de memorables representaciones y conciertos en vivo con un sonido fabuloso, muy superior a todas las ediciones conocidas hasta ahora, toda vez que proviene de las cintas originales de los servicios audiovisuales del Maggio Musicale Fiorentino.

   La soprano francesa Anne Sophie Duprels no ahorró un ápice de entrega e intensidad para redondear una notable creación dramática de la infortunada Katiusha, a la que una única noche de pasión con el señorito de la casa, el príncipe Dimitri, le abrirá una terrible senda de sufrimiento, le costará la expulsión de casa por quedar embarazada, el fallecimiento de su hijo, así como la absoluta penuria, que le obligará ejercer la prostitución, ser condenada por un delito que no ha cometido y deportada a Siberia. Al final, alcanzará la resurrección en el sentido de redención moral, mediante el sacrificio y la renuncia al amor en el conmovedor final al unísono con Dimitri, que también accede a su redención enmedio de los cantos de Pascua del coro ya escuchados en el primer acto. Duprels expresó apropiadamente todos los estados de ánimo del atribulado personaje y en el apartado vocal, a despecho de una franja centro-grave desguarnecida, el sonido ganó timbre conforme asciende la tesitura, si bien pudo escucharse alguna nota abierta en el extremo agudo. Fraseo cuidado y buen sentido de la línea, como pudo comprobarse en la espléndida «Dio pietoso» que atesoró la adecuada carga emotiva, completaron la buena interpretación de esta interesante soprano francesa, que demostró especial afinidad con el repertorio verista-naturalista.


   A mucha distancia se situó la labor del tenor norteamericano Matthew Vickers, cuya emisión retrasada y limitada proyección provocaron que resultara inaudible en muchos momentos, más allá de algunas notas altas con algo de timbre, pero sin punta. Muy por encima de un fraseo deslavazado y ayuno de efusión lírica, cabe destacar en Vickers expresión sincera e innegable profesionalidad. El barítono protagonista no aparece hasta el acto cuarto, Simonson, preso por razones políticas y profundamente enamorado de Katiusha, quien le corresponderá en su camino de redención, renunciando a su amor, aún vivísimo, por el príncipe. El coreano Leon Kim delineó con buen gusto y perceptible entusiasmo sus bellísimas frases (como las de la romanza «Quando la vidi») , con lo que compensó un timbre de cierta sonoridad pero árido y de escaso atractivo. El abundante elenco de secundarios (otro de los elementos típicos de las óperas veristas) resultó correcto y bien compenetrado, pues la mayoría fueron asumidos por miembros del coro del Maggio Musicale, que dirigido por Lorenzo Frattini, redondeó una buena prestación. Cabe destacar el interesante timbre de la mezzo Romina Tomasini en su doble cometido de Matrena Pavlovna y Anna.

   Buen trabajo desde el foso de Francesco Lanzillotta que obtuvo un buen sonido de una orquesta con sus limitaciones y supo poner de relieve las calidades de la partitura orquestal de Alfano. Una dirección musical elegante, cuidada, bien organizada, impecable en los pasajes más líricos y con capacidad narrativa, a la que faltó un punto de tensión, de sentido del pathos, de ese desgarro propio de este repertorio.

   Bella producción de Rosetta Cucchi, procedente del Festival de Wexford. Coherente, conforme a libreto, expone la obra con apreciables nitidez y fluidez, por lo que permite seguirla de forma adecuada, sin necesidad de libro de instrucciones, ni de esos extraños desvaríos que tantas veces se apoderan de los escenarios operísticos hoy en día, en la búsqueda de un protagonismo que no les corresponde. Resulta apropiado, desde luego, terminar esta reseña agradeciendo al Maggio Musicale Fiorentino la programación de este título injustamente relegado, así como subrayar el insuperable placer que constituye volver a pasear por una ciudad tan fascinante como la simpar Florencia.

Foto: Clive Barda

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