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Crítica: 'Rodelinda' de Haendel en el Teatro Real de Madrid

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Autor: Raúl Chamorro Mena
1 de abril de 2017

"Éxito clamoroso con ovaciones especialmente centradas en Bejun Mehta y la orquesta"

Rodelinda y La poetica de la meraviglia

   Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 29-III-2017, Teatro Real. Rodelinda, regina de’ Longobardi (Georg Friedrich Händel). Lucy Crowe (Rodelinda), Bejun Mehta (Bertarido), Jeremy Ovenden (Grimoaldo), Lawrence Zazzo (Unulfo), Sonia Prina (Eduige), Umberto Chiummo (Garibaldo), Fabián Augusto Gómez (Flavio, papel no cantado). Orquesta titular del Teatro Real. Direccción musical: Ivor Bolton. Director de escena: Claus Guth.

   La gran originalidad de la bellisima ópera Rodelinda de Händel radica en su tratamiento del amor y la fidelidad dentro del ámbito conyugal. Con esa inspiración e inventiva fértil e inagotable que caracterizaba al músico sajón, este crea una de sus mejores óperas, que se centra en este asunto del que Fidelio de Beethoven sería el ejemplo más conspicuo. La presencia del hijo de la unión, Flavio, así como la lucha por el trono, con un no aclarado asesinato de su hermano Gundeberto por parte de Bertarido y la extraña desaparición de éste, dado por muerto hasta en dos ocasiones durante la ópera, complican la trama.

   Dentro de los códigos estéticos del Barroco, en la búqueda de la suprema fantasía, de la mayor estilización e idealización, de lo “maravilloso”, lo que más pudiera deslumbrar y sorprender, obviando, por supuesto, toda veracidad y realismo, -la poetica della meraviglia que decía el gran “vociólogo” y musicólogo italiano Rodolfo Celletti-,  se consideraba que las únicas voces con la suficiente estilización para expresar el sentimiento amoroso eran las femeninas y los castrati. En estas coordenadas, una leyenda sopranil y un mito entre los emasculados, la parmesana Francesca Cuzzoni y el también italiano, nacido en Siena, Francesco Bernardi, Senesino, encarnaron a Rodelinda y Bertarido, respectivamente, en el estreno Londinense de 1725. En el siglo XX fue la gran diva australiana Joan Sutherland la que principalmente protagonizó el regreso de esta ópera a los escenarios en época anterior al gran renacimiento barroco de las últimas décadas.

   Después de una interpretación concertística en el año 2012 en el Auditorio Nacional dentro del Ciclo Universo Barroco del CNDM, llegaba por primera vez al Teatro Real en versión representada, Rodelinda, con un estupendo espectáculo que se ha saldado con gran éxito. La producción de Claus Guth con escenografía de Christian Schmidt recuerda a la del Parsifal vista en la pasada temporada. Tanto por centrarse en el conflicto familiar, como por la escenografía basada en una casa que gira, con dos niveles, escalera y balaustrada, la cual se encuadra, aislada, en un paisaje árido y estrellado. El montaje es inteligente, además de contar con algunos pasajes de apreciable belleza visual y con una muy trabajada dirección escénica y caracterización de los personajes. Asimismo, dota de una gran importancia al personaje de Flavio, hijo del matrimonio formado por Rodelinda y Bertarido, elaborando una dramaturgia paralela centrada en sus pesadillas, sus miedos, que vierte, primeramente, en dibujos que el espectador observa sobreimpresionados en el escenario, pero que cobran vida y aparecen en escena cual espectros de carne y hueso que atormentan al muchacho y simbolizan esas pesadillas infantiles que padece, fruto del trauma que sufre como consecuencia del conflicto familiar en el que se ve involucrado con un padre dado por muerto y una madre que llega a expresar en su presencia, que se casará con su pretendiente y usurpador del trono, Grimoaldo, si le asesina a él, su propio hijo. Espléndida la actuación escénica del intérprete de Flavio, Fabián Augusto Gómez, que merecería una candidatura los premios Goya o mejor dicho, a los Max, que se dedican específicamente al ámbito de las artes escénicas.

   Asimismo, esta representación se beneficia de una apreciable dirección de Ivor Bolton, que a falta de una mayor inspiración, sentido del matiz y del  contraste, ofrece un discurso orquestal muy bello, pulidísimo y de indiscutible propiedad estilística, demostrando que lo fundamental por encima de historicismos intransigentes o el uso de instrumentos antiguos, es el afrontar las obras conforme a los códigos estilísticos de sus respectivas épocas. Asimismo y al igual, que sucedió en el reciente Billy Budd, concurrió una especial y siempre saludable imbricación entre foso y escena, que contribuyó sobremanera al alto nivel global del espectáculo.

   En el elenco encontramos dos grandes debilidades y no es casualidad que sean los dos cantantes ingleses, si tenemos en cuenta la escasamente lustrosa tradición vocal de aquel país. Lucy Crowe resulta insuficiente bajo cualquier punto de vista para un papel del fuste de Rodelinda, de esos reservados a una artista excpecional en lo vocal e interpretativo. Con una voz sonora y timbrada, aunque de emisión dura y desabrida, pródiga en sónidos ácidos y estridentes, así como un fraseo insulso y escasamente inspirado, compuso una Rodelinda totalmente impersonal y plana. Irreprochable, eso sí, su profesionalidad y compromiso escénico, que no talento interpretativo. Jeremy Ovenden es el típico tenorino inglés de timbre ingrato, blanquecino y engolado, con canto tan correctamente musical como aburrido. Sus arias pasaron sin pena ni gloria. Notable la Eduige de la milanesa Sonia Prina (que en la interpretación concertística del Auditorio Nacional del año 2012 encarnó a Bertarido) con su material de buen caudal y estimable extensión, algo desgastado ya, bien es verdad ; Con su articulación genuina y nítida del italiano y su buen canto legato con acentos siempre vibrantes y teatrales, sacó todo el jugo posible a su papel. Mucho más flojo su compatriota Umberto Chiummo de timbre árido, innoble y engolado, lleno de desigualdades, que arruinó la interpretación de sus dos arias. En la tantas veces referida ejecución concertística de 2012 en el Auditorio Nacional no hubo ningún contratenor, en esta ocasión concurrieron dos, aunque, afortunadamente, de muy buen nivel, superiores a otros compañeros de cuerda más afamados y medíaticos.

   En primer lugar, Bejun Mehta que compuso un estupendo Bertarido. Aunque no puede librarse de algunos sonidos fijos propios de esta cuerda, su voz está muy bien proyectada, totalmente liberada y corre muy bien por la sala. Su fraseo, bien trabajado, consigue llegar al público y su entrega e intensidad en la expresión superan las limitaciones lógicas en ese ámbito derivadas de la producción del sonido asentada en la técnica falsetística, sin fusión de registros y basada exclusivamente en el de cabeza. Su coloratura rápida fue deslumbrante como demostró en una magnífica “Vivi tiranno”, por la que recibió una gran ovación del público. Fantástico en su duo con Rodelinda, otro de los grandes momentos de la noche, en el que empastó bien con la Crowe. Brillante también en “Scacciata dal suo nido”; algo por debajo, sin embargo, más apagada, su interpretación de la fantástica “Dove sei”. El Estadounidense Lawrence Zazzo cuenta con una voz menos aguda, más de contralto y por tanto, un centro con más cuerpo y armazón, a cambio, la franja aguda resulta tasada. Impecable su musicalidad y un fraseo al que busca siempre dar vida e intención. Éxito clamoroso con ovaciones especialmente centradas en Bejun Mehta y la orquesta.

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