CODALARIO, la Revista de Música Clásica
Está viendo:

Crítica: 'Rusalka' de Dvorak en el Metropolitan de Nueva York

  • Comparte en Facebook
  • Comparte en Twitter
  • txcomparte_whatsapp
Autor: Pedro J. Lapeña Rey
16 de febrero de 2017

Notable producción de Rusalka queno hace olvidar la anterior de Otto Shenk con Renee Fleming.

NOTABLE PRODUCCIÓN 

   Por Pedro J. Lapeña Rey
Nueva York. Metropolitan Opera House. 9-II-2017. Rusalka (Antonin Dvorak/Jaroslav Kvapil). KristineOpolais (Rusalka), Brandon Jovanovich (El príncipe), Eric Owens (Vodník), JamieBarton (Jezibaba), KatarinaDalayman (La princesa extranjera). Dirección Musical: Sir Mark Elder. Dirección de escena: Mary Zimmerman.

   Con el estreno de Rusalka, llegamos al quinto estreno de la temporada del Metropolitan. Un estreno encargado a la conocida directora teatral Mary Zimmerman, en su cuarta producción para el coliseo neoyorquino y que sustituye a una de las producciones emblemáticas del MET de los años 90 del pasado siglo. La preciosa y espectacular de Otto Schenk, estrenada en 1993 con Gabriela Benacková y Ben Heppner, que con los años y a través de las reposiciones de 1997, 2004, 2009 y 2014 se convirtió en uno de los caballos de batalla de la diva norteamericana Renée Fleming.

   Rusalka, la ópera más famosa del compositor checo, fue estrenada en 1901, cuando  con sesenta años, residía en Praga tras haber regresado de su etapa neoyorquina y apenas le quedaban tres años de vida. El libreto, redactado un par de años antes por el dramaturgo y poeta Jaroslav Kvapil, bebía de diversas fuentes, entre las que se encontraban la leyenda eslava de “Rusalka”, un espíritu del agua que habita en lagos y ríos, o el cuento “la sirenita” de Hans C. Andersen. Cuando Dvorak lo leyó, le llegó la inspiración para componer una música deliciosa, de una belleza impactante y una carga dramática a priori difíciles de encontrar en un cuento de hadas. En esta obra aplica toda la sabiduría musical adquirida durante su vida. Encontramos leitmotiv, un tratamiento exquisito de los números vocales, y una perfecta simbiosis de tonalidades mayores para construir la felicidad y el amor con tonalidades menores para describir la desgracia o el drama.

   La historia de Rusalka, un cuento de hadas que nos relata la historia de una ninfa que se transforma en humanapor amor a un príncipe pero que acaba regresando a su lago al descubrir la dura realidad del mundo, es una bicoca para un director de escena con ideas claras y un alto grado de imaginación. Mary Zimmerman, ganadora en su día de un Premio Tony por su trabajo en Broadway y de quien yo solo conocía su Lucia de Lammermoor, una producción un tanto decepcionante, construye en esta ocasión una Rusalka con luces y sombras, que acaba resultando más una colección de cuadros de indudable atractivo que una verdadera obra redonda.

   El escenógrafo Daniel Ostling plantea una escena inicial donde reduce el escenario con unos grandes lienzos, a la manera de Turner, que cubren el escenario de arriba hacia abajo y que encuadran la charca donde habitan Rusalka– vestida por la figurinista Mara Blumenfeldcomo una sirena que se arrastrar por tierra -y su padre Vodnik– que más que un espíritu del agua parece una rana verde de alto rango- , rodeando una islita con un sauce de tronco retorcido, que da una sensación algo claustrofóbica. La bruja Jezibaba transforma a Rusalka en humana en un quirófano que podría ser el del Gabinete del Doctor Caligari. El cuadro final del primer acto, el del primer encuentro de los amantes nos transporta por fin a un escenario ideal, de una gran luminosidad y fuerte atractivo visual, donde va a triunfar el amor. El príncipe, con una capa de cuero, envuelve a una Rusalka vestida de blanco con la capa y se la lleva en brazos a su castillo. En el segundo acto, la ninfa, ya humana aunque sin poder hablar, se encuentra como un pulpo en un garaje en el castillo, lo que se refleja sobre todo en la danza – más caótica que sensual - que transcurre en el salón, y ahí ve con horror como el Príncipe, cansado de su actitud gélida, cae en los brazos de la Princesa extranjera. En el tercer acto volvemos al escenario inicial, aunque en esta ocasión algo más marchito, anticipo quizás del nuevo encuentro entre Rusalka y el Príncipe, que ella sabe que será letal.

   A nivel vocal también tuvimos de todo con mejor nivel en las voces femeninas que en las masculinas. La letona Kristine Opolais está aquí mucho mejor que en la Manon Lescaut de la temporada pasada. Soprano lírica muy interesante en este repertorio, tiene la voz bien colocada, con un timbre que sin llamar la atención por su belleza, es atractivo y homogéneo. El registro agudo es holgado, timbrado y lo proyecta con soltura. El centro es más justo aunque para este papel es más que suficiente. De mucha menor calidad el registro grave que brilla por su ausencia.

   En escena tiene un indudable magnetismo. Vive el papel de tal manera que no te imaginas que se pueda hacer de otra manera. El suyo es un trabajo soberbio de creación de un personaje, al que el único hándicap que se le puede poner, es una pequeña falta de naturalidad. Cada movimiento está perfectamente estudiado y ejecutado, pero convence y además, en éste, que es uno de sus papeles fetiche, su frialdad innata le viene de perillas.

   Interpretó con mucha solvencia y seguridad la "Canción de la luna" -apoyada en el sauce dado que el vestido de sirenita no le daba muchas opciones – con frases muy medidas y una subida fácil al agudo. En su visita a Jezibaba transmitió toda la esperanza que le daba el encuentro del amor, mientras que en su dúo con Vodnik en el segundo acto, nos mostró una Rusalka vulnerable, desesperada y desesperanzada. Emocionante igualmente en el dúo final de la obra, con el que redondeó de la mejor manera posible la mejor actuación que yo la he visto en vivo.

   Como la bruja Jezibaba tuvimos a la excelente mezzosoprano Jamie Barton. Con una voz oscura, sombreada, de gran tamaño pero que maneja de manera excelente hizo una auténtica recreación de un personaje. Su presencia escénica es innegable y sacó partido tanto de su faceta cómica como de la de “mala malísima”. Excelente.

   Katarina Dalayman es una cantante con buen material de origen, que le echa mucha garra, aunque la técnica no es precisamente lo suyo. Cercana en muchas ocasiones al grito y bastante descontrolada en general, hizo una Princesa extranjera más intensa y desgarradora de lo que es este personaje.

   Las voces masculinas por su parte, aun teniendo sus cosas buenas, no tuvieron el mismo nivel. El tenor americano Brandon Jovanovich posee un material interesante, con un centro redondo y oscuro. Su presencia escénica es arrebatadora y como príncipe ejerció de “chico guapo” ante el que todas tienen que caer rendidas a sus pies, y que no entiende lo que pasa cuando se enfrenta a la frialdad de Rusalka. Ese ardor juvenil, contagioso, con arrestos y que te predispone a su favor, no oculta un fraseo bastante tosco y descuidado, y una técnica bastante rudimentaria, donde sus subidas al agudo son tirantes y por las bravas, como el del dúo final – que por lo demás cantó bien, con energía y pasión - que entró apretando mucho y que estuvo a punto de calar. Es una pena, porque tiene material y disposición para hacerlo mucho mejor. Si en este personaje tiene estos problemas, no veo cómo puede sacar adelante papeles más heroicos.

   El barítono Eric Owens, con voz noble y oscura y de cierta proyección, tiene el hándicap de una emisión engolada que la afea. Se le notó cansado. Escénicamente hizo un Vodnikcreíble e inquieto ante el triste final que le espera a su hija, siendo casi desgarrador su lamento del segundo acto.

   Bien el resto de los comprimarios. Anthony Clark Evans fue un atractivo cazador, Alan Opie un eterno guardabosques y Daniela Mack una tensa cocinera. Las duendecillas del bosque fueron Hyesang Park, que debutó con una atractiva voz, Megan Marino y Cassandra Zoé Velasco.

   A la batuta de toda la producción se situó Sir Mark Elder. La versión fue correcta, con todo en su sitio, muy controlada, con un sonido orquestal excelente y con un cuidado exquisito hacia los cantantes. Sin embargo Rusalka es un cuento de hadas sobre una historia de amor, y en su interpretación echamos en falta más fantasía, más acentos y más tensión. Solo en el dúo final pudimos sentir ese cosquilleo de las grandes ocasiones. Al terminar la función, el público ovacionó a todo el elenco y en especial a Kristine Opolais, Jamie Barton y Brandon Jovanovich (a éste casi con aullidos).

   Sin embargo, los recuerdos te pueden jugar malas pasadas. En mi primera visita al MET hace trece años, tuve ocasión de presenciar la producción de Otto Schenk con Renée Fleming, Dolora Zajick, Eva Urbanova, OlegKulko y Willard White, todos ellos dirigidos por un inmenso Sir Andrew Davis, en una de esas funciones recordaré mientras viva. Aquello fueron palabras mayores. Aquí, siendo una función notable nos hemos quedado lejos.

Contenido bloqueado por la configuración de cookies.
  • Comparte en Facebook
  • Comparte en Twitter
  • txcomparte_whatsapp

Compartir

<< volver

Búsqueda en los contenidos de la web

Buscador

Newsletter

Darse alta y baja en el boletín electrónico