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CRÍTICA: INSPIRADO 'SIEGFRIED' DE WAGNER EN EL TEATRO MAESTRANZA DE SEVILLA, BAJO LA DIRECCIÓN DE PEDRO HALFFTER. Por Alejandro Martínez

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Autor: Alejandro Martínez
21 de diciembre de 2012
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"SIEGFRIED" INSPIRADO Y COMO UNA "FURA"

Sevilla. 15/12/2012. Teatro de la Maestranza. Dirección musical: Pedro Halffter; Dirección de escena; Carlus Padrissa (La Fura dels Baus);  Videocreación: Franc Aleu; Escenografía: Roland Olbeter; Figurinista: Chu Uroz; Iluminación: Peter van Praet. Sigfrido: Lance Ryan; Brünnhilde: Catherine Foster; El Caminante: Alan Held; Mime: Robert Brubaker; Alberich: Gordon Hawkins; Erda: Christa Mayer; Fafner: Kurt Rydl; Pájaro del Bosque: Cristina Toledo. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla.

      El Teatro de la Maestranza de Sevilla continuaba este año su encomiable apuesta por representar, año a año, el Anillo wagneriano, con la propuesta escénica de La Fura dels Baus y un cartel de primer nivel. En esta ocasión, llegaba el turno de la tercera jornada de la tetralogía, con Siegfried. El resultado global de las representaciones ha sido excelente, sobre todo por el deslumbrante sonido obtenido por Halffter desde el foso, al frente de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Un sonido brillante, teatral, con una recreación cromática ciertamente inspirada, con unos metales infalibles, unos vientos aplicadísimos y una cuerda tersa y virtuosa. El tercer acto quedará en el recuerdo de los asistentes como un momento de supremo goce estético, conjugándose las proyecciones de La Fura con un sonido apabullante y poético a partes iguales. Insistimos pues en la sobresaliente labor de Halffter, que demostró una vez más su valía como batuta al frente de este repertorio.
      En el apartado vocal, quizá fue el protagonista, Lance Ryan, el que estuvo precisamente algo por debajo del nivel global de la representación. Es destacable, qué duda cabe, su resistencia, su capacidad para llegar hasta el final de la representación sin acusar fatiga o merma alguna en su emisión. Pero no es menos cierto que su voz no es la de un heldentenor, ni siquiera la de un tenor dramático de enjundia, por mucho que tenga un rol como el de Otello en su repertorio. Posee más bien un instrumento de Jugendliche tenor, con un timbre que añade a su canto un cierto brillo juvenil, un toque metálico.
      El agudo no deslumbra, la proyección es comedida, y el fraseo insistentemente enfático, falto de contrastes y algo ayuno de poesía e intimismo en líneas generales. Seguramente, ante la ausencia de auténticos heldentenores en nuestros días, sean voces como la de Lance Ryan la que ocupen ese vacío, pero cabe dudar de que tal reemplazo se produzca por méritos propios. Más bien, circunstancia paradigmática, la suya, en la que el tuerto reina entre los ciegos. En el caso de Ryan, asistimos más bien al logrado esfuerzo de una voz para un Erik (El Holandés errante) o un Max (El cazador futivo) cantando el rol de Siegfried. No es la mejor opción, pero parece ser la única, vista su presencia con este papel en todos los grandes teatros que programan este título esta temporada. Junto a él, destacó sobremanera, desde su primera intervención, el Mime de Robert Brubaker, un cantante ya experimentado, con un timbre de Charaktertenor más que estimable y sobre todo dueño de una proyección excelente. En ocasiones, si no fuera por sus apreturas en el agudo más extremo, casi dio la sensación de tener un instrumento más apto para el rol del Siegfried que el que ofrecía Ryan a su lado. Un espléndido Mime, como decíamos.

      El barítono norteamericano Alan Held, que recientemente habló para Codalario sobre su trayectoria, encarnaba el rol de Wotan y fue quizá el intérprete más satisfactorio del reparto en la conjunción entre labor vocal y compromiso interpretativo. Quizá no sea una voz tan mediática como la de Pape o la de Terfel, pero es un barítono tan solvente como aquellos y con sobrada presencia y seguridad para acometer este exigentísimo repertorio. Su timbre, con esa amalgama de sonidos metálicos y resonancias más veladas, se inscribe en la línea de los que ofrecían antaño un George London o un James Morris, y sirve así a la perfección al carácter frustrado y cariacontecido de Wotan. Escénicamente, además, su envergadura acompaña a la hora de dar empaque a un rol que Held sirvió con plena solvencia, salvo por algún ascenso más fatigoso al agudo y algún esporádico desaliento para seguir los impetuosos tiempos marcados a veces por Halffter.
      Debutaba en Sevilla la soprano británica Catherine Foster, al cargo del rol de Brünnhilde, que también encarnará este año en Bayreuth. Ya hablamos de ella anteriormente, con motivo de su Brünnhilde en La Valquiria berlinesa de octubre. Entonces valoramos su vocalidad, desbordante aunque también algo desbordada, podríamos decir. El material es amplio, bien timbrado, metálico, pero el agudo no siempre es infalible ni comparece bajo total control en su emisión. Foster adolece, sobre todo, de un fraseo bastante anodino. Cumplió en líneas generales con su cometido, sobre todo en los momentos del dúo con Ryan, pero posee un material que debiera servir para creaciones de mayor enjundia.
      Gordon Hawkins fue un Alberich correcto, un tanto monocorde en su expresión y no sobrado de medios, pero eficaz. Lo mismo cabe decir de la Erda de Christa Mayer, solvente en su intervención. Kurt Rydl, sin duda ya en la etapa última de su larga carrera, sirvió con esforzada suficiencia al rol de Fafner, si bien con un acusado vibrato y una erosión tímbrica palpable. Por último, Cristina Toledo, de cuyo trabajo interpretando el papel de Gilda ya hemos dado cuenta en otra ocasión, sirvió con timbre dulce y bien timbrado al rol del Pájaro del Bosque, dejándose oír con solvencia en la amplia sala del Maestranza. Una voz muy hermosa y una cantante a seguir, que nos atrevemos a sugerir que merece oportunidades de mayor enjundia.

      En el apartado escénico, La Fura dels Baus, con dirección escénica de Carlos Padrissa y escenografía de Roland Olbeter, muestra los mismos aciertos y los mismos deméritos que acostumbran a tener sus propuestas. Por un lado, resulta excesivo y aparatoso el recurso a elementos tecnológicos un tanto rebuscados y sofisticados, amén de la consiguiente y a menudo injustificada presencia de figurantes y masas en escena, bien sea para llevar las riendas de esos artilugios escénicos o bien sea para coreografiar alguna escena. Se tiene cierta sensación de horror vacui por parte de los responsables de La Fura, ante una escena a veces saturada de referencias un tanto insustanciales, que llegan al punto de distraer la atención del espectador de lo fundamental. A cambio, es innegable la espectacularidad técnica de algunas situaciones y el efecto plástico de muchas disposiciones. Sobresalen por su calidad y acierto las proyecciones de Franc Aleu, especialmente acertadas al comienzo del tercer acto y en la rememoración de Sieglinde. En líneas generales, el problema mayor de La Fura, extensible a casi todas sus propuestas, es la apuesta por una plástica antes que por una dramaturgia. No hay apenas indagación en el texto, en los caracteres de los personajes, etc. Como mucho, una eficaz disposición narrativa del libreto wagneriano, aderezada con momentos de irregular inspiración técnica y poética. Cabe preguntarse si el derroche de medios que implica este Anillo se corresponde a sus logros dramáticos. La espectacularidad técnica no lo es todo.
      En resumen, pues, un Siegfried musicalmente inspirado, sobre todo por la labor de Halffter desde el foso, con un reparto regular y homogéneo pero no descollante, y con una propuesta escénica que oscila en demasía entre la vacua espectacularidad técnica de algunas escenas y el acertado énfasis poético de otras. Una lástima, en todo caso, el mermado aforo de estas representaciones de Siegfried, que deberían haber tenido, por méritos propios, un lleno casi total. Nos permitimos un último apunte, por si el teatro tuviera a bien revisar esta cuestión en el futuro: la calidad de la traducción de los sobretítulos era francamente mejorable, llena de incorrecciones gramaticales y de traducciones de una errada literalidad que daba lugar incluso a vocablos inexistentes en castellano.

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