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Crítica: 'Simon Boccanegra' en el Teatro del Liceo de Barcelona, con Nucci, Frittoli, Sartori, Kowaliov y Ódena

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Autor: Raúl Chamorro Mena
22 de abril de 2016

NI MAR, NI AMELIA... NI VERDI

Por Raúl Chamorro Mena
Barcelona. 17-IV-2016. Gran Teatre del Liceu. Simon Boccanegra (Giuseppe Verdi). Leo Nucci (Simon Boccanegra), Barbara Frittoli (Amelia Grimaldi-Maria Boccanegra), Fabio Sartori (Gabriele Adorno), Vitaly Kowaliov (Jacopo Fiesco), Angel Ódena (Paolo Albiani). Dirección musical: Massimo Zanetti. Dirección de escena: José Luis Gómez. Reposición a cargo de Susana Gómez.

   Los principales antecedentes de Giuseppe Verdi, es decir, Vincenzo Bellini y Gaetano Donizetti, compositores protorománticos, trataron a fondo en sus dramaturgias la pasión amorosa, pero exclusivamente ese elemento. El genio de Le Roncole, sin embargo, no se quedó ahí y consideró todos los aspectos de la vida humana como susceptibles de ser objeto de una ópera, incluido el conflicto político, siempre evitado por sus antecesores, para los que, como mucho, era un mero elemento del marco histórico, un transfondo secundario, como sucede por ejemplo, en Lucia di Lammermooor y en I Puritani.

   Simon Boccanegra es un gran ejemplo de la presencia del elemento político en la dramaturgia verdiana y no en el mero aspecto de aliento patriótico o risorgimentale, sino con mucha mayor complejidad. El elemento amoroso también está presente, sin duda, pero como uno más que aviva los conflictos entre los personajes y sus pasiones enfrentadas.

   Las luchas fratricidas entre nobles y plebeyos y entre territorios. El hombre a ajeno a la política que se ve aupado al poder y entra en conflicto con su vida personal. La nobleza, la búsqueda del bien común y altura de miras en el ejercicio del poder que se frustra por los intereses particulares y los enfrentamientos atávicos.

   Grandioso personaje Verdiano Simon Boccanegra, otro más para barítono, la cuerda psicológicamente preferida por el maestro, que la consideraba la más adecuada para plasmar la verdad dramática que obsesivamente buscaba. Estamos ante otro de los grandes padres del catálogo verdiano, al que el acceso el poder, no buscado, provoca el choque con sus problemas personales, amorosos y como padre. Cuando por fin recupera a su hija, ésta está enamorada de uno de sus más encarnizados enemigos y la muerte-provocada por el enfrentamiento político, por la traición fruto de las luchas de poder- le impedirá disfrutar de ese amor filial.

   Se reponía en esta ocasión la producción de José Luis Gómez estrenada en 2008, de la que mejor no decir mucho, porque no tiene nada. Ni el mar, absolutamente esencial en esta obra, ni ideas, ni dirección de escena, ni caracterización de personajes… La nada. Sólo se acentúa el carácter oscuro y lóbrego de la obra (no el único) y se echa mano de unos juegos de sombras ya muy vistos.

   Massimo Zanetti ofreció el año pasado un apreciable I due foscari concertísitco en el Liceu. Sin embargo, el Verdi maduro, sabio y con la plena maestría como orquestador ya consolidada, que revisó Simon Boccanegra en 1881 (junto con Boito como libretista) y dejó la versión definitiva de la obra, pareció quedarle grande. Una labor desorganizada, irregular, que sólo puso acento –y excesivo-en los momentos más agitados y enérgicos, obviando los más líricos y de orquestación más fina y elaborada, además de faltar atmósferas, sentido narrativo y verdadera tensión. La orquesta sonó borrosa, con escasa claridad de texturas y refinamiento tímbrico y aunque la cuerda tuvo más empaque que otras veces, sonó escasamente pulida, más bien de trazo grueso. En el aspecto positivo, su buen acompañamiento a los cantantes, teniendo en cuenta además, que el protagonista iba a su aire y la soprano presentó un estado vocal comatoso. Notable el coro.

   El admirable Leo Nucci que cumplía nada menos que 74 años el día antes de la función que aquí se reseña, presenta un estado vocal aún asumible para la referida edad, pero lejos de ser el más apropiado para un papel de tanta enjundia. La voz en centro y grave suena seca, sorda, leñosa, y pareció mermada de volumen, sólo la zona aguda se sigue mostrando desahogada. Ese dominio de las tablas, del efecto teatral, que en Rigoletto aún le permiten buenos momentos, no valen para un personaje como Simon, más introspectivo y lleno de profundidades y aristas psicológicas. Su legato, que nunca fue de alta escuela, se ve cada vez más penalizado por notas empujadas, abundantes portamenti di sotto y arrastres. Asimismo, concurrieron la ausencia de matices, de contrastes, de canto piano… Queda su personalidad, su carisma, pero insisto, en Simon, no son suficientes.

   El que firma disfrutó hace trece años una estupenda Amelia Grimaldi a Barbara Frittoli en la Ópera de Viena, pues bien, absolutamente sorprendido y alarmado quedó al observar el estado vocal en que se encuentra la soprano italiana, aún joven y que hace cuatro años ofreció una buena Adriana Lecouvreur en el Liceo. El centro totalmente agujereado, el agudo imposible, puro grito (el ascenso al si bemol con salto interválico de su aria de salida fue calamitoso) y se vió obligada a omitir gran parte de los ascensos de su parte. Una auténtica pena, porque su concepto de legato y su musicalidad son de gran clase, como pudo apenas vislumbrarse en el racconto “Orfanella il tetto umile”, pero fueron sólo un esquema, un bosquejo, al faltar la voz, totalmente arruinada.

   El papel de Gabriele Adorno, joven enamorado y ardoroso, rival político del protagonista, que fue estrenado en la revisión de 1881 por el mítico Francesco Tamagno, paradigma de tenor di forza, tuvo en Fabio Sartori un apreciable intérprete en lo vocal, pero sin interés en el aspecto interpretativo. Su material tenoril resonante, corposo en el centro, y con atractivo timbre estuvo acompañado de una buena línea de canto y muy correcto legato como pudo comprobarse en el bello cantabile “Cielo pietoso rendila”, aunque a las notas altas les falta giro, y su fraseo resultó escasamente variado e imaginativo. El altivo Fiesco fue servido con nobleza por un Vitaly Kowaliov ayuno de amplitud, de rotundidad, que lució un fraseo cuidado, pero monótono y falto de la autoridad, de la grandeza, que requiere este personaje extremadamante orgulloso, de alta estirpe patricia. Por su parte, Ángel Ódena con su voz recia, caudalosa y tonante exageró el lado torvo y siniestro del malvado Paolo Albiani.

Foto: A . Bofill

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