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Crítica: La Sinfónica de Castilla y León cierra temporada con el 'Réquiem' de Verdi bajo la dirección de Andrew Gourlay

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Autor: Agustín Achúcarro
26 de junio de 2018

Un colofón de curso fallido

   Por Agustín Achúcarro
Valladolid. 21-VI-2018. Auditorio de Valladolid, Sala Sinfónica Jesús López Cobos. Temporada de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Requiem de Verdi. Tatiana Melnychenko, soprano, Agunda Kulaeva, mezzo, Garrett Sorenson, tenor, y Nikolay Didenko, bajo. Coros de Castilla y León. Jordi Casas, director del coro. Andrew Gourlay, dirección

   La apuesta por el Requiem de Verdi era a priori tan atractiva como compleja, y aunque comenzó de forma esperanzadora, con una controlada frase descendente de los violonchelos y un cuidado piano, y acabó de la misma forma, el problema surgió en el resto de la obra. Andrew Gourlay convirtió el eje de la interpretación en una sucesión de fuertes y pianos bastante unívoca, en una suerte de efectismo constante. La partitura de Verdi conlleva mucho más y exige matices, una profusa coloración y una declamación muy específica, y los contrastes no pueden forjarse solo en cambios bruscos de volumen. Incluso en los momentos de mayor vértigo del Dies irae, cuando el terror se apodera de todo, se pueden perder unos pocos decibelios y colocar algún acento o modulación expresiva que consiga efectos aún más pavorosos.  

  Se obvió profundizar en recursos como el canto sotto voce, el parlato susurrado, el graduar la emoción en orquesta y voces o una articulación más variada, que hubieran permitido remarcar la distancia que existe entre los pasajes delicados y los puntos más álgidos, para así conjugar lo evidente con la sugerencia. Y este planteamiento se convirtió en constante como, por ejemplo, en la exagerada entrada del coro en el Sanctus, pues no se trata de forzarlo sino de exclamarlo y que luego la fuga no se vuelva borrosa.

   En el apartado de las voces solistas destacar la labor de la soprano Tatiana Melynchenko y la mezzo Agunda Kulaeva, que no solo consiguieron empastar sus voces, sino que alcanzaron el carácter que define al Requiem verdiano. Claro ejemplo de lo dicho fue el dramatismo y el aspecto sombrío que la mezzo dio al Liber scriptus proferetur y la manera con la que declamó la soprano el Libera me en el que la súplica, que por momentos tiene tintes de exigencia, alcanzó un grado de emoción equiparable a un texto en el que se pide: “Libérame, Señor, de la muerte eterna”. En cuanto al tenor Garrett Sorenson su constante tendencia a apretar la voz deslució su parte, pues le impidió un legato fluido y realizar pianos, por lo que pasó no pocos apuros en los agudos, no pudiendo con el del Ingeminisco. Al bajo Nikolay Didenko le faltó versatilidad y la profundidad en la voz para cantar rotundamente Mors stupebit y declamar con flexibilidad su suplicante Confutatis, por lo que partiendo de esta base mantuvo un nivel por lo general correcto en el resto de sus intervenciones. A ambos les costó mucho equilibrar sus voces con el resto.

   ¿Se intenta con este comentario reflejar que todo fue mal? No, porque entre otras cosas no sería cierto. Se intenta reseñar que la obra tiene mucha más enjundia que los efectos inmediatos y que la OSCyL ha alcanzado un nivel en el que ya no deben tener cabida ciertos planteamientos, con independencia de que luego las cosas puedan salir peor o mejor. Habrá, pues, que señalar en positivo, momentos tales como los del Kyrie, los pasajes a capella, como el de soprano y mezzo en el Agnus Dei o el Offertorio cuando surge la petición de piedad para las almas.

   Señalar también que los denominados Coros de Castilla y León -concretamente el coro del Conservatorio Superior de Castilla y León, la Coral Harmonia, el Coro Piccolo, Alterum Cor, Coro Discantus y Audi Nos- pusieron de manifiesto la capacidad de sus voces y el buen hacer de sus directores Blanca Anabitarte, Valentín Benavides, Ramiro Real, Íñigo Igualador y Mikel Díaz-Emparanza y de su preparador Jordi Casas. Otra cosa es la valoración en función de lo que en ciertos momentos se les pidió que hicieran. Por otra parte, habrá que insistir en la necesidad de contar con un coro para la OSCyL o para Castilla y León, que bien pudiera dirigir Casas, incluso con estos mimbres o similares, y que posiblemente para el colofón de una temporada sería conveniente recurrir a un coro profesional o que posea esas hechuras. En relación al tema de los coros no parece muy apropiado citarles como Coros de Castilla y León cuando cinco de los seis son de Valladolid.

   Se deja para el final el comentario sobre el espectáculo visual que acompañó al Réquiem, (Una propuesta de Slide Media para la OBC y el Auditorio de Barcelona que puede que allí funcionara) con una proyección de imágenes entre lo abstracto, el universo y la naturaleza. Realmente pareció que estorbaba más que aportaba, dando la sensación de que hubiera valido para ésta y otras muchas obras. La fina tela sobre la que se proyectaban las imágenes hizo que en no pocas ocasiones se vieran casi más los palcos posteriores de la sala, y desde la perspectiva de las butacas desde las que se hace este comentario se veía mejor lo que se reflejaba en el lateral izquierdo del fondo que lo de la pantalla.

Foto: OSCyL

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