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'Sokolov, el profeta'. Por Juan José Silguero

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Autor: Codalario
24 de febrero de 2017

SOKOLOV, EL PROFETA

Por Juan José Silguero
A simple vista, el piano parece un instrumento limitado, imperfecto. Su sonido es demasiado duro, demasiado percusivo; su timbre tan soso como un lienzo en blanco, y su inflexible división en tonos y semitonos resulta de una pedantería casi intolerable. Uno cree conocer más o menos el sonido de un piano y sus limitaciones, sus virtudes y sus defectos...

Hasta que escucha a Sokolov...

Solo entonces se comprende qué poco imaginativos son los demás pianistas, constatando esa verdad que todos sabemos más o menos desde siempre, pero que a veces olvidamos: no se trata de un solo instrumento, sino de todos a la vez. Y allí donde creías vislumbrar limitaciones o umbrales tiránicos -dinámicos, tímbricos o metronómicos; inmovilidad formal; convenciones estáticas de cualquier tipo-... allí donde te dices "ya no se puede tocar más piano, o más fuerte; más rápido o más lento, sin que se venga abajo...", Sokolov siempre puede.

Pero no un poquito. No.

Mucho.

Mucho más allá, de hecho, de ese arduo lugar en el que se suelen desarrollar las leyes de lo verosímil...

Pero ya no se trata de esa pirotecnia absurda de los diletantes habituales tipo Lang Lang, Rodhes, Wang y tantos otros "artistas" (con los que en realidad siempre hemos convivido), sino de esa urgencia vital, de esa chispa divina que, como artista y como ser humano, te impele a aspirar cada instante como si fuera el último, como una revelación.

Eso es lo que pasa con Sokolov, permanentemente.

Pero hay algo más que eso... Hay mucho más.

Sokolov es un artista. Y esto no es común entre los pianistas profesionales.

En Sokolov conviven en una sola (y voluminosa) naturaleza dos virtudes aparentemente irreconciliables: humildad y grandeza. De los realmente grandes se aprende hasta viéndoles ir a comprar el pan... De Sokolov se aprende con solo verle caminar sobre el escenario (y más aún tras haber visto a tantos grandes divos como Pogorelich, Pollini, Zimerman, Kissin, Schiff, Brendel...).

Esa forma de caminar, esa forma de mirar, esa forma de tocar no puede aprenderse, ni tampoco aprehenderse. No es pose ni impostura, sino que, sorprendentemente, es de verdad. Es humildad de verdad.

En otros casi te extraña que no leviten hasta el piano... En Sokolov lo que te extraña es el chaqué.

Sokolov no espera que toda esa gente esté allí por él. De hecho se podría decir que no espera nada. Carece de expectativas.

Solo toca.

No hay artista más sensible, ni ser humano más poderoso. Es el pianista de los pianistas, claro que lo es, pero también es una inspiración, y una incógnita.

Bien pensado es impresionante.. Deambula por el camino de la verdad y la belleza con la naturalidad de un arcángel, y solo da muestra de semejante prodigio enarcando ligeramente las cejas mientras lo hace, con profundo pesar..

¿Lo hará ante el destino de esta doliente humanidad?

Sokolov convierte a los espectadores en sus semejantes... aunque solo temporalmente.

Apenas exagero...

Mi querido y admirado maestro Anatoli Povzoun decía que a Sokolov lo podías despertar a las 3 de la mañana para tocar ante cinco mil personas.. y que éste se limitaría a incorporarse y ponerse tranquilamente los pantalones.

Hace ya 20 años de aquello... Caminando con parsimonia se llega lejos.

No parece habitar en él nada de esa hiératica compostura interna, nada de esa tensión angustiosa por sostener el océano de expectativas que su simple mención ya inspira.

Simplemente toca.

Por todo esto, Sokolov es el único artista capaz de arrastrarme a ese antro de ego llamado Auditorio.

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