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Crítica: Sondra Radvanovsky protagoniza 'Roberto Devereux' de Donizetti en la Ópera de San Francisco bajo la dirección de Riccardo Frizza

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Autor: David Yllanes Mosquera
17 de septiembre de 2018

En plena forma

   Por David Yllanes Mosquera | @davidyllanes
San Francisco. War Memorial Opera House.  8-IX-2018. Roberto Devereux (Gaetano Donizetti). Sondra Radvanovsky (Elisabetta), Russell Thomas (Roberto Devereux), Jamie Barton (Sara), Andrew Manea (Duque de Nottingham), Amitai Pati (Lord Cecil), Christian Pursell (Raleigh). San Francisco Opera Orchestra. Dirección escénica: Stephen Lawless. Dirección musical: Riccardo Frizza.

   Aunque parezca mentira, Donizetti es un filón todavía relativamente inexplorado en los EE.UU. En mayor medida que en Europa, su presencia en las temporadas está dominada por el trío de Don Pasquale, Elisir y Lucia, mientras que un no desdeñable porcentaje del público sospecha que un señor que escribió casi 70 óperas no puede haberlas hecho con el suficiente cuidado como para que haya más que valgan la pena. Y, sin embargo, las hay –y vaya si las hay–. Afortunadamente, la amplia producción del bergamasco se está aprovechando cada vez más en los teatros norteamericanos. En las últimas dos o tres décadas, esta exploración ha estado liderada principalmente por las óperas popularmente –pero no en su origen– agrupadas como la trilogía Tudor: Anna Bolena, Maria Stuarda y Roberto Devereux. Las tres ofrecen un papel protagonista extraordinario y exigentísimo, irresistible vehículo de lucimiento para las divas que se atrevan con él y consigan salir airosas.

   La más reciente en esta serie de grandes sopranos que se han enfrentado a las reinas donizettianas es la estadounidense Sondra Radvanovsky, quien hace tres años se planteó el reto de cantar la trilogía completa en una temporada del MET. Siendo una soprano dramática, con un instrumento formidable pero que había pasado por papeles verdianos muy pesados, este proyecto belcantista generó algún escepticismo inicial. Sin embargo, si bien estos papeles contienen muchas agilidades, se trata siempre de una coloratura dramática, que ante todo requiere una voz de entidad. Pero la pasta vocal y fuerza dramáticas se encuentran en abundancia en esta cantante, que alcanzó un gran éxito y nos dejó lo que es ya un hito de la historia reciente del MET, en particular con tres escenas finales para el recuerdo.

   Ahora, en el inicio de la temporada 2018/2019, la SF Opera vuelve a contar con Radvanovsky para la última ópera de esta oficiosa trilogía. Roberto Devereux es, seguramente, la obra más satisfactoria dramáticamente de las tres. El libreto de Cammarano cuenta una historia sencilla, un triángulo amoroso en el que la mujer despechada es una reina y el galán es aún encima un noble rebelde, con lo que su trágico final parece inevitable. Sin embargo, la estructura está muy bien armada y la tensión nunca decae –destaca aquí el compacto segundo acto, que Donizetti plantea como un continuo que anticipa los planteamientos de maestros posteriores–. Aspectos dramáticos al margen, de lo que no cabe duda es de que la Elisabetta es vocalmente la más temible de las tres reinas. En efecto, se trata de un papel de soprano assoluto, con una tesitura imposible y que necesita de todas las armas del arsenal sopranil.

   Ante semejante reto, Radvanovsky no pareció arredrarse. Ya en su aria de salida demostró una total entrega y dejó impactado al público sanfranciscano, quien la premió con una larga y entusiasta ovación. A partir de ahí la intensidad no decayó y fue una delicia verse envuelto en el torrente Radvanovsky, disfrutando de su gran aptitud para desatar y recoger la voz, sin perder expresividad. En este aspecto fue claro el salto de calidad desde su Elisabetta de Nueva York. Si entonces los primeros actos fueron algo más cautos, pareciendo reservar para los momentos principales, ahora funciona a plena marcha desde el principio y se aprecian algunos detalles más personales –lo mismo sucedió con su Anna Bolena de Toronto la pasada primavera–. También ha logrado profundizar en la caracterización, que nos presenta con muchísima fuerza una mujer de tremendo carácter, que procura ocultar sus también tremendas vulnerabilidades hasta que todo colapsa. Ciertamente, si miramos todo con lupa se aprecian imperfecciones, como una articulación italiana y una coloratura mejorables. Pero ante una creación de esta intensidad y hondura dramática no queda sino quitarse el sombrero. En definitiva, estamos ante una soprano que atraviesa un estado de forma exultante y es consciente de ello, lo que le permite entregarse a fondo de principio a fin.

   Dicho todo esto, esta obra no se reduce solo a la Elisabetta. Afortunadamente, la SF Opera ha conseguido completar un trío protagonista de campanillas, con la participación de Jamie Barton (Sara) y Russell Thomas (Roberto Devereux). El del conde de Essex, en particular, es un papel de mucha enjundia, aunque a menudo quede totalmente sepultado por el volcán de Elisabetta. No ha sido el caso de un Thomas que nos ha presentado un Devereux particularmente carismático, seguro de sí mismo, lo cual genera un satisfactorio contraste cuando, perplejo, contempla su destino en la magistral escena de la Torre. La vocalidad de este tenor es totalmente adecuada al papel y Thomas canta siempre con gusto e intención detrás de cada palabra. Espero que continúe profundizando en el Devereux –este era su debut– pues, si logra limar alguna aspereza técnica creo que se puede convertir en uno de sus mejores papeles, si no lo es ya.

   También debutante era la Sara de Jamie Barton, quien continúa saltando de los papeles wagnerianos a los belcantistas. Pero sus recientes Frickas y Waltrautes no han hecho mella en un registro agudo deslumbrante. Su dominio de la técnica vocal es admirable y estamos además ante una mezzo con una voz capaz de enfrentarse de tú a tú ante la estentórea Radvanovsky. Si acaso se le podría pedir una mayor garra interpretativa, aunque en este aspecto parte de la responsabilidad está en una dirección escénica algo floja para su personaje. Es importante también mencionar la gran química existente entre estos tres artistas, ya muy acostumbrados a trabajar juntos –en la propia San Francisco han sido Norma, Adalgisa y Pollione recientemente–.  

   Cerraba los papeles principales el Nottingham de Andrew Manea, en sustitución de un lesionado Artur Rucinsky. Manea es un Adler fellow, un miembro del programa de jóvenes cantantes de la compañía, que habitualmente se encargan de papeles comprimarios y de covers de otros de mayor entidad. En este sentido cabe valorar positivamente el desempeño de este barítono. El papel todavía lo supera y se mostró algo rígido tanto en escena como vocalmente, sobre todo al inicio de la ópera. Poco a poco, sin embargo, se fue soltando y terminó apuntando buenas maneras, aunque todavía le falte recorrido. Finalmente, los también Adler fellows Amitai Pati y Christian Pursell fueron unos correctos Cecil y Raleigh.

   Riccardo Frizza, experimentado director donizettiano, demostró siempre gran solvencia y afinidad con el material. Destacó sobre todo en un exquisito acompañamiento a los cantantes, que se vieron siempre muy bien apoyados y concertados. Quizás faltó un punto de tensión en determinados momentos. Hubo, eso sí, una decisión musical discutible: suprimir la repetición de la stretta en «Questo addio fatale, estremo», el dúo entre Essex y Sara que cierra el primer acto. No entiendo este corte, dado que no se gana más que un minuto, máxime teniendo en cuenta el alto nivel de ambos solistas.

   La producción de Stephen Lawless, que se ha visto ya en Dallas y Toronto, juega con la idea de que las vidas de estos personajes nunca pueden ser del todo privadas. Para ello, la  escenografía diseñada por el recientemente fallecido Benoît Dugardyn –a quien iba dedicada esta función– ambienta la acción en el centro del famoso Globe Theatre londinense. De vez en cuando se aprecian nobles poblando las galerías y espiando, mientras que el centro del escenario se modifica con sencillez pero eficiencia para recrear los diferentes ambientes –las estancias de Sara, la celda de la Torre–. Durante la obertura Lawless escenifica una pantomina resumiendo la historia de Isabel I, que no aporta mucho pero tampoco llega a distraer demasiado de la música. Para reforzar su concepción de unas vidas totalmente expuestas, Enrique VIII y Ana Bolena aparecen en vitrinas –  la propia Elisabetta acabará metida en una al final–.Ciertos detalles no funcionan –algunas posturas de Devereux, un Nottingham con manos ensangrentadas al final–.  

   Lo mejor que se puede decir de la producción es que está verdaderamente al servicio de una Radvanovsky que saca mucho jugo a cada imperioso gesto de la reina y a cada temblor que delata su fragilidad. Esto es especialmente notorio en la escena final. En muchas producciones, al alcanzar el clímax la reina se quita la peluca y desvela la mujer anciana que hay debajo –un gesto característico de Edita Gruberova, por ejemplo–. Sin embargo, aquí se nos muestra en camisón y medio calva desde el inicio de la escena. Lo que en otras manos podría llevar casi al esperpento, permite a Radvanovsky encontrar petróleo dramático. A pesar de empezar ya casi desquiciada es capaz de ir incrementando la tensión y de llevarnos por una espiral de demencia hasta llegar a un «Quel palco di sangue rosseggia… Dell’anglica terra sia giacomo il re!» que dejó al público sin aliento en sus butacas y puso un broche de oro al inicio de la 96.ª temporada de la SF Opera.

Foto: Cory Weaver/San Francisco Opera

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