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Crítica: 'Visiones y viajes' de la Tafelmusik Baroque Orchestra en Toronto

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Autor: Giuliana Dal Piaz
3 de marzo de 2017

VISIONS AND VOYAGES: CANADA 1663-1763

   Por Giuliana Dal Piaz
Canadá. Toronto, 22-II-2017. Trinity-St. Paul’s Centre. Temporada 2016-17 de la Tafelmusik Baroque Orchestra VISIONS & VOYAGES: CANADA 1663-1763 (22-26 de Febrero), desde una idea de Alison Mackay. Músicas de Marin MARAIS, Louis COUPERIN, Jean-Baptiste LULLY, Marc-Antoine CHARPENTIER, Henry PURCELL, Georg Philipp TELEMANN, George Frideric HÄNDEL, Robert DE VISÉE y Jean-Philippe RAMEAU. Dirección musical: primeros violines Geneviève Gilardeau (primera parte) y Julia Wedman (segunda parte). Narrador: Ray Cunningham. Bailarín y coreógrafo: Brian Solomon. Diseño producción y luces: Glenn Davidson. Imágenes y proiección: Raha Javanfar. Orquesta Barroca TAFELMUSIK de Toronto.

   En 2017, la Tafelmusik Baroque Orchestra se suma a las conmemoraciones del 150 aniversario de la creación de Canadá como entidad federativa, con un concierto-espectáctulo ideado por Alison Mackay. La instrumentista ha estado tocando el violón y el contrabajo en la Tafelmusik desde 1979, siendo también la creadora de eventos interculturales y multimediales. Como lo ha venido haciendo desde 2004 (desde The Four Seasons: a Cycle of the Sun o The Galileo Project, hasta Tales of two Cities: Leipzig-Damascus), Alison lleva a cabo una exhaustiva investigación histórica y selecciona textos y piezas musicales relativos al tema que escoge, preparando sucesivamente la producción del espectáculo con el realizador y director de iluminación Glenn Davidson. Lo mismo hizo con este evento multimedial, “Visiones y viajes: Canadá 1663-1763” en cartelera en la Trinity-St.Pauls’ Centre del 22 al 26 de Febrero.

   La originalidad del evento no se limita a los meros hechos históricos – relatados por el texto y por muchas de las imágenes proyectadas – sino que sigue entre otros un peculiar hilo conductor: el castor y su importancia en el desarrollo de la economía canadiense, cuando su piel era el principal artículo de exportación a Europa, donde se le trabajaba para fabricar los negros tricornios (llamados precisamente “beaver”, nombre del castor en inglés), muy de moda en las cortes y utilizado por los oficiales de mayor rango en los ejércitos.

   El ensemble – que pronto extrenará nueva dirección artística, con la violinista italiana Elisa Citterio, recién nombrada Director Musical permanente de la Orquesta Barroca Tafelmusik – presenta en esta ocasión un par de cambios: el también italiano violista Stefano Marcocchi dejó Toronto por razones familiares y lo reemplaza temporalmente el joven Brandon Chui, mientras que al grupo de violines se añade Michelle Odorico (la cual parece necesitar sin embargo un poco más de experiencia y concentración). Los artistas invitados a Visions and Voyages son el actor Ryan Cunningham, de la gente aborígen Plains Cree quien es, entre otras cosas, Director artístico del conjunto “Native Earth Performing Arts”, y el bailarín/coreógrafo Brian Solomon, de origen Anishnaabe/irlandés, ya conocido también en los Estados Unidos, Gran Bretaña y otros países europeos.

   Los textos que Ryan Cunningham ha leído, provienen de diversas fuentes: “Relaciones” de Jesuitas franceses, diarios, cartas, documentos de archivo, manifiestos navales de carga, y unos versos del poema “Old story” de Armand Garnet Ruffo, de la gente aborígen Ojibwe y docente de Literatura Indígena en la Queen’s University.

  Durante la primera mitad del concierto, imágenes y textos han transmitido al público una idea de la vida, que se llevaba a cabo, en completa armonía con la naturaleza, en las antiguas comunidades indígenas antes del arrivo de los europeos, así como de la vida bastante distinta en la “Nouvelle France”, el vasto territorio colonizado en el siglo XVII y que hoy incluye a Québec, Newfoundland y Nova Scotia. A cada pieza de relato se han intercalado piezas instrumentales de compositores franceses de la época: desde la Sémelé de Marin Marais, las “Arias para Tebanos y Tebanas” han comentado antiguas citaciones y cierta despectiva actitud europea para con los indígenas; la “Passepieds en musette” ha acompañado el ir y venir de castores trabajando en su habitat fluvial, y el “Tremblement de terre” (también por Marais), dedicado al recuerdo del sisma di 1663 en Charlevoix –  el oboista John Abberger ha tocado las percusiones con una eficacia muy sugerente –, ha sido representado en pantalla por unas impactantes imágenes en blanco/negro/plata, obra del canadiense Simeon Posen, cuyas colecciones fotográficas figuran en el Metropolitan Art Museum de New York, además de en importantes galerías de Ottawa y Toronto.

   Siguió otro sisma, esta vez de tipo político, en la historia de Canadá: la disolución de la “Compagnie de la Nouvelle France” por un decreto con el cual, impulsado por su Ministro de Finanzas Colbert, el Rey Luis XIV se atribuyó el manejo directo de la provincia real de Québec. Este cambio ha sido comentado por una selección de compases desde la Suite orquestral de Alceste, obra de Jean-Baptiste Lully (“Marche des combattants”, “Rondeau pour la fête marine”, “Loure pour les pêcheurs” y “Pompe funèbre”), enfatizando en música, por un lado, el florecimiento de la cultura y la economía francesas con la creación de importantes instituciones (como la ‘Académie des Sciences’, el ‘Observatoire’, la ‘Académie de Musique’ -de hecho, la Ópera de París- o la ‘Manufacture des Gobelins’) y, por el otro, dos medidas provisionales en favor de la Nueva Francia: un incentivo a la repoblación de la colonia con la llegada de 800 mujeres francesas, les filles du Roi, y la firma en 1701 de la Gran Paz de Montréal con 39 tribus indígenas, que debería acabar con las guerras intestinas. La primera parte del concierto se cerró con el Preludio al Te Deum in Re Mayor de Marc-Antoine Charpentier, utilizado en la actualidad por las emisiones TV de la Unión Europea.

   No habiendo visto la Historia una auténtica política colonial francesa en la América del Norte, sobre todo en comparación con la clarividente expansión británica, que en el territorio canadiense crea la “Company of Hudson’s Bay” para controlar el comercio de pieles y minerales preciados, y más al sur se manifiesta en las trece colonias de las cuales nacerán los Estados Unidos de América, en la segunda mitad de estas Visions & Voyages toda la atención se concentra sobre Inglaterra. La moda del tricornio había sido lanzada por el Rey Sol para luego difundirse por toda Europa; pero eran prácticamente un monopolio británico tanto el comercio de la piel de castor como la producción del sombrero, llamado en Inglaterra “cocked beaver” (castor en tricornio). Existía incluso una canción popular anónima, Johnny, cock thy beaver! (Johnny, ¡enderézate el tricornio!) publicada en 1685, un tema sobre el cual el violín de Christopher Verrette y un contínuo de laúd y clavecín tocan una divertida serie de variaciones. Resuenan sucesivamente las composiciones de Henry Purcell para los monarcas que completaron la colonización inglesa de Canadá: la oda Come ye sons of art; King Arthur: “The Trumpet Tune” y la “Chacona”; Dido and Aeneas: “Danza triunfal”, todas compuestas en homenaje a Guillermo III de Orange; y finalmente la “Marcha” que, con otros compases de Purcell, fue incluída en el The Old Bachelor (El viejo solterón) de William Congreve, ópera presentada en Londres en ocasión de la visita (1710) de cuatro príncipes iroqueses (definidos The Four Kings of Canada) invitados de honor de la propia reina, Anna Stuart, sucedida a Guillermo III.

   Ese mismo año, se trasladaba definitivamente a Londres George Friderick Haendel (quien trabajará para la Reina Anna, pero también para sus sucesores Hannover, Jorge I y Jorge II) y Haendel es el autor de la música siguiente: la “Grande Entrée”, desde Alceste, con la utilización de oboes y violines no acostumbrados en una procesión real; el “Allegro” del Concerto Grosso in Re op. 3, n. 6; la “Marcha”, desde el Scipione – ésta se volvió famosa como Marcha de los Granaderos ingleses – y la Sinfonía desde Israel en Egipto, que el mismo Haendel adaptó desde un himno fúnebre que había compuesto anteriormente y que se utiliza aquí como una lamentación por la decisión de “llevar una civilización agresiva a los indios canadienses”.

   Jorge III sube al trono en 1760 y, al final de la Guerra de los Siete Años (la que Winston Churchill define “la primera guerra mundial” porque se combate en cuatro distintos continentes), uno de sus primeros cuidados es reforzar las posesiones inglesas en Norteamérica: con el Proclama Real de 1763, establece nuevas reglas para adquirir tierras indígenas sólo tras la autorización real, y para frenar la expansión colonial hacia el oeste. Tras un breve interludio para laúd de Robert de Visée, interpretado por Lucas Harris, todo el ensemble ejecuta dos exquisitas piezas de Jean-Philippe Rameau, “L’Entrée de Polymnie” desde Les Boréades (la ópera que se estaba preparando en el Palais Royal de París en 1763, cuando el teatro sufrió un incendio devastador), y la “Contredanse” desde Pygmalion, piezas que siguen a los versos de Armand Garnet Ruffo y comentan la coreografía de Brian Solomon, que ha dado forma y movimiento a la melancolía de violines y clavecín, expresando nostalgia por el final de un mundo pero también la esperanza de futuros despertares.

   La conocida revista digital “Musical Toronto” acaba de publicar una reseña en la cual un renombrado crítico musical canadiense señala, como una falta de coherencia en el evento, “la evidente distancia entre música de corte y relatos de colonización y avidez económica”, y concluye diciendo: “¿puede esto indicar que, en resumidas cuentas, Canadá no sabe aún qué tipo de cuentos quiere narrar acerca de si mismo, y cómo quiere narrarlos?” (John Therauds, Scrutiny, 23 de Febrero). Por mi parte, considero que esa distancia, esa contradicción, entre la vida lujosa que llevaban aristócratas y soberanos y lo que ocurría en cambio no tan sólo con los aborígenes en las tierras conquistadas (a menudo ni siquiera considerados humanos), sino también con las muchedumbres más humildes y desheredadas en las mismas sociedades europeas, constituye precisamente el objetivo y el sentido de la labor de Alison Mackay. No creo que Canadá se sienta más inseguro que otros países en relatar su propio pasado; es más, me parece si acaso más honesto y valiente que unos cuantos más. Los que presentan las más feroces e irremediables contradicciones son el pasado de toda nuestra “civilización” occidental, si no de la propia raza humana, así como el panorama global que ofrece el mundo de hoy.

Foto: Jeremy Chan

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