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CRITICA: UN 'BARBERO DE SEVILLA' SIN CHISPA DA COMIENZO A LA TEMPORADA DEL TEATRO REAL DE MADRID. Por Raúl Chamorro Mena

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Autor: Raúl Chamorro Mena
21 de septiembre de 2013

  ROSSINI POCO ESPUMOSO

 

IL BARBIERE DI SIVIGLIA (Gioachino Rossini) 19-9-2013, Madrid, Teatro Real. Serena Malfi (Rosina), Dmitry Korchak (Il Conte Almaviva), Mario Cassi (Figaro), Bruno de Simone (Bartolo), Dmitry Ulyanov (Don Basilio), Isaac Galán (Fiorello), Susana Cordón (Berta). Dirección musical: Tomas Hanus. Dirección de escena: Emilio Sagi. Escenógrafo: Llorenç Corbella.


    La temporada 2013-2014 del Teatro Real dio comienzo en plena marejada por la destitución de su director artístico, Gerard Mortier y el nombramiento de Joan Matabosch, hasta ahora al frente del Gran Teatre del Liceu de Barcelona, como sustituto. No parece muy elegante y mesurada la fulminante decisión, teniendo en cuenta que el belga se encuentra enfermo, ausente de Madrid y en pleno tratamiento por un cáncer. Más allá de que las formas no hayan sido las adecuadas y que tampoco ha ayudado el especial y polémico carácter de Mortier, que quería controlar su sucesión, desde estas líneas sólo cabe desear que la transición se realice de manera pacífica, sensata, sin perjuicio para el Teatro y el discurrir de su temporada. En tal sentido, sólo cabe desear que el Sr. Mortier se recupere de su enfermedad, que la gestión del teatro se politice lo menos posible y mucha suerte en su nuevo periplo a Joan Matabosch, al que avala su trayectoria en el gran coliseo de La Rambla Barcelonesa.


     Como curioso y posiblemente adecuado contraste a estas polémicas, la apertura de la nueva temporada llega de la mano de la sonrisa, la alegría de vivir, la ironía de Il barbiere di Siviglia. Una obra maestra, una joya del género buffo, en la que la genial inventiva rossiniana escancia una sucesión de números musicales magistrales y un perfecto mecanismo teatral de una chispeante comicidad, siempre elegante y refinada. Lástima que desde la dirección del teatro se haya considerado la programación de esta ópera una especie de concesión low cost al abono, a la espera de centrar todos los esfuerzos en otros acontecimientos más acordes con su línea programadora y de gustos personales. Se recuperaba para la ocasión la producción de Emilio Sagi que se estrenara en el año 2005 con un doble reparto, en el que destacó la presencia de la estrella Juan Diego Flórez, junto a María Bayo, Pietro Spagnoli y el veterano Ruggero Raimondi, ya en decadencia, pero que había interpretado un memorable Don Basilio en el Teatro de La Zarzuela en el año 1992.
    En esa ocasión pudimos asistir a una insustancial distribución, de las que ya vienen siendo habituales en estos últimos años del Teatro Real. Homogéneo en su grisura, una plana "labor global" sin personalidades vocales, ni teatrales. El tenor Dmitry Korchak de vocecita grata, pero impersonal, canta con aseo y conoce el estilo. Lució una coloratura trabajosísima y gutural en un vacilante "Ecco ridente in cielo" , además de emisión calante, proyección justita y sonidos abiertos. Asimismo cantó con compostura pero poco más "Se il mio nome" y desapareció, prácticamente, hasta su gran momento el rondó "Cessa di più resistere", fragmento que hasta hace unos años no se interpretaba y ahora se ha convertido en un gran hit tenoril Rossiniano, en un camino que emprendió el gran tenor estadounidense Rockwell Blake y continuó el peruano Juan Diego Flórez. En la brillantísima pieza pudo escucharse una voz más sonora y algo de mordiente en las notas altas, a despecho de un pasaje de registro sin solucionar, una coloratura mejor que en su primera aria, pero siempre gutural y con arrastres. Consiguió una ovación después de alargar el agudo final hasta el último acorde.
 
    Plana, falta de picardía, insulsa la Rosina de la italiana Serena Malfi, que sin embargo, presenta un interesante material con definición de mezzo, redondez y solidez en centro y grave. Lástima que el canto, correctísimo como lo es la agilidad, adolezca de monotonía y las notas altas resulten abiertas y estridentes. Pésimo el Figaro de Mario Cassi, el peor de todo el elenco. Sonido paupérrimo, pobretón, seco, ayuno de esmalte, de metal y de extensión. En fin, emisión dura, muscular y un festival de canto rudo, sonidos abiertos y esforzados, agilidad deslabazada y un personaje totalmente desdibujado. Pocas veces se verá tan poca química entre un Figaro y una Rosina. El único que acentuó con intención y variedad los tan importantes recitativos y desgranó una comicidad eficaz, sin pasarse de rosca y que rezuma un asentado paso por los teatros, fue Bruno de Simone que, nada cómodo, pudo sortear con habilidad y mucho oficio, la complicadísima aria "A un dottor della mia sorte". Totalmente errada y anti rossiniana la dirección musical de Tomas Hanus. Falto de chispa, de colorido, de ligereza. Una labor mecánica, anodina, plana, destensionada y pesante con unos crescendi mortecinos y un inexistente sentido del ritmo y los contrastes. El coro demostró su buena forma en sus intervenciones.
    La producción de Emilio Sagi resulta agradable para la vista, eficaz en su movimento escénico, ayuda a seguir la obra, encauza el prodigioso mecanismo teatral Rossiniano y ofrece algunos buenos momentos como la sombra de Rosina durante su intervención en la serenata del Conde "Se il mio nome" o los movimientos de la sábana que acompañan al aria de La Calumnia. Están también presentes el buen gusto y elegancia habituales en él, el colorido y también alguna de sus cursiladas. Aplausos durante unos escasos tres minutos, refrendaron el tibio recibimiento del público, pero aplausos al fin y y al cabo, porque es imposible aburrirse con El barbero de Sevilla.
 
Fotografía: Javier del Real
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