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Crítica: Teodor Currentzis y musicAeterna en Ibermúsica

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Autor: Raúl Chamorro Mena
22 de abril de 2021

Un Mozart audaz en el regreso de los conciertos con orquesta en Ibermúsica

Por Raul Chamorro Mena
Madrid, 21-IV-2021, Auditorio Nacional. Ciclo Ibermúsica. Sinfonías nº 40 -K.550- y nº 41 -K.551 “Júpiter”- (Wolfgang Amadeus Mozart). musicAeterna. Dirección: Teodor Currentzis

   Importante evento el que aquí se comenta, pues se trata del primer concierto con orquesta en un período de más de un año que ofrece el emblemático ciclo Ibermúsica, que lleva décadas acogiendo a las mejores orquestas, solistas y directores del Orbe. Eso sí, programa corto, con número limitado de músicos –música de Mozart exclusivamente-, sin descanso y una orquesta rusa, cómo no, pues parecen los únicos dispuestos a realizar giras, con su fundador y director titular al frente.  

   La agrupación musicAeterna fue creada por Teodor Currentzis en 2004 y durante un buen período de tiempo ocupó el foso de la Opera de Perm para, posteriormente, ampliar horizontes musicales y geográficos, y trasladarse ya en 2019 a San Petersburgo, además de asumir un cada vez mayor número de giras y presencias en las más importantes ciudades del planeta.

   Como es habitual en la formación, que ofreció un magnífico Dido y Eneas de Purcell en versión concierto el Teatro Real el año 2013, los músicos, excepto violonchelos y contrabajos, tocaron de pie con su titular Currentzis fuera del podio y que ofreció esa especie de agitada «danza« entre los atriles con su tan personal gesto ampuloso y recargado.


   El Mozart de Currentzis se basa, como es, por otro lado, usual es sus interpretaciones, en acentuados contrastes tanto de dinámicas como de tempi, en la búsqueda siempre de ofrecer algo distinto, algo diferente. Cierto es que todo ello tiene sus peligros y hay que tener mucho talento, además de una orquesta totalmente plegada a sus deseos y concepto musical para llevarlo a buen puerto. Asimismo, la agrupación musicAeterna ha alcanzado un gran nivel con un sonido brillante, pulido y refinado, de notable calidad, además de tocar motivadísima y totalmente entregada a su titular y sus postulados musicales. El concepto barroco de fondo que presidió las interpretaciones no está exento en ningún caso de músculo orquestal ni hubo asomo alguno de falta de carácter, ni ausencia de estilo en estas dos últimas sinfonías del catálogo mozartiano.

   Ambas, junto a la número 39 fueron creadas en un muy prolífico verano de 1788 por un Mozart en plena maestría. La rotundidad de los primeros acordes de la Sinfonía 41 en la interpretación de Currentzis no sólo resultaron impactantes y nunca escuchados de tal forma, también subrayaron el latente poso prerromántico de la composición. Las dinámicas extremas, la búsqueda constante de acusados contrastes presentes en ambas sinfonías hicieron tambalear la arquitectura armónica global, además de arrinconar un tanto en algunos pasajes las líneas melódicas principales en favor de las secundarias, pero el resultado es siempre muy interesante y lo contrario a rutinario o anodino. Igualmente, los pasajes velocísimos, vertiginosos, especialmente en los movimientos finales conllevaron, a pesar del virtuosismo de la orquesta, un punto de borrosidad, pero se impuso la brillantez, intensidad y vibrante tensión de la ejecución.


   Esta audacia en las dinámicas, la osadía en los reguladores y los contrastes extremos no impidieron que los movimientos lentos de ambas sinfonías resultaran bien construidos con expresión de su elemento cantabile, destacando unas magníficas maderas, que alcanzaron un gran nivel todo el concierto al igual que las trompas naturales en la Sinfonía número 41. La variedad y contrastes, así como la energía del pulso rítmico encauzaron el carácter danzable de los minuetos (terceros movimientos).

   Un final apropiadamente triunfal y desbocado de la sinfonía 41 fue acogido por las ovaciones del público –cautivado por este regreso de los conciertos con orquesta al ciclo Ibermúsica- y que disfrutó especialmente porque, con Currentzis -con todo lo que se le pueda discutir-, nunca hay rutina o monotonía.

Foto: Rafa Martín / Ibermúsica

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