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Crítica: Thomas Adès con la Orquesta Nacional de España

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Autor: Francisco Zea Vaquero
16 de noviembre de 2020

Un bellísimo concierto

Por Francisco Zea Vaquero
Madrid. 13-XI-2020. Auditorio Nacional de Música (sala sinfónica). Stravinsky: El pájaro azul: Pas de deux. Thomas Adès: Concierto para violín y orquesta «Concentrics paths» op. 23. Beethoven: Sinfonía nº 8 en fa mayor op. 93. Anthony Marwood (Violín) Orquesta Nacional de España. Thomas Adès (Director).

   En sala supuestamente casi llena (asuntos COVID mandan) se presenta el concierto del regreso del gran Thomas Adès, con la Orquesta Nacional de España. Este es sin duda uno de los mejores compositores del momento, junto con el también aclamado George Benjamin, al que recordamos en sus excepcionales veladas de hace cinco años. Aquella excepcional contribución, lo fue enmarcada en el feliz proyecto «Carta Blanca», que ahora echamos de menos para un maestro de la categoría de Adès. Tal vez con aquella propuesta, ya abandonada, el concierto hubiese estado firmado con una serie de obras que encajasen mejor, para alguien que encarna la dinastía de los grandes compositores británicos del siglo XX. Aunque da más pena pensar que el creador que hoy nos visita nos habría mostrado una gran selección de su última ópera, El ángel exterminador. Todo ello como siempre por obra y gracia de la pandemia maldita, que queramos o no, lo impregna todo en nuestras vidas hasta que la ciencia le dé un giro a esta situación. Pero la Música debe continuar alimentándonos el espíritu y en ausencia de mayores audacias, una primera interpretación de un concierto fabuloso, y un ciclo Beethoven que sigue adelante está más que bien, entre tanta pesadumbre general.


   Adès se introduce con un presentador de lujo para no entrar frío a su concierto Senderos concéntricos, con gesto sencillo y efectivo dibuja las limpias líneas del andante inicial de El Pájaro Azul de Stravinsky sobre La Bella durmiente de Tchaikovsky, donde ya mandan los profesores de la madera. De nuevo en la segunda variación se acrecienta este lucimiento de la sección. El Stravinsky neoclásico ya está ahí, llamando a la puerta con texturas ligeras, transparencia y acentos bien sincopados. El director, que pasa desapercibido inicialmente, dejó hacer a los profesores de la orquesta, y facilitó ambiente amable y pimpante, donde sale a relucir el orquestador brillante y los músicos virtuosos. Adés, al fin, lleva dirigiendo toda su vida artística y sabe crear un buen ambiente de trabajo.

   El concierto de Violín del compositor británico, además de lo ya perfectamente explicado en el programa de mano virtual, es una combinación de intenso lirismo y reflexiva introspección de gran orquestador que engarza al solista en primer plano, dialogando con la orquesta y con cada uno de los primeros atriles. Aunque sus procedimientos utilizan la atonalidad, no es esto más que una herramienta, pues en muchos momentos discursivos los materiales parecen simplemente politonales, y de interválica relativamente sencilla. Cuando el talento y el genio es parte del bagaje de uno desde la juventud, la naturalidad emocional y el melodismo pueden ser tu verdadero sello, no necesitando apoyo de complejos procedimientos compositivos para encontrar su propio espacio. La música de este maestro la entiende todo el mundo, y probablemente por ello triunfa cómo lo hace allá donde va, habiéndose convertido incluso en manager de festivales de gran prestigio como Tanglewood, o Aldeburgh, ambos con el ADN de los grandes compositores del siglo XX que los fundaron. Su concierto para violín ya sería motivo para estar felices esta noche, pues apenas lo estrenó en España la sublime Leila Josefowicz, y es una verdadera joya de orquestación, concisión e inspiración.


   El violinista del estreno hace ya 15 años, Anthony Marwood, mostró durante toda la obra su segura afinación, y una madurez de intérprete maduro que conoce cada rincón de la obra. El violín comienza con un largo obligato en la breve sección Anillos donde los primeros arpegios vuelan de las maderas al solista y viceversa introduciéndonos ya en un entorno sonoro fascinante. Compositor y solista sostienen bien las tensiones internas, aunque el sonido de gran orquesta se resiente por las condiciones ya conocidas (importante distancia entre atriles, muchos elementos de interposición para proteger a los músicos entre si, etc…). El segundo y extenso movimiento Caminos, tenaz discurso del violín ante los amenazadores tutti y soli de los graves trombón y tuba, es tortuoso en su desarrollo, pero muy original. El tratamiento de estos diálogos, tal vez son el sendero principal que concéntricamente abre y cierra su perorata en las oscuridades del pianísimo. Un discurso que no se resuelve tonalmente y que, por eso resulta tan hipnótico e inquietante. Las dinámicas y las armonías también son claramente opuestas en violín y orquesta, no sólo en este largo segundo movimiento, sino en casi toda la obra. En mitad del transcurso de estos diálogos las aguas se remansan en pos de una elegía tensa y desasosegante. Casi todo el material de orquesta y solista está bastante acentuado, exceptuando las cuerdas que tienen la ardua tarea de dar soporte, y por ello no se sienten tanto como era de esperar en el actual estado de forma de la orquesta. A través de unas dinámicas que crecen para desembocar en el tortuoso combate del violín y los graves metales, entramos en la cima del concierto. Una música tonalmente muy tolerable para el común, pero con una textura reveladora del talento de su dueño. Para un servidor lo mejor de la obra, y del concierto estuvo en la entrada en pleno clímax de la trompeta con sordina, rompiendo los grises con que se pinta este reflexivo y lúgubre andante. Todo concluyó con ese temible Faffner en el metal reptando lentamente hacia el foro, conjurado por la perseverancia y el continuo que Adès propone al solista. De brillante y fílmico se puede calificar el allegro final, recordando la intensidad e inspiración de Hermann, por ejemplo. Estas Rondas, (3er mvto.) constituyen el fragmento más violinístico de los tres, que además se apoya en las formas clásicas. El canon y un cierto fugato se emplea frente al hermoso tema coral del trombón que surge precisamente del engarce con el acorde pedal del resto de la orquesta. Cómo ya se dijo, en forma sonata e indicación de Rondó, disfrutamos estos temas propios de compositor un poco libertino y agraciado por la Diosa, hasta su confluencia en el seco y resolutivo acorde final.

   Enorme el alegato de matices de Marwood, como al principio estuvo con la precisión de las dobles cuerdas. El inglés, que no pretende ser un técnico, ni tiene un importante volumen, sí que dejó clara su firma, con clara intención musical y soberanas dotes de intérprete. Por otro lado, el compositor afirmó con su interpretación que la parcela virtuosa no le interesa demasiado, y aún como director tampoco obtuvo una presencia orquestal más exuberante, consagrándose como el mejor acompañante posible, atento a cada gesto y respiración de su colega.


   Al volver a Beethoven concluye el sueño y regresamos a la pesada realidad de interpretar obras de gran exigencia técnica con limitaciones de espaciales. La cuerda al estar tan separada no comienza bien en los pasajes más enérgicos, ni en los marcatti, pero el director tampoco los pide con más efusividad. La cualidad sonora de los primeros violines no acabó de destacar, y Adés que lo vio claro abrevió la faena. La versión tuvo sobre todo equilibrio y buen fraseo, pero poca fuerza. Las proporciones se mantenían, y el difícil primer Allegro vivace e con brio sale adelante, aunque los últimos atriles literalmente se quedan aislados y a la coda se llega casi por pundonor. El director, en gran tradición sinfonista británica, tiró de sentido del humor y ahondó en la broma beethoveniana sobre el metrónomo, disfrutando con la onomatopeya y el mecanismo que llevaron las maderas con autoridad y sin pestañear. Muy haydniano, con humor y a tempo, un poco lo que nos hace falta a todos en esta nube de preocupaciones que vivimos ahora. La viveza del scherzo fue notable, pero lo gozamos también en virtud de la línea y los diseños básicos. Parecía que todos esperaban los solos de trompa y clarinete que no defraudaron, y de ahí al gran motor del da capo, gracias adiós todos juntos. A caballo el director decidió que no se podía caer la obra, e imprimió vivo compás en los forte dando respiro en las dinámicas más tenidas; favorece así, el incipiente fugato utilizado en la transición, antes de reexponer la explosiva temática. Ante todo, el desenvuelto Thomas Adès, musical e intuitivo, resolvió con sentido y respiración, dejando que Beethoven y los profesores de la ONE lo hicieran casi todo: Laissez faire ... Los problemas se solucionarán con seguridad en las sesiones pendientes de sábado y domingo. Naturalidad y talento para sortear las dificultades que músicos y Música encuentran en este temible 2020.

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