CODALARIO, la Revista de Música Clásica

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«Su independencia». Una semblanza de Luis de Pablo. Por Juan José Talavera

11 de octubre de 2021

Juan José Talavera escribe una semblanza del compositor español Luis de Pablo, tras su fallecimiento. 

Luis de Pablo

Su independencia

Por Juan José Talavera
Ayer conocimos la triste noticia del fallecimiento del compositor Luis de Pablo. Si el pasado 23 de mayo moría Cristóbal Halffter, ahora ha sido el músico bilbaíno quien nos ha dejado.

   Nacidos en el mismo año, 1930, fueron los representantes más emblemáticos y con mayor proyección internacional de la llamada «Generación del 51», aquella que renovó la música española y la situó estéticamente en la línea de la vanguardia más avanzada. Hombre para quien la creación era tan vital como el simple acto de respirar, nunca se ponía de perfil a la hora de decir lo que pensaba. Y a menudo lo hacía con un inimitable sentido del humor.

   Si algo caracteriza de manera especial la obra de Luis de Pablo es su independencia de cualquier corriente estética más o menos definida o establecida. Para él, cada obra era una creación que se construía con los elementos que su autor consideraba que debía emplear en el momento mismo de la escritura. Repetir técnicas o recursos ya utilizados nunca le interesó.

   Hace ahora once años, me decía: «la música llamada clásica es un inmenso fracaso, toda, toda, desde el gregoriano hasta nuestros días». No creo que se equivocase dado el escaso interés que la sociedad en general y sus políticos en particular han mostrado hacia ella en nuestro país. Abogaba por un cambio en la educación que, con el paso de los años, convirtiera a España en un país medianamente culto en el terreno musical.

   Su deslumbrante trayectoria artística le granjeó algunos de los más importantes galardones que un compositor puede recibir: el Premio Nacional de Bellas Artes, el Premio Nacional de Música de España, el Premio Iberoamericano de la Música Tomás Luis de Victoria, etc. Sin embargo, en los inicios de su carrera, el reconocimiento a su trabajo no se produjo en su propio país, sino en Francia y Alemania. En los años 60 se instaló en Berlín donde, gracias a una beca, pudo dedicarse en exclusiva a la composición sin tener que preocuparse de nada más, algo absolutamente impensable en la España de la época.

   Como en otros creadores de su generación, también la labor pedagógica formó parte de sus actividades a la hora de difundir las nuevas técnicas que caracterizaban a la música más reciente. Así, enseñó en Estados Unidos, Canadá, Francia, Italia o España.

   Concretamente en Madrid, e invitado por el director del Conservatorio, Luis de Pablo impartió un curso de análisis musical en el que se estudiaron algunas obras fundamentales del siglo XX: el Pierrot lunaire de Schoenberg, la Historia del soldado de Stravinsky, la Sonata para dos pianos y percusión de Bartók, o algunas de las creaciones del momento de autores como Boulez o Stockhausen.

   Esta clase, que nunca formó parte del organigrama oficial de las enseñanzas del Conservatorio sino que se consideraba más bien una especie de complemento, tuvo una importancia fundamental porque, en aquellos años, el conocimiento de esas obras era prácticamente inexistente. Los futuros compositores españoles no habían escuchado casi nada de la música contemporánea europea.

   Esa labor divulgativa se plasmó, a partir de finales de los años 50, en la organización de conciertos a través de los grupos ‘Tiempo y música’ y ‘Álea’. Su paso por la música de cine produjo las bandas sonoras de algunas películas míticas del cine español, como El espíritu de la colmena, de Víctor Erice, o La caza, de Carlos Saura. Desgraciadamente, las partituras de esas composiciones no se han conservado porque el propio Luis de Pablo nunca las tuvo en gran estima. Su trabajo en el cine fue para él, básicamente, una forma de ganarse la vida en un momento en el que la supervivencia del compositor era muy difícil.

   En su vasto catálogo encontramos más de 150 obras de todo tipo de géneros: el orquestal (Módulos II, Módulos III, Imaginario II, Oroitaldi, Eléphants ivres), el camerístico (con obras para una enorme variedad de combinaciones instrumentales), el concertante (con conciertos para piano, para violín y para violonchelo), el electrónico (Tamaño natural, We, Chamán), el vocal (Tarde de poetas, Viatges i flors, Cantata femenina Anna Swir, Passio), el cinematográfico, el operístico…

   Este último le interesó desde siempre, especialmente por las posibilidades que veía en el castellano como lengua para ser cantada y que, en su opinión, no habían sido apenas explotadas. Llegó a componer seis: Kiu, El viajero indiscreto, La madre invita a comer, La señorita Cristina, Un parque y El abrecartas.

   Desgraciadamente, y aunque lo venía advirtiendo en los últimos años debido a su avanzada edad, no verá el estreno de esta última, inédita todavía.

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