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Opinión

Obituario: «Nelson Freire: Recuerdos de un pianista de otra época». Por Pedro J. Lapeña Rey

3 de noviembre de 2021

«Con Nelson Freire se nos va un pianista que te atrapaba con su cuasi perfección, pero que a partir de ahí, te llegaba al corazón. Siempre podremos volver a su legado discográfico, pero nunca más disfrutar su magisterio en vivo. No sé si es casualidad o no, pero hoy me llega la noticia de que Martha Argerich ha cancelado su próximo concierto de finales de mes en Viena. La imagino destrozada. Muchos nos sentimos así hoy pero en breve su recuerdo nos hará esbozar una sonrisa de satisfacción al recordar todas las alegrías que nos ha dado».

Nelson Freire

Nelson Freire: Recuerdos de un pianista de otra época

Por Pedro J. Lapeña Rey
El mundo de la música, y quizás no solo él, siempre se ha debatido entre el genio y el trabajo. Personajes de talento innato, brillantes, intuitivos, que las cazan al vuelo, que ante cualquier problema salen del paso con soltura, versus personas trabajadoras, metódicas, que necesitan del esfuerzo continuo para alcanzar sus objetivos. Este lunes nos ha dejado uno de los primeros, el genial pianista brasileño Nelson Freire.

   Siempre nos quedará en la retina su imagen venerable de los últimos años. Su paso ligero, siempre natural, nunca forzado, su tono tenue, siempre huyendo de los focos, se transformaba al sentarse al piano, donde sus enormes medios técnicos permitían que las escalas o los arpegios salieran solos, fáciles, sin esfuerzo aparente, el fraseo fuera de una naturalidad asombrosa y la paleta de colores inmensa. 

   Con él nunca te aburrías. No daba dos versiones iguales, como si siempre estuviera improvisando. Recuerdo su Carnaval de Schumann en el Auditorio Nacional en enero de 2006. Nos tuvo cerca de media hora hipnotizados, con su fraseo natural destilando magia, para poco después tirarse a la piscina en la Cuarta sonata de Scriabin, manteniéndonos «al borde del abismo». Era su forma de tocar, de ser, de sentir el piano. Como en su día lo fueron sus ídolos, los Rachmaninov, Horowitz o Rubinstein. Siempre hubo un límite que no traspasaba, ni siquiera en su primera gran etapa de virtuoso genuino. Primero la obra, el compositor, el contexto histórico, y a partir de ahí todo lo demás, incluso fuegos artificiales si eran necesarios. Con los años fue modulando los ataques, suavizando los ritmos, ganando en lirismo y expresividad. 

   Empezó a tocar con 4 años en Boa Esperança, su ciudad natal, y un par de años después la familia se trasladó a Río de Janeiro, que en aquellos años aún era la capital de ese Brasil de la primera mitad del S. XX, miembro de pleno derecho de todos los circuitos musicales de América del Sur. Hablando exclusivamente del piano, Guiomar Novaes o Magda Tagliaferro habían nacido allí; Josef Hofmann, Leopold Godowsky o Artur Rubinstein eran habituales en sus salas de conciertos, e incluso Felicia Blumental se había asentado en el país huyendo de los nazis. 

   Su carrera siguió el modelo habitual de los Arrau, Argerich, Gelber o Barenboim. Niño prodigio que empieza a despuntar en su país, y que gracias a la visita de algún músico célebre o a ganar algún concurso, consigue el pasaporte para estudiar en Europa - preferentemente París o Viena-. Freire acabó en la vienesa Akademie für Musik und Darstellende Kunst Wien siendo alumno del mítico Bruno Seidlhofer, profesor entre otros de Argerich, Gulda o Buchbinder. Años después, tras ganar concursos en Londres y Lisboa empieza una carrera que le lleva por todo el mundo. Tras unos primeros discos, se aparta de los estudios de grabación durante cerca de 30 años. Mi primer contacto con él fue precisamente con una de esas grabaciones iniciales. Los Preludios de Chopin grabados para CBS a primeros de los 70, que compré con doce o trece años y que me impactaron por sus amplias dinámicas, su pulsación siempre precisa y su expresividad a flor de piel. Una buena manera de acercarse a ese primer Freire es el álbum que Decca publicó para celebrar su septuagésimo cumpleaños que recoge grabaciones radiofónicas de varios conciertos con orquesta en tomas de la década de los 70, como el Primero de Chopin, el Tercero de Rachmaninoff o Segundo de Liszt con orquestas como la de la Radio Bávara, la de la TV francesa o la de la NDR.

   Si ya me causó impacto su primer disco, más aún la primera vez que le vi en vivo. De esos conciertos que no olvidas jamás. Fue en marzo de 2001 en el Halle aux Grains de Toulouse junto a Martha Argerich. Como es natural, fui a verla a ella, y al final me arrebató él. La Segunda suite para 2 pianos de Rachmaninoff fue para no creer. Como las Variaciones Haydn de Brahms, el Gran Rondó en La mayor de Schubert o una Valse de Ravel que puso boca abajo el viejo mercado de cereales occitano, reconvertido en sala de conciertos. Ella fue la reina de sonido amplio y poderoso de siempre, y él le dio la réplica adecuada, de poder a poder, cantando y fraseando como pocas veces he visto. El mejor dúo de pianistas que he visto, y que cualquiera haya podido ver. Desde ese día me convertí en fan absoluto.

   Por entonces, de la mano de Decca, empezó a grabar de manera regular a sus compositores fetiche: Chopin, Debussy, Schumann, Bach, etc., aunque nunca en colecciones completas. Solo grababa lo que quería en ese momento. En 2004 y 2006 vinieron dos recitales en Madrid donde nos dio versiones sublimes de la Fantasía en do menor de Schumann, de la Sonata Los adioses de Beethoven o del Reflets dans l'eau de Debussy, sin olvidar un par de páginas de su adorado Villa-Lobos o la Evocación de Albéniz con más colorido que recuerdo. En 2007 nos visitó en la gira de la Orquesta Sinfónica del Estado de Sao Paulo dándonos un excepcional Cuarto de Rachmaninoff junto a su amigo y compatriota John Neschling, el sobrino de Arnold Schonberg. Fue la primera vez que le vi una de sus piezas fetiche, la  Danza de los espíritus bienaventurados del Orfeo y Eurídice de Gluck en el arreglo de Sgambatti al que ayer se refería mi compañero Aurelio en su emotivo artículo escrito sin tiempo de reposar la triste noticia, y con la que era capaz de hipnotizar a auditorios de todo el mundo. 

   Siguió tocando con todas las grandes orquestas y directores. Tuve la suerte de verle en un par de ocasiones el Segundo de Brahms -con Gergiev en Madrid en 2010 y con Temirkanov en Bruselas en 2012-, obra que le llevaba al límite en los momentos de efervescencia dramática y de dinámicas límite, pero que era capaz de llevar a su terreno con su dulce lirismo, su pulsación precisa, su fraseo natural, su colorido sin igual y su extrema musicalidad. Y aunque en ocasiones comentó que la enseñanza no era lo suyo, cuando tocaba junto a jóvenes le salía esa cara de felicidad que tienes cuando te encuentras rodeado de los tuyos. Se la vi por última vez en noviembre de 2014 en el Flagey de Bruselas cuando nos dio un asombroso Segundo de Chopin. Los jóvenes de la Hulencourt Soloists Chamber Orchestra se transformaron junto al «abuelo». Cautivados y fascinados a partes iguales, al terminar la obra dejaron sus instrumentos en el suelo y acabaron aplaudiéndole y vitoreando como pocas veces he visto. Su cara de satisfacción delataba que valoraba más aquellas muestras de cariño que -probablemente- las del resto del público que llenaba el auditorio.

   Con Freire se nos va un pianista que te atrapaba con su cuasi perfección, pero que a partir de ahí, te llegaba al corazón. Siempre podremos volver a su legado discográfico, pero nunca más disfrutar su magisterio en vivo. No sé si es casualidad o no, pero hoy me llega la noticia de que Martha Argerich ha cancelado su próximo concierto de finales de mes en Viena. La imagino destrozada. Muchos nos sentimos así hoy pero en breve su recuerdo nos hará esbozar una sonrisa de satisfacción al recordar todas las alegrías que nos ha dado.

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