Marianna Prjevalskaya y Rumon Gamba protagonizan el concierto de la Sinfónica de Galicia en La Coruña, con el concierto para piano escrito por Clara Schumann en el programa.
Al fin
Por Julián Carrillo Sanz | @Quetzal007
La Coruña, 12-XI-2021. Palacio de la Ópera. Orquesta Sinfónica de Galicia. Rakastava, op.14; Clara Schumann, Concierto para piano y orquesta en la menor, op.7. Ralph Vaughan Williams, Sinfonía nº 5 en re mayor. Director: Rumon Gamba.
Tras ser aplazado dos veces, al fin se pudo escuchar el concierto que Clara Wieck escribió –o más bien empezó a escribir- con solo 13 años. Y está claro que el tercer movimiento -escrito en principio como pieza independiente (Konzertsatz)- es lo más sólido -y, sobre todo, personal- de la obra de una adolescente, prácticamente una niña (prodigio, claro). Y que lo es después de dejar de lado la revisión de la orquestación inicial llevada a cabo por quien con el tiempo habría de ser su marido, Robert Schumann y habiendo compuesto los dos movimientos iniciales posteriormente.
Marianna Prjevalskaya pudo al fin tocar el concierto ante el público de A Coruña y con la que ella misma considera su «orquesta favorita», la Sinfónica de Galicia. La introducción orquestal -un tanto tópica siguiendo la corriente imperante del concierto romántico- dio paso a toda la fuerza de las octavas a dos manos escrita por Clara, que fue proyectada con poderío sobre el Palacio de la Ópera por Marianna. Tras estas, un perlado perfecto, con un legato lleno de delicadeza expresiva y, a lo largo de este Allegro moderato, una gran expresividad y riqueza de timbres.
Luego de la transición orquestal, la Romanze: andante non troppo con grazia fue expresada por Prjevalskaya con una serenidad digna de la madurez interpretativa alcanzada por la intérprete y recogida por Raúl Mirás, solista de chelo de la OSG. El dúo de ambos fue una muestra de serena pasión digna de recordarse por tiempo. Los redobles de timbal y la llamada de los metales en el paso al tercer movimiento, Allegro non troppo, me recordaron el sonido de una tormenta que se acerca.
La respuesta del piano tuvo, casi inevitablemente, remembranzas del «petricor»: ese olor a tierra mojada lleno de tanta fuerza y lejanos matices olfativos como fuerza y matices sonoros tuvo la interpretación de Prjevalskaya. La fuerza rítmica de esos movimientos alla polacca, tan característicos de la época y de nuevo una hermosa paleta de colores sonoros con fuerza y delicadeza idóneamente dosificadas fueron su razón sonora. No en vano este movimiento tiene influencias chopinianas y Prjevalskaya es una consumada intérprete del polaco. El brillante final de la parte del piano arrancó del público una fuerte ovación.
Prjevalskaya correspondió a ella con dos propinas de Scriabin: después de desatar toda la fuerza de un tsunami propia del Estudio op. 8 nº 12 en re sostenido menor, la brevedad y ternura de la Feuillet d’album, op 45 nº 1 del ruso fue como una infusión relajante para gozar del descanso y recuperar fuerzas; que en la segunda parte nos esperaba Vaughan Williams y su Sinfonía nº 5.
Y es que había que pasear por las dinámicas del Preludio, primer movimiento de esta sinfonía, que recuerdan las suaves ondulaciones de la campiña inglesa aunque algunos fuertes contrastes dinámicos de Rumon Gamba las hicieran parecer un tanto arriscadas. Luego, la luminosidad solar del sonido de las trompas y un largo decrescendo final, con una gradación matizadísima de la potencia, dejaron todo en su sitio. Gamba y la OSG dieron al segundo movimiento, Scherzo, un cierto aire entre animado e inquietante que le sienta muy bien a esta parte de la obra, en la que hay que destacar su final, con el paso del canto de las cuerdas agudas a chelos y contrabajos muy bien interpretado.
La Romanza tuvo un aire de gran serenidad y un espléndido empaste del sonido, destacando los solos del corno inglés, con una gran interpretación de Carolina Rodríguez Canosa en todas sus intervenciones, así como los del concertino invitado, Viatcheslav Chestiglasov Orlov, y el dúo entre el corno inglés de Rodríguez y el oboe de Casey Hill. El animado Passacaglia final tuvo una gran traducción sonora por parte de Gamba y la Sinfónica, con una buena diferenciación del carácter de cada variación y, nuevamente, grandes solos: esta vez del clarinete de Juan Ferrer, la flauta de María José Ortuño y el oboe de Hill.
El concierto había comenzado con la intepretación de Rakastava, una breve y hermosa obra en tres movimientos de Sibelius, con una hermosa lectura por parte de Gamba u la orquesta; desde el intenso lirismo de su primera parte, El amante, y el inquieto y continuo paso a paso de El sendero del amado al carácter entre dramático y lírico de Buenas noches, mi bien amada, adiós. Fue un gran principio para un gran concierto en el que fue noticia el reencuentro de una gran pianista con su público. Uno, por cierto, bien escaso el viernes pero superior en número al del jueves con el mismo programa; algo cuyas causas habrá que analizar en profundidad. Antes de que sea demasiado tarde.