Christian Tetzlaff y David Afkham interpretan obras de Schumann y Alban Berg en la temporada de la Orquesta y Coro Nacionales de España.
Una velada metafísica
Por David Santana | @DSantanaHL
Madrid. 19-XI-2021. Auditorio Nacional de Madrid. Orquesta Nacional de España, David Afkham, director; Christian Tetzlaff, violín. Concierto para violín y orquesta de A. Berg y Sinfonía nº 2 en de mayor, op. 61 de R. Schumann.
Una de las cualidades que debemos reconocer a la música es que nos hace pensar. En realidad es una cualidad propia de todo aquello que merece la pena ser reconocido arte, pues afecta en algún modo al receptor haciendo que no sea el mismo antes y después de su exposición al objeto artístico. En cuanto a lo que puede generar... se nos abre un sinfín de posibilidades, pero predominan las emociones y las preguntas metafísicas, sin obviar la importancia del arte protesta sobre todo a partir del siglo XX.
En los casos de Berg y Schumann no tenemos nada de propaganda, pero sí mucha emoción y mucha pregunta metafísica. El canto de cisne que supuso el bellísimo Concierto para violín y orquesta del gran Alban Berg gira en torno a la idea de la muerte. El dolor de la pérdida y a la vez la esperanza en un Más Allá mejor se entremezclan en una pieza que mezcla de forma prodigiosa luces y tinieblas, logrando un equilibrio que la Orquesta Nacional de España supo muy bien materializar.
David Afkham realizó unas dinámicas muy logradas y unos reguladores magistrales que sirvieron para envolver completamente al violín. Efectivamente, Christian Tetzlaff se dejó engullir por la orquesta, fundiéndose en su sonido y, lo más importante en su misma emoción. Solista y orquesta supieron ejercer en cada momento la intensidad justa, sin exagerados gestos de plañidera. Tetzlaff supo plasmar la emoción mediante el timbre, iniciando el segundo movimiento con un sonido turbulento que lo destacaba del pasaje anterior. Más adelante escucharíamos unas cuerdas casi agarrotadas en los momentos de mayor intensidad, para finalizar en unos prístinos agudos que se pueden interpretar como la elevación final del alma, ya sea la de la joven Manon Gropius, a quién está dedicada esta bellísima página de la historia de la música o la del propio compositor.
A mis veinticincos años no supone un gran galardón, pero puedo decir que esta quizás haya sido la mejor versión del Concierto para violín y orquesta de Berg que haya escuchado nunca, y estoy seguro que incluso para los más veteranos habrá sido memorable. La ecuación no falla: cuando un solista con excelentes cualidades y un gran sentido de la musicalidad –que Tetzlaff demostró doblemente con el concierto y el Largo de la Sonata para violín n.º 3 de Bach que ofreció como propina– es capaz de tener el mismo entendimiento de una obra que el resto de la orquesta y la voluntad de hacer música como uno solo, el éxito está asegurado.
En cuanto a Schumann, Afkham mostró las bondades de haber dirigido todo Beethoven durante la temporada pasada con unos movimientos primero y cuarto llenos de fuerza y dinamismo. Supo hacer un uso adecuado de las dinámicas reservando el fortissimo para el final y conseguí un mayor efecto de grandiosidad. No obstante, una vez más, se notó la reducción de los graves de la cuerda en la plantilla de la orquesta, aunque en el Allegro molto vivace lo supieron compensar, sobre todo al final unos potentísimos metales y un timbal que supo destacar por encima del resto de la orquesta.
En el Scherzo pudo brillar con todo su esplendor la sección de viento madera, especialmente el cuarteto de solistas que ofreció una articulación perfecta, con unos stacatti marcados y unas melodías expresivas, especialmente en la parte que, de algún modo emula al Trío.
Afkham supo establecer un adecuado diálogo entre los distintos movimientos, ofreciendo una obra muy balanceada en la que pudimos disfrutar de los diferentes detalles que ofrece esta magna obra con una orquestación suculenta. Quizás, solo le faltó algo más de metafísica en el Adagio espressivo, algo más de elevación, de duende que dirían los flamencos, para haber logrado una perfección cuya mera existencia no es sino también una duda metafísica.
Foto: Facebook OCNE