CODALARIO, la Revista de Música Clásica

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CRÍTICA: 'ELÍAS' DE MENDELSSOHN EN LA PHILHARMONIE DE BERLÍN, BAJO LA DIRECCIÓN DE HERBERT BREUER, por Marina Hervás

4 de diciembre de 2012
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Heribert Breuer

 

Berlín. (25/11/12) Philharmonie. "Elías", Mendelssohn. Director: Heribert Breuer. Elisabeth Scholl, Kataharina Kammerloher, Cornel Frey, Klaus Häger. Coros:  Carl-Philip Emanuel-Bach- Chor Hamburg y la Berliner Bach Akademie

      El Elías de Mendelssohn, compuesto en 1846 con libreto de Karl Klingemann para el Birmingham Festival, es una obra muy interesante a nivel musicológico y estético. La elección de la figura del profeta Elías no es arbitraria: tiene una connotación claramente romántica gracias a sus posibilidades dramáticas y al pathos muy próximo a las demandas decimonónicas de experiencias sublimes, que se traducen en una relación íntima con la muerte, la violencia de la naturaleza y las situaciones extremas. No es casualidad que muchos de los elementos del relato bíblico sobre Elías, como su estancia en la cueva en el monte Horeb o el ser alimentado por cuervos, sean imágenes que encontramos en autores como Nietzsche, Freud o Poe. Muchos analistas, sin embargo, apuntan a que la elección de Elías por parte de Mendelssohn está íntimamente relacionada con la importancia de este profeta en la tradición judía, algo que parece imbricarse con la interpretación teológica judía frente a la cristiana del relato (los textos sobre él pueden encontrarse fundamentalmente en los libros 1 Reyes y 2 Reyes de la Biblia).
      Sea como fuere, la maestría de Mendelssohn se revela en su tratamiento barroco del relato, lo cual nos permitiría reflexionar sobre las vinculaciones temáticas y expresivas que podrían trazarse entre el barroco y el romanticismo. No se trata solamente del interés del músico alemán por autores como Bach y Händel, cuya influencia es patente a lo largo de toda la obra, sino también de su comprensión de la historia de la música como capítulos no aislados que él supo poner en movimiento y diálogo a través de obras como las que hoy nos ocupa. La versión del pasado domingo 25 de noviembre a manos de Heribet Breuer en la dirección, Elisabeth Scholl, Kataharina Kammerloher, Cornel Frey y Klaus Häger en las voces solistas, y los coros Carl-Philip Emanuel-Bach- Chor Hamburg y la Berliner Bach Akademie (el anunciado Coro Infantil de Berlín -Knabenchor Berlin- tuvo que ser sustituido a última hora por voces femeninas de los dos coros presentes), en la Philharmonie de Berlín, nos permite entonces volver sobre esta obra que, si bien es comúnmente interpretada, aún reclama su espacio en la reflexión musicológica.

      Fue un concierto algo descompensado. A una primera parte débil, con algunos problemas evitables, siguió una segunda que permitió superar los deslices previos y valorar el concierto a la altura de lo esperado. No obstante, la entrada de Klaus Häger dejo muda a toda la sala: su voz profunda e imponente creó el clima de solemnidad que parecería haber querido conseguir Mendelssohn con esa introducción de voz y orquesta previa a la obertura. La contundencia de esta introducción tiene, pese a su impronta claramente bachiana, algo de lo que enseñaron los clásicos: la dignidad de la obra y la obligación a ser escuchada atentamente. Heribert Breuer realizó después un magnífico crescendo en la obertura, creando tanta tensión que el clímax, el momento de explosión del sonido, parecía que no llegaría nunca. Pese a ello, hubo algunos problemas de afinación en las cuerdas y los metales, causados probablemente por el aire acondicionado de la sala; y algunos desajustes en las caídas de los acordes. Ese sonido ayuno de plenitud de la orquesta destacó aún más por contraste con las voces del coro, que, pese a no ser en su mayoría cantantes profesionales, consiguieron un sonido redondo, empastado y de gran potencial dramático. En el clamor de «Das Feuer fiel herab, Feuer!» verdaderamente parecía que la sala podría empezar a arder en cualquier momento.
      Los solistas, salvo Klaus Häger en una interpretación portentosa que fue in crescendo a lo largo de toda la obra, brillaron sólo ocasionalmente. La voz madura y redonda de Elisabeth Scholl destacó especialmente en la segunda parte, al igual que la de su compañera de dúos Katharina Kammerloher. Sin embargo, la voz de Cornel Frey parece no encontrarse en su mejor momento: en las notas más agudas el sonido se destemplaba, algo que trató de compensar con un vibrato atractivo pero quizás algo forzado.

      La dirección de Heribert Breuer, muy intensa y expresiva, creó una sensación constante de tensión interna, de una inquietud profunda, como hilo conductor de la obra. Ésta fue especialmente efectiva en la segunda parte, que se construyó a base de un juego entre esa interioridad y la exteriorización de esa intimidad que, en clave musical, podríamos entender como una puesta en escena que osciló entre la profunda religiosidad del profeta y la expresión del drama por parte del coro, cuya función sigue la línea del papel que cumplía en la tragedia ática. Parece claro que esta versión tiene mucha carga personal del director. Son pocas las obras que prepara al año y con una dedicación total. Esta particular comprensión del oratorio permitió destacar los juegos armónicos y la compleja construcción por capas que concentra en sí el profundo respeto al pasado y la genialidad de Meldelssohn, que supo revivir las voces de los compositores hoy considerados indispensables para comprender la herencia musical occidental.
      En la segunda parte se notó, además, una gran mejoría en la orquesta, especialmente en los recitativos, donde tuvo un papel fundamental. El diálogo entre el primer cello y el bajo en el aria «Es ist genug» fue muy elocuente, auspiciado por un colchón armónico que latía como el mismo suspiro de un Elías extasiado, que empieza a notar el peso de la vida, con el durísimo lamento «ya no deseo vivir más, mis días son vanos». Ésta es sin duda una de las partes más hermosas de la obra, además del paso necesario para una interpretación impactante del momento de ascensión de Elías a los cielos en un torbellino de viento. Breuer dirigió este final con tal intensidad que nadie se atrevió a aplaudir hasta que la sala no se sumió en un profundo silencio: algo delicado, gestado durante aquellas dos horas, podría romperse para siempre.

Klaus Häger
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