Lucas Macías y la soprano Chen Reiss interpretan obras de Berg y Mahler en la temporada de la Orquesta Ciudad de Granada
El arte de versionar
Por José Antonio Cantón
Granada, 18-III-2022. Auditorio Manuel de Falla. Orquesta Ciudad de Granada. Solista: Chen Reiss (soprano). Director: Lucas Macías. Obras de Alban Berg y Gustav Mahler.
Uno de los conciertos más atractivos de la temporada de la Orquesta Ciudad de Granada (OCG) ha sido el protagonizado por la soprano israelí Chen Reiss en dos obras de altísimo nivel creativo como son las Siete canciones tempranas de Alban Berg en la versión para orquesta que hizo el polifacético músico holandés Reinbert de Leeuw, y la Cuarta sinfonía en sol de Gustav Mahler en la adaptación instrumental reducida a plantilla de cámara que realizó el director alemán Klaus Simon. En ambos casos hay que valorar la enorme calidad artística de los mencionados músicos por haber respetado el sentido de los autores y haber creado un planteamiento expositivo en el que las obras adquieren un interés adicional que favorece su esencia, difusión y disfrute.
En el primer caso hay que decir que ya el mismo Berg consideró la necesidad de acompañar estas canciones con orquesta en 1928, más de veinte años después de su primera versión para piano. Si la soprano catalana Nuria Rial, inicialmente anunciada, suponía un aliciente añadido a su programación, no menos resultó la cantante que la sustituyó. Nada más iniciarse la primera canción, se pudo comprobar que se estaba ante una intérprete que conoce sobradamente el difícil arte de la declamación musical post-romántica que en Berg adquiere, en esta colección, una dimensión que, de manera condensada, anuncia ya el carácter del lied dodecafónico.
El canto de Chen Reiss se manifestó siempre con ese esmero en el que armonía y melodía se fundían en una única realidad expresiva logrando que el texto determinara las matizaciones de emisión vocal, implementadas por la transparencia de la orquesta muy bien orientada desde la batuta de su director titular, como la percibida en los divisi de la tercera, Die Nachtigall (El ruiseñor), que creaban un tejido sonoro que realzaba la línea de canto. Lucas Macías consiguió que en la cuarta se apreciara la ensoñación que quiso transmitir el autor, tratando con exquisito estilo contrapuntístico el texto de Rainer Maria Rilke, con una sección de viento en plenitud expositiva en su misión de generar un efecto sonoro íntimo, dando lugar a las líneas orquestales superpuestas de la penúltima, Libesode (Oda de amor), favoreciendo que la soprano se luciera en una muy controlada inflexión vocal, para terminar con un verdadero rapto romántico en Sommertage (Días de verano) donde la cantante y la OCG consiguieron una sensualidad embriagadora cargada de lirismo. Su mantenido acorde final ponía rúbrica a una interpretación en la que quedó de manifiesto el poético, misterioso y delicado espíritu del compositor a un alto nivel artístico.
Esta magnífica música de Berg se había convertido en antesala de Mahler, cuya Cuarta sinfonía ocupó el resto del programa. El maestro Lucas Macías ha realizado un ejercicio de introspección con esta obra que puede llegar a entenderse como una composición destinada a entretener desde su aparente carácter ligero. Nada más lejos del planteamiento que demostró el director onubense en el que, haciendo que se experimentara un denso clima camerístico en la OCG, se pudiera ofrecer su densidad tímbrica y polifónica en toda su dimensión. El hecho de ser una adaptación a una plantilla instrumental reducida significó un estímulo para conseguir una de las actuaciones más elocuentes de la orquesta granadina, dado el rigor y la concentración que mostró en todo momento ante las indicaciones de su titular.
Los dos primeros movimientos funcionaron con demostrada eficacia siguiendo la intención de reflejar un tiempo pasado mejor ya perdido para siempre, envueltos en un aire de nostalgia por el compositor. El tercero adquiría toda su significación en el tranquilo y a la vez elegante gesto del director, que hacía surgir ese melodismo infinitamente triste dotado de una hermosa beatitud, belleza que repartió en sus dos grupos de variaciones incrementando constantemente el interés del oyente, que experimentaba cómo este adagio reflejaba lo más íntimo del espíritu mahleriano, hecho que llegó a su inflexión con la intervención del concertino invitado, el neerlandés Marc Daniel van Biemen, que tuvo a lo largo de la velada esa responsabilidad referencial de aglutinar la sección de cuerda. Su violín, construido por el cremonense Nicolò Amati en 1675, tiene un sonido prodigioso para llevar a cabo tal cometido.
Confirmándose la bondad estética disfrutada en las canciones de Alban Berg, Chen Reiss se incorporó a la «Vida celestial» que cierra la sinfonía con esa manifiesta elegancia de espíritu que requiere ese sentir místico que Mahler convierte en los sonidos de su luminosa coda, que terminó apagándose en un sublime desvanecimiento indicado con gran emoción por el director, constatando así por qué esta sinfonía tiene pocos precedentes en la obra del gran sinfonista bohemio. La versión de Klaus Simon la impregna de una curiosa formalidad y estilizada riqueza tímbrica.