La temporada de la Sinfónica de Galicia acoge un concierto dirigido por el director de orquesta español Víctor Pablo Pérez
Viejos amores
Por Julián Carrillo Sanz | @Quetzal007
La Coruña, 29-IV-2022. Palacio de la Ópera. Orquesta Sinfónica de Galicia. Raquel Lojendio, soprano. Mauro Peter, tenor. Gabriel Bermúdez, barítono. Víctor Pablo Pérez, director. Programa: César Franck, Sinfonía en re; Claude Debussy, L’enfant prodigue.
Cada vez que Víctor Pablo Pérez vuelve a dirigir a la Orquesta Sinfónica de Galicia, una mayoría del público del Palacio de la Ópera le dedica la gran ovación que se le debe como el gran constructor de esta orquesta. Y lo fue tanto en la selección de sus músicos como en un aspecto tan imprescindible como esta; la formación musical del grupo haciéndole tocar los grandes ciclos sinfónicos que año tras año van conformando su sonido.
Precisamente fue el sonido logrado en no pocos pasajes de la Sinfonía en re de César Frank -de cuyo nacimiento se conmemora este año el segundo centenario- la mejor cualidad de su versión de la obra. Hubo momentos en los que el de las cuerdas tuvo un gran empaste y un brillo y suavidad como de seda salvaje y en todo momento los vientos estuvieron a la misma gran altura. Unos tiempos algo premiosos por momentos y su característica expresividad a base de contrastes dinámicos muy marcados -tan característicos de su forma de dirigir como su gesto siempre esforzado- fueron la base sobre la que ocurrieron aquí y allá los grandes momentos de sonido arriba indicados.
El inicio del Allegretto central fue tal vez uno de los mejores momentos de la obra, con el arpa de Celine Landelle flotando sobre los pizziccati de la cuerda; un verdadero remanso sobre el que brilló con luz propia un gran solo de corno inglés de Carolina Rodríguez Canosa. Expresivos solos también los de Claudia Walker Moore a la flauta, Casey Hill (oboe) e Iván Marín García (clarinete). Lástima que el clarinete bajo de Pere Anguera Camós quedó algo tapado por la masa orquestal y que la entrada del último acorde del movimiento fuera algo imprecisa. El tercer movimiento, una clara muestra de la llamada «música cíclica» de la que esta sinfonía es un verdadero paradigma, se les hizo largo a algunos aficionados.
L'enfant prodigue es la cantata escénica con la que Debussy ganó el Grand Prix de Roma y con él su consagración oficial como compositor; el tema, la parábola evangélica del Hijo Pródigo y el amoroso perdón de su padre. Y de su madre, que no aparece en el Evangelio y lo hace aquí en sustitución del hijo fiel que permaneció en la casa paterna cuando al niño díscolo le dio por buscar su vida mundo adelante.
La versión de Víctor Pablo y la Sinfónica continuó la búsqueda y hallazgo del color orquestal logrados en le sinfonía de Franck. Por su deliciosa escritura, el Preludio y el Cortejo y aire de danza son un bombón para cualquier orquesta y director. Y Víctor Pablo los saboreó con la orquesta, compartiéndolo con el público como en una degustación gastronómica bien presentada y dirigida.
Raquel Lojendio, que en sus actuaciones siempre deja un gran sabor de boca, tuvo su habitual squillo, ese brillo especial de la voz que siempre buscan los cantantes y que tanto agradecen los auditorios. La potencia y proyección de su voz superó más que sobradamente el siempre difícil ámbito acústico del Palacio de la Ópera y fueron vehículo para una expresión y musicalidad siempre conmovedoras.
Brillante también en todas sus intervenciones estuvo el tenor, Mauro Peter, y más que correcto Gabriel Bermúdez, barítono, en su papel de padre indulgente con el hijo que vuelve. Gran empaste de las voces tanto en el dúo Vuelve a abrir tus ojos a la luz y el trío Mi corazón renace a la esperanza. Salvo algún exceso dinámico en el recitativo y aria Esos aires alegres…, en el que la orquesta tapó algo a la voz, el acompañamiento estuvo a la altura del canto.