La Filarmónica de Varsovia visita el ciclo de Ibermúsica con el pianista Behzod Abduraimov y bajo la dirección de Andrzej Boreyko
Cierre de temporada
Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 26-V-2022. Auditorio Nacional. Ciclo Ibermúsica. Pequeña Suite (Witold Lutoslawski). Concierto para piano, nº 2, op. 18 (Serguei Rachmaninoff). Behzod Abduraimov, piano. Sinfonía en do menor (Edvard Grieg). Orquesta Filarmónica de Varsovia. Director: Andrzej Boreyko.
Como anunciaba Clara Sánchez antes del comienzo del concierto, se trata del cierre de la temporada 2021-2022 de Ibermúsica, aunque resta el que ofrecerá la Filarmónica della Scala milanesa el día 2 de octubre, perteneciente a la presente temporada, pero que fue aplazado a causa de una de las olas del Covid.
Precisamente, el presente concierto lo iba a protagonizar la gloriosa Filarmónica de San Petersburgo, habitual del ciclo y que suele contar sus comparecencias por éxitos indiscutibles. Entre los sucesos de la pandemia y la invasión de Ucrania que ha provocado la práctica desaparición de las orquestas y artistas rusos de Occidente, han dado lugar a la sustitución de la agrupación rusa por la Filarmónica de Varsovia, lo que ha conllevado cambios en el programa que no han afectado a la obra más popular, el Concierto número 2 de Rachmaninoff.
Como es lógico, los filarmónicos de Varsovia incluyeron una obra de uno de los más grandes compositores polacos de la historia, Witold Lutoslawski (1913-1994). Se trata de la Pequeña suite, obra de 1950 inicialmente destinada a orquesta de cámara, pero adaptada por el autor para agrupación sinfónica al año siguiente. La partitura integra melodías folklóricas polacas -como exigía el realismo socialista- en una orquestación brillante y trazada con mucho oficio. La interpretación demostró la total afinidad de la orquesta con esta música, que se benefició de una clara exposición por parte de su director titular Andrzej Boreyko, destacando la magnífica prestación de las maderas, especialmente de la solista del pífano o flauta aguda que introduce el primer movimiento «Fife». Previamente, antes del programa previsto, la orquesta interpretó el himno de Ucrania.
Por descontado, que el Concierto para piano nº 2 de Rachmaninoff es una de las obras más populares del autor y que ha sobrepasado el ámbito de las salas de conciertos con destacada presencia en el cine en películas como La tentación vive arriba de Billy Wilder o Breve encuentro de David Lean, cuya banda sonora es este concierto. Rachmaninoff no lo toca cualquiera y aún menos esta pieza. El pianista uzbeko Behzod Abduraimov demostró reunir los medios suficientes para enfrentarse a la obra y mantener el pulso con la orquesta, aunque desde el primer movimiento pudo apreciarse un sonido más abundante que diamantino y aquilatado. Igualmente, el fraseo resultó más impulsivo que analítico, falto de un punto de finura y elegancia. En el sublime segundo movimiento, Abduraimov demostró la suficiente flexibilidad, pero limitadas expresividad y refinamiento, así como una mayor capacidad para dotar del requerido vuelo lírico al pasaje. En el tercero destacó la fogosidad del pianista uzbeko y su capacidad para resolver los pasajes vertiginosos, si bien resultaron un tanto borrosos. Como propina ofreció una interpretación fulgurante, aunque algo atropellada, de La campanella de Franz Liszt. Acompañamiento atento y con pulso, además de dotar del todo apasionado y colorido requerido a la orquestación de Rachmaninoff el de Boreyko.
Edvard Grieg retiró su única sinfonía, después de su estreno de 1867, con la advertencia de que no fuera jamás interpretada. De esta forma permaneció oculta en la Biblioteca Nacional de Bergen hasta que fue reexhumada en los años ochenta. La obra es tributaria de las sinfonías de Schumann y, aunque le falta acabado, es de muy agradable escucha y contiene ese fino melodismo marca de la casa, especialmente en los movimientos extremos. Boreyko al frente de la Filarmónica de Varsovia, una buena orquesta, pero no más, expuso la obra con claridad, pulcritud, equilibrio y tempi coherentes. Asimismo, a falta de mayor inspiración y matices, delineó las melodías con eficacia y aseguró el pulso rítmico del vals del tercer movimiento para concluir con un Allegro molto vivace aceptablemente brillante y bien organizado. Orquesta y batuta interpretaron fuera de programa una transcripción orquestal -firmada por Grzegorg Fitelberg- de la Polonesa op. 40 nº 1 de Chopin.
Foto: Rafa Martín / Ibermúsica