El pianista español Josu De Solaun graba un CD con sonatas de Haydn para el sello IBS Classical
Un Haydn revelado
Por F. Jaime Pantín
«Haydn. Piano sonatas». Josu De Solaun. IBS Classical.
Al contrario de lo que sucede con el corpus sonatístico de las otras dos grandes figuras del clasicismo, Mozart y Beethoven, las sonatas de Haydn -y de hecho la mayor parte de su producción pianística- han permanecido en el ostracismo durante largo tiempo, tanto para los aficionados como para los propios intérpretes y todavía hoy resulta poco frecuente la escucha de esta música en las salas de conciertos, en los certámenes pianísticos o en las aulas de los conservatorios, en las que los futuros pianistas la rehúyen una y otra vez: «pocas notas, demasiado difíciles de tocar y poca información sobre cómo hacerlo», se escucha decir frecuentemente.
El culto a la obra de sus ilustres colegas -a pesar del respeto y admiración que ellos manifestaron siempre por Haydn- ha lastrado seguramente el conocimiento y difusión de una música que, más a menudo de lo que se piensa, no tiene mucho que envidiar a la de estos grandes compositores sino que más bien parte de unos presupuestos estéticos diferentes cuya comprensión y clasificación a partir de parámetros preestablecidos resulta fallida.
El relativo olvido al que se ha visto relegada la música para piano de Haydn puede explicar la ausencia, aún en nuestro tiempo, de una tradición interpretativa medianamente consolidada. Los grandes nombres de la interpretación pianística beethoveniana o mozartiana apenas se han ocupado -salvo muy contados casos- de la música de Haydn, de la misma forma que la musicología no ha profundizado lo suficiente en este repertorio y todavía hoy existen dudas acerca de aspectos fundamentales tales como la cronología, la catalogación o incluso la autenticidad de algunas obras. Todo ello unido a la propia ambigüedad y adustez de la escritura, la frecuente falta de concreción de su personal nomenclatura y a un cierto desorden aparente en su manera de componer ha propiciado un evidente vacío en la comprensión de este repertorio.
Un catálogo de al menos 52 sonatas completas puede resultar abrumador y suficientemente disuasorio para cualquier pianista, lo que puede explicar que aún en nuestros días las grabaciones íntegras de las sonatas de Haydn sigan siendo escasas. Las primeras integrales, muy tardías, no aparecen hasta bien entrada la década de los 70 del pasado siglo. Rudolf Buchbinder rompe el hielo y le sigue John McCabe, ilustre musicólogo que además termina las sonatas incompletas. Ambas versiones, muy diferentes, son sobradamente conocidas por los discófilos y supusieron una importante divulgación de un repertorio por entonces casi inexplorado. Menos conocida es la integral de la pianista austriaca Ilse von Alpenheim, esposa del gran director y estudioso de Haydn Antal Dorati y que grabó una interesante integral poco después. También Lyubov Timofeeva y Carmen Piazzini grabaron estas sonatas en la década de los 90 y Jeno Jandó, Walter Olbertz, Ekaterina Derzhavina y Alan Planes lo hicieron ya en este siglo, integrales a las que se unen las más recientes de Jean Efflan Bavouzet, John O´Conor, Marc André Hamelin o Leon Macwley.
Al margen de las grabaciones integrales, entre las que no se han mencionado las realizadas en fortepiano- algunas de gran interés como la presentada por Ronald Brautigan en 1999- numerosas sonatas de Haydn han sido llevadas al disco por pianistas tan insignes como Vladimir Horowitz, Sviatoslav Richter, Grygory Sokolov, Mihail Pletnev, Eugeny Kissin, András Schiff, Paul Lewis o Leif Ove Andsnes, entre otros muchos, quienes como cabe esperar aportaron importantes versiones, algunas de ellas de marcado sesgo individual no exento de sofisticación.
Quien esto suscribe ha tenido desde siempre dos referencias fundamentales en la interpretación de las sonatas de Haydn. La primera de ellas son las bellísimas grabaciones que la pianista lituana Nadia Reisenberg realizó en los años 50 y que algunos gourmets del piano sin duda conocerán. La segunda se refiere al álbum grabado por Alfred Brendel a principios de los 80, con el que muchos aprendimos a conocer a Haydn. Ahora tenemos una tercera referencia y se trata precisamente de la grabación que hoy comentamos.
Josu De Solaun plantea en estos dos discos para el sello Ibs recientemente presentados una aproximación muy personal al universo pianístico de Haydn a través de 6 de sus sonatas, casi todas ellas elegidas entre las más representativas de la colección, como son las catalogadas como Hob. XVI/23, 50, 46 y 20, y la inclusión de otras dos menos conocidas e interpretadas, las Hob. XVI/14 y 31. Discos muy bien grabados, si bien la presencia sonora pudiera resultar algo opresiva por momentos. Una presentación del propio pianista -de lectura indispensable- y un interesante texto del director y filósofo Vicente Chuliá Ramiro, completan uno de los trabajos discográficos más brillantes de un artista en constante evolución.
Josu De Solaun propone una visión de Haydn de riqueza pocas veces imaginada partiendo de parámetros que tienen más que ver con la sensibilidad, la empatía e incluso la identificación personal con el compositor que con criterios analíticos, históricos o estilísticos que se suponen asimilados. El propio título del disco, Mixis, parece aludir tanto a esa mixtura característica entre sentimientos de toda índole que se suceden a velocidad de vértigo, en constante devenir de acontecimientos y sensaciones que siempre encontramos en Haydn, como a ese peculiar mestizaje cultural hecho música que el propio pianista explica perfectamente en su texto, asumiendo como principio que en la música de Haydn hay de todo.
La versatilidad y capacidad de movilidad emocional mostrada por De Solaun es realmente impresionante y, como siempre ocurre con este pianista, la intensidad pasional aparece modulada por una excepcional agudeza analítica y una inteligencia de orden superior sustentadas por un pianismo imperial, de precisión deslumbrante y riqueza de colorido fastuosa. Virtuosismo de primer orden que en este caso va a propiciar trinos de total perfección -donde las notas pueden contarse y cantarse- agilidades extremas sin asomo de vertiginosidad y una claridad tan solo alcanzable a partir de la búsqueda del cantábile eterno como ideal sonoro irrenunciable, propiciando un Haydn que suena más cercano que nunca, familiar, cálido y humano, perfectamente asimilable en sus contradicciones, excesos, desplantes irónicos, en sus a veces cómicas, a veces inquietantes rupturas, ese Haydn de las mil caras, donde nada es lo que parece y que a veces nos sorprende incluso con guiños schumanianos carnavalescos.
La riqueza de ideas que se alternan continuamente sería imposible de describir ni analizar con la concreción deseada en el ámbito de un simple comentario discográfico. A veces la sorpresa se produce por una casi imperceptible alteración en el tempo; otras vendrá de la mano de una improvisación inesperada o un cambio en la ornamentación, recursos administrados con acertada sobriedad a lo largo de las diferentes piezas. A veces será la expansión pasional, la exclamación, el anhelo, la risa o la caricatura, expresadas a través de la articulación, la peculiar organización del tejido motívico o la sabia disección de los sortilegios armónicos… es difícil apreciar todos los matices en una audición aislada y como siempre ocurre con las grandes versiones, esta es una grabación para degustar con tiempo y de manera reiterada.
Para el recuerdo quedan momentos tan especiales como la naturalidad afectuosa, cálida y nostálgica del arranque de la Sonata en re mayor; la gravedad inquietante del allegretto en mi menor de la sonata nº 46, de reminiscencias bachianas y modulaciones sorprendentes antes de un final de virtuosismo trepidante; el desgarro dramático, en renuncia expresa al lirismo contemplativo, del Adagio siciliano de la Sonata nº 38; la alquimia sonora lograda en las proféticas propuestas pedalísticas del primer movimiento de la Sonata nº 60; los trinos celestiales del Adagio de la Sonata nº 31 y las sugerentes fermatas del tan brahmsiano arranque de la Sonata en do menor.
En la gran música no se puede hablar de versiones definitivas ya que ello significaría asumir unos límites que por definición no deben existir. Una grabación que, como ésta de Josu De Solaun, suponga una aportación de importancia significativa a una música en la que todavía queda mucho por descubrir y admirar, merece ocupar un espacio en la historia de la interpretación y por lo tanto en la historia de la cultura.