CODALARIO, la Revista de Música Clásica

Críticas

Crítica: Martín García en las Jornadas de Piano Luis G. Iberni de Oviedo

24 de noviembre de 2022

Crítica de F. Jaime Pantín del recital de Martín García en el Auditorio de Oviedo, dentro de las Jornadas Internacionales de Piano «Luis G. Iberni» de Oviedo

Martín García

 Brillante recital de Martín García

Por F. Jaime Pantín
Oviedo, 20-XI-2022. Auditorio Príncipe Felipe. Jornadas Internacionales de piano Luis G. Iberni. Martín García, piano. Obras de F. Chopin y S.Rachmaninov

   El debut del pianista Martín García en las Jornadas Internacionales de Piano Luis G. Iberni suponía una de las citas más esperadas de la temporada, algo que se pudo comprobar en una significativa afluencia de público, bastante superior a la media. El aliciente de escuchar a un pianista muy joven, nacido y formado en sus inicios en Asturias, y que actualmente es una de las indiscutibles figuras emergentes del piano a nivel internacional- a raíz de ser premiado en el mítico Concurso Chopin de Varsovia- y al que además se había podido escuchar relativamente poco por aquí, pese a tratarse ya del pianista asturiano de mayor y brillante proyección, explica el inusitado interés suscitado por este recital, así como la cálida y entusiasta acogida de un público rendido desde el principio a su extraordinario talento.

   Un talento sabiamente encauzado desde siempre y que, acompañado del trabajo encarnizado que cabe imaginar, se plasma en una realidad artística exuberante, servida por unos medios instrumentales en plenitud y una personalidad musical auténtica e interesante que abren las puertas a una proyección ilimitada.

   El largo e intenso programa propuesto giró en torno al piano romántico, representado por Chopin y Rachmaninov, dos de los autores con los que Martín García muestra mayor afinidad. Soberbia naturaleza pianística, sustentada en una base física envidiable, con manos, tan enormes como flexibles, que parecen adaptarse con naturalidad a cualquier exigencia en el teclado. Oído refinado e inagotable imaginación sonora que se traducen en un piano de intenso colorismo, en devenir constante de efectos tan solo posibles a partir de una pedalización de precisión y riqueza muy raras de encontrar en un pianista de su edad que nos sorprende gratamente con la elección de unos tempi en general moderados y una acertada gestión del rubato. En su presencia escénica llama la atención un cierto exceso de actividad- más visible en la parte dedicada a Chopin- caracterizada por una movilidad corporal constante que confiere una apreciable dimensión coreográfica a su discurso musical así como por una mímica facial que probablemente convendría moderar, al igual que ese canturreo- perfectamente audible desde el público- con el que suele acompañar los fragmentos melódicos. 

   Un Chopin en clara progresión ascendente, desde las 4 Mazurcas op.33 hasta la Sonata op.35, pasando por 4 Preludios del op.28 y la Barcarolle op.60, en el que la sobreabundancia de ideas, colores, contrastes y detalles polifónicos, siempre interesantes, llega en ocasiones a distraer la línea esencial para anteponer los elementos accesorios -en un verdadero muestrario de posibilidades sonoras y conocimiento profundo del texto- a costa de una cierta sofisticación que ya en la Barcarolle op.60 desaparece para apostar por una línea melódica de más largo alcance y planificación conducente a una reexposición de intensa plenitud y una coda de bellísima sonoridad. El Preludio op.28 nº13 parece prolongar el aura de la Barcarolle, en una concepción nocturnal que alcanza su punto álgido en una sección central en la que el pianista canta de manera nítida en todas sus voces, en modélica exposición polifónica. El Preludio op.28 nº3 constituye una miniaturizada muestra de preludio-estudio, como ocurre con algunos otros de la colección. Una espléndida mano izquierda en la que García apuesta por la envolvencia por encima de la concisión sirve de base a una melodía entrecortada, expuesta con luminosidad y optimismo deslumbrante, en contraste radical con los dos últimos preludios seleccionados nº 2 y 14 que, con su lúgubre crudeza acentuada por sombrías disonancias y pausas retóricas el primero y los unísonos pesantes y truculentos el segundo, parecen anunciar el elemento fúnebre y  trágico final de una Sonata op.35 que el pianista aborda de un solo trazo en una búsqueda de lo inexorable que suele resultar punto de partida de las grandes versiones de esta obra. Arranque decididamente dramático en una exposición que, acertadamente, es repetida desde los cuatro compases fatídicos del Grave, para alcanzar su punto álgido en una sección de desarrollo de grandeza sublime, plenitud pianística y sonido rebosante de nobleza. Un Scherzo sin indicación de tempo es abordado desde una velocidad contenida que resalta toda su crudeza en unos staccatti modélicos. Excepcional planificación de la tensión creciente de las escalas cromáticas en dobles notas, conduciendo a un intermedio de relajación engañosa donde un vals irreal parece girar sobre sí mismo. Larga pausa antes de una Marcha Fúnebre convertida en eje sobre el que gravita toda la sonata. Martín García expone la Marcha desde la serenidad y la aceptación objetiva, sin apenas margen a la protesta descarnada, en un entorno sonoro de cálida nobleza sin asomo de pomposidad, manteniendo escrupulosamente el tempo en el Trio central que conserva así su vinculación con la Marcha a pesar de su apariencia de berceuse bellísimamente cantada. Un Finale Presto, que no es posible abordar más que desde la libertad absoluta, es expuesto por el pianista con turbiedad deliberada, en un enfoque tendente a lo polifónico que subraya esas ráfagas sonoras de las que las explicaciones programáticas tanto han hablado en un intento de explicar una música profética que casi dos siglos después sigue manteniendo su misterio. Fantástica versión, construida desde la emocionalidad, la contención y el conocimiento.

   El recital prosiguió su nivel ascendente en una segunda parte dedicada íntegramente a Rachmaninov, compositor cuya escritura pianística, concepción sonora y temperamento emocional se adecúan a la perfección a las características de un pianista como Martín García. El Momento musical op. 16 nº 3 se presenta como un largo recitativo de ritmo definido y tono interrogativo cuya melodía adquiere mayor intensidad dramática por su duplicación en terceras. Entorno sombrío, tono elegíaco, admirable gestión de los silencios y pedalización de maestro constituyen los ejes de una interpretación enfática que subraya los aspectos más depresivos de una de las piezas más conocidas de su autor. El Momento musical nº 2, de melodía entrecortada y tono anhelante que se construye sobre un ostinato en movimiento perpetuo de veloces arpegios que ascienden y descienden, fue ejecutado con facilidad pasmosa, sobrado de técnica y con belleza sonora fascinante e  intensidad expresiva difícil de superar.

   La Sonata nº 1 en re menor op.28 cerró un largo programa que se pasó como un suspiro. Mucho menos conocida e interpretada que la segunda, responde a un proyecto ambicioso de construcción programática que, a partir del mito fáustico, pretendía llevar al piano una réplica de la Sinfonía Fausto que Liszt había compuesto 50 años atrás. Es evidente que Rachmaninov no es Liszt y el proyecto resultó fallido en gran parte, no resultando convincente para los intérpretes ni siquiera para su autor, que ni estrenó la obra encargándose de ello el gran pianista Konstantin Igoumov en 1908. En los últimos tiempos son numerosos los pianistas que se han acercado a ella, lo que nos permite conocer las bellezas contenidas en una sonata que, pese a sus excesos  y sobreabundancia de ideas -combinadas a veces de manera farragosa- aporta muchos valores instrumentales y momentos especialmente emotivos a partir de una escritura pianística fascinante que exige del intérprete una especial capacidad y solvencia, virtudes que Martín García demostró poseer en grado superlativo en una versión plena de fuerza, vehemencia, emoción y perfección técnica, con momentos memorables desde ya la exposición de la célula germinal de la obra, con su profética llamada en quintas, dando lo mejor de sí mismo en el segundo movimiento, con un inspirado y emotivo lirismo plenamente poético y una impresionante eclosión pianística en un final desbordante en el que el piano se convirtió en verdadera orquesta en una extenuante fanfarria que pondría a prueba la resistencia física de cualquier pianista.

   Tres bises, también de Rachmaninov, los Estudios- Cuadros nº 8 y 9 del op. 39, en ejecución admirable en brillantez y belleza sonora y la penúltima de las piezas de salón op. 10 cerraron el recital memorable de un pianista cuya evolución convendría seguir muy de cerca pero que ya hoy constituye una espléndida realidad.

Foto: Web Martín García

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