CODALARIO, la Revista de Música Clásica

Críticas 2013

CRÍTICA: EL TEATRO REAL PROPONE UN 'PARSIFAL' DE WAGNER CON INSTRUMENTOS ORIGINALES RECONSTRUÍDOS. Por Alejandro Martínez

3 de febrero de 2013
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Foto: Javier del Real

UN EXPERIMENTO VALIENTE

Teatro Real. Madrid. 31/01/13.  Parsifal, Wagner. Versión de concierto.

      En consonancia con el bicentenario del nacimiento de Wagner, el Teatro Real propuso una original versión de Parsifal, con instrumentos originales reconstruidos, buscando de esta forma aproximarse en todo lo posible al sonido del estreno de esta partitura, allá por julio de 1882. El proyecto es fruto de una coproducción y llegaba al Real tras haber pasado por Dortmund y Essen, como una iniciativa ligada al propio Thomas Hengelbrock y a la formación que él mismo fundó en 1995, el Balthasar-Neumann-Ensemble.
      Por cuanto hace a la propuesta de restaurar el sonido original del estreno, no deja de ser curioso que este afán filológico se reduzca a la pura naturaleza de los instrumentos y su ejecución, pues la partitura de Parsifal está indisociablemente ligada a las condiciones acústicas de Bayreuth. Así pues, siendo sin duda un valioso experimento, no deja de ser una tentativa incompleta, al no buscar un juego acústico próximo al de Bayreuth, con la orquesta en el foso y un singular juego en el balance entre voces y orquesta. Algunas personas se han preguntado también por la conveniencia o no de interpretar Parsifal en versión concierto, puesto que de algún modo la historia misma de esta música está ligada a sus sucesivas puestas en escena, con el reciente hito de la propuesta de Herheim, vista por vez última en el Festival de Bayreuth del año pasado. Quizá sea este el inconveniente menor, pues la ausencia de representación escénica permite fijar toda la atención en el sonido experimental y en la labor de las voces. Sea como fuere, y pesar de todos estos condicionantes, la experiencia de este Parsifal del Teatro Real puede valorarse como valiente y atractiva.
      Así las cosas, la recreación orquestal venía marcada, en esta ocasión, por cambios importantes, como explica Minkus Teske en su artículo del programa de mano. En primer lugar, las cuerdas eran de tripa y en su ejecución primaba la tendencia a un vibrato muy reducido. Ello confería a su sonido una presencia menos brillante, más austera, y de algún modo menos enfática, con un volumen más amortiguado, aunque no por ello menos trascendente. Al contrario, sumado ese sonido a la presencia de unos vientos con paredes más gruesas y de sonidos más cálidos, la sensación era la de un intimísimo y un recogimiento tan auténticos como distintos a los que estamos acostumbrados, al escuchar a formaciones de afinación alta, metales restallantes y cuerdas brillantes.
      De un modo fascinante aunque extraño en primera instancia, la partitura de Parsifal se ponía así en comunicación con los orígenes religiosos de la música antigua, con la que al fin y al cabo guarda un gran parentesco, pues la partitura de Wagner no deja de ser una suerte de último gran oratorio. Otros cambios importantes, y hasta un tanto exóticos, tenían que ver con la sustitución de las campanas tradicionales por gongs de Java y Thailandia. Con todo ello, es evidente que se nos ofrecía un sonido muy distinto al habitual, aunque el oído no tarda en acostumbrarse a una diversa articulación y a una modulación un tanto dispar. Quizá más sea más discutible la ejecución, algo acelerada, merced a unos tempi bastante estrictos, que situaron la duración de la representación en poco más de tres horas y media. El problema no fue tanto la duración como la puntual falta de tensión y arrebatamiento de la partitura en manos de Hengelbrock, que es un maestro solvente y meticuloso, sin duda, pero quizá en exceso comedido o distante en su acercamiento a estas páginas wagnerianas.
      En resumen, pues, a nivel orquestal, podrá gustarnos o no el resultado final, pero no cabe duda del interés y valentía del experimento. Y es que, quizá esa sonoridad no satisfaga a algunos oyentes de hoy en día, pero ¿y si realmente sonaba así en su origen, menos enfático, menos brillante, menos epatante? La posibilidad de habérnoslo preguntado y escuchado en vivo bien merece el aplauso. La parte coral corría en esta ocasión a cargo de un algo escaso Balthasar-Neumann-Chor, que no dio muestras de gran valía. Tampoco los Pequeños Cantores de la JORCAM lucieron al estupendo nivel que acostumbran.

 

 

 

 

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      En términos vocales el gran triunfador de estas representaciones está siendo sin duda el magistral Gurnemanz de Kwanchoul Youn, en afortunada sustitución del inicialmente previsto John Relyea. Digno de cuantos elogios traigamos a colación, ofreció una lección de autoridad vocal, domino del texto y madurez interpretativa. Un Gurnemanz imbatible, prácticamente de antología, a la altura de los grandes. Aunque fue sustituida el primer día por Anna Larsson, en la segunda representación, que es la que aquí comentamos, sí pudimos disfrutar del buen hacer de Angela Denoke como Kundry. No obstante, al comienzo de la representación el propio Mortier comunicó al público que Denoke cantaría esa noche a pesar de arrastrar todavía una leve afección, que se percibió de hecho en algunos sonidos áridos en la franja aguda y en unos graves algo desguarnecidos. A cambio, Denoke ofreció un timbre que aúna un centro denso y un agudo de un metal reluciente. La emisión es magnífica, la voz corre con gran presencia y hay que decir que resolvió la compleja partitura sin grandes dificultades. Su labor dramáticas fue sobresaliente, recordando por su simple presencia en escena a la gran Kundry de Waltraud Meier, que lo dice todo con una simple mirada. Denoke, en este sentido, recreó con su pura presencia la seducción y la ambigua dulzura de Kundry, esa agresiva vulnerabilidad que articula este fascinante papel.
      El tenor neozelandés Simon O'Neill estaba al cargo del rol titular, y fue por momentos evidente su insuficiencia vocal para el papel. No es tanto que no tenga las notas, que las tiene, como el hecho de poseer un timbre muy poco seductor, con sonidos no siempre limpios y atractivos. Es además es una voz un tanto ligera para esta parte, quedando así su Parsifal algo falto de empaque. De afinación no siempre atinada, se diría un tanto tosco como intérprete, bastante primario pues en su recreación dramática y en su trabajo con el texto. Cumplió, pero estuvo lejos de entusiasmar.
      Algo semejante sucedió con el Amfortas de M. Goerne, al que ya pudimos escuchar hace algunas semanas en el propio Teatro Real, en un concierto dedicado a Mahler, y al que podrá escucharse de nuevo el próximo martes en el Teatro de la Zarzuela, en un recital de lied. En esta ocasión ofreció una doliente y sentida encarnación del guardián del Grial, si bien mostrando una emisión algo menos desenvuelta que en ocasiones anteriores, con sonidos algo abiertos en el agudo y un tanto engolados en el graves. Fue más el interés, por tanto, de su convicción dramática que el de su estricta resolución vocal.
      Completaban el reparto el muy estimable Klingsor de Johannes Martin Kränzle y el contundente Titurel de Victor von Halem, cantado desde las alturas del teatro. Von Halem ya interpreto este papel en los ochenta, ni más ni menos que con el maestro Karajan. Estupenda también la labor de conjunto de las muchachas flor. Aplaudimos pues el valiente e interesante experimento propuesto por el Real, ligado a un reparto más que solvente, destacando la excelente labor de Youn y Denoke.
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