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CRÍTICA: EL TEATRO REAL DE MADRID ACOGE EL ESTRENO MUNDIAL DE LA ÓPERA'THE PERFECT AMERICAN' DE PHILIP GLASS. Por Alejandro Martínez

5 de febrero de 2013
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EL REY DESNUDO

The Perfect American, Teatro Real, 01/02/2012

       Cuando Gerard Mortier desembarcó en el Teatro Real trajo consigo la propuesta de dos estrenos mundiales que no habían encontrado acomodo en el que habría sido su destino, la New York City Opera, a causa de las desavenencias económicas que finalmente hicieron recalar al gestor belga en Madrid. Uno de esos encargos, en coproducción con la English National Opera de Londres, era precisamente el título de Philip Glass que nos ocupa, The Perfect American, acerca de la vida y la personalidad de Walt Disney. El otro encargo, a cargo del compositor Charles Wourinen y que presumiblemente se estrenará la temporada que viene, gira en torno al argumento que ya dio lugar a la película Brokeback Mountain.
      El interés de este estreno de Glass, que ha tenido una notable repercusión mediática a nivel internacional, estriba en la perspectiva francamente novedosa desde la que se aborda el universo de Disney y que tiene su origen en el libro Der König von Amerika, de Peter Stephan Jungk, publicado en 2001 y recién traducido al castellano en la editorial Turner. A partir de ese texto, el propio Philip Glass, como explica en una entrevista concedida a la Revista del Real, confeccionó un esquema de trabajo que dio lugar al libreto de Rudy Wurlitzer que se ha puesto en escena en el Real.
      Se aborda en ambos casos, en el libro de Jungk y en el libreto de Wurlitzer, si bien con notables diferencias en algunos puntos, la figura de Disney desde la paradoja que resulta de observar, al mismo tiempo, al genio americano como el creador inimitable de un universo de felicidad y ensoñación para los niños, por un lado, y como un ser egocentrista y arisco, lleno de miedos y tics ideológicos, por otro. De tal modo que el icono de un mundo de fantasía y felicidad nos aparece en su vida cotidiana como un tipo no tan perfecto. Hay que reconocer el enorme atractivo de esta perspectiva, sobre todo porque permite, partiendo del caso de Disney, situar la mirada en los procedimientos generales de la industria cultural contemporánea, tan ligada a creadores icónicos.
      Y es que, desde esta óptica ¿acaso no podríamos preguntarnos lo mismo sobre alguien como Steve Jobs, por ejemplo? Mucho se ha debatido sobre la conveniencia de abordar desde este prisma una figura icónica un tanto idealizada como la de Disney. Pero precisamente ese es el interés de The Perfect American, que desde el respecto y el matiz, evitando caer en el lenguaje de los trapos sucios y la brocha gorda, permite visualizar un tanto más desnudo al creador de un mundo artificial del que él mismo acabo siendo un producto acabado pero imperfecto.

      El resultado global, según se ha visto en el escenario del Teatro Real, es satisfactorio aunque convencional. Y es que Philip Glass realiza un gran trabajo musical con su partitura, pero desde una perspectiva demasiado comercial, en modo alguno vanguardista o experimental, como cabría esperar de quien hace ya décadas firmó una obra tan heterodoxa como Einstein on the beach. Otra ópera anterior de Glass como White Raven dista mucho, en su lenguaje compositivo, de lo que hemos encontrado esta vez en el caso de The Perfect American. El propio compositor reconoce haber cerrado ya, de algún modo, el capítulo del minimalismo al que estuvo asociada su carrera en un principio, y declara estar ahora explorando nuevas vías expresivas. De ser así, podríamos compartir la valoración de José Luis Téllez, que en sus charlas introductorias a estas representaciones indicaba con certeza que The Perfect American es una suerte de "ópera pop", situada más bien en la tradición americana del musical, por mucho que mantenga sus formas y convenciones operísticas.
      La música de Glass para The Perfect American es en última instancia un gran trabajo que posee una música brillante, inspirada y madura. Sigue habiendo una estructura serial muy bien desarrollada, una inspiración melódica evidente y también un tratamiento muy meditado de la plantilla orquestal. Pero quizá cabría esperar algo más rompedor en manos de Glass. Puede que el acierto de su propuesta en esta ocasión radique en haber roto con sus propias convenciones. Es decir: The Perfect American no es exactamente lo que esperábamos de Glass; algunos verán en ello un acierto, una vuelta de tuerca sobre su propia producción, y otros entenderán que es un demérito, al haberse encontrado, en ese giro, tan próximo al lenguaje popular y comercial del musical. Seguramente también porque se maneja, con demasiada alegría, un concepto un tanto peyorativo del musical como un arte escénico de segunda categoría frente al esplendor de la ópera, asunto que convendría revisar, sobre todo a estas alturas de la evolución compositiva, cuando las fronteras entre los géneros se han borrado y desdibujado hasta confundirse.
       Sea como fuere, quizá lo menos convincente del trabajo  sea la parca elaboración de la línea vocal, que no va más allá de un recitar cantando, de nuevo muy en la línea del musical americano. No hay páginas vocales de especial entidad ni un tratamiento vocal de los caracteres dramáticos de los personajes. Otro de los deméritos de esta propuesta de Glass, seguramente el mayor, radica en la estructura misma del libreto. Y es que The Perfect American carece de acción. Al presentarse como un flashback, como una evocación por parte de Disney en los últimos días de su vida, la ópera no es otra cosa que la sucesión de una serie de instantáneas sin especial conexión entre sí, meramente yuxtapuestas, sin un tejido argumental que las amalgame.
      A este respecto, Glass sostiene, en la entrevista que antes citábamos, que esta singular narratividad responde a la naturaleza de la ópera, que ha de verse como una ensoñación y no como una acción en el sentido clásico. De ahí que pretenda de algún modo continuar en su indagación del tiempo escénico (ese era el tema al fin y al cabo de Einstein on the Beach) a través de la estructura narrativa de esta ópera.
      Hay algo de verdad dramática en la afirmación de Glass, pues vistas desde ese prisma onírico, que no busca recreación realista documental alguna, determinadas escenas, lejos de ser una ocurrencia aparecen como momentos notable inspiración, como sucede con el fantástico encuentro con el autómata de Lincoln. Una obra, pues, valiosa incluso por los interrogantes y contrasentidos que pone sobre la mesa. Al mismo tiempo es un trabajo maduro e inspirado pero también una obra comercial y un tanto decepcionante en sus formas.
       El elenco vocal estaba encabezado por Christopher Purves, que fue un espléndido intérprete de Walt Disney, tanto por lo atractivo de su voz, al menos enfrentándose a una línea vocal tan poco exigente, como por su desenvoltura escénica y su implicación dramática. Del resto del reparto (D. Pittsinger, D. Kaasch, J. Kelly, M. McLaughlin, etc.) no cabe destacar de modo especial la labor de ninguno en concreto, si bien todos contribuyeron a una eficaz labor de conjunto. Y es que quizá lo más interesante de esta producción sea el trabajo escénico de Phelim McDermott, con escenografía y figurinismo de Dan Potra e iluminación de Jon Clark, con vídeos de Leo Warner. Francamente inspirado, jugando con proyecciones y constantes alusiones al lenguaje cinematográfico y al contexto de los estudios de diseño y dibujo de la factoría Disney, McDermott y Potra disponen un artefacto central que genera un incesante dinamismo, lo que contribuye a matizar la ausencia de una acción continuada que trabe las distintas escenas, como indicábamos antes. Un espectáculo visual y escénico de espléndida factura.
      La labor de la Orquesta Titular del Teatro Real, a las órdenes de Dennis Russel Davis, fue notable aunque no siempre atinada en los vientos y metales, a los que Glass otorga responsabilidad con páginas complejas y un tanto expuestas. Mucho más inspirado, en general, resultó el trabajo de las cuerdas, tanto en el prólogo como en el epílogo, quizá las mejores páginas de Glass en esta ocasión y donde se demanda su mayor desempeño. De igual manera, el Coro Intermezzo, el titular del teatro, respondió con su habitual buen hacer en las no pocas páginas corales que Glass introduce en su partitura.
      The Perfect American se sostiene por una música compuesta con gran inteligencia y por un esmerado trabajo de realización escénica, amén de por el interés, que podrá compartirse o no, de mirar a Walt Disney desde una óptica distinta. Otra cuestión es si este título se repondrá o no en otros teatros, después de su paso por el Real y sus funciones londinenses en la ENO. Su gran potencial comercial, por tema y por lenguaje musical, nos lleva a pensar que sí. Pero sus convencionalismos, precisamente por lo mismo, nos llevan a lo contrario. El tiempo responderá.
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