CODALARIO, la Revista de Música Clásica

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CRÍTICA: 'I DUE FOSCARI' EN EL PALAU DE LES ARTS DE VALENCIA. Por Alejandro Martínez

5 de febrero de 2013
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DOMINGO TUVO Y RETUVO

I due Foscari, Palau de Les Arts de Valencia, 02/02/2012

      I due Foscari es un título que va encontrando un lugar en el repertorio, por méritos propios. Y es que estamos ante una música inspiradísima, llena de imaginación melódica, de recreación ambiental y con una línea vocal en la que se suceden, una tras otra, páginas de indudable atractivo y fantástica factura. Orquestada con gran habilidad y con unas posibilidades dramáticas de auténtica teatralidad, no extraña que Plácido Domingo haya fijado su mirada en esta partitura para seguir ampliando su catálogo de barítonos verdianos, ni que Leo Nucci lo mantenga como uno de sus caballos de batalla.
      En conversación con los aficionados que le esperaban al término de la función, el propio Domingo comentaba que no hay  tanta distancia entre I due Foscari, estrenada en 1844, y la partitura original de Simon Boccanegra, cuya primera versión data de 1857. No deja de haber algo más de una década entre ambos títulos, pero es cierto que su ambientación y sus roles principales tienen no pocas connotaciones, al margen de la evidente evolución de la escritura vocal y orquestal que se aprecia en la segunda respecto a la primera. Celebramos pues que, aunque sea por capricho de un grande como Domingo, regrese de nuevo a los escenarios esta partitura, que también Muti ha elegido para completar su cartel de títulos verdianos en Roma.
      Por lo que respecta a la representación que nos ocupa, comenzaremos diciendo que le hemos visto mejores actuaciones al gran Plácido Domingo. Y es que los años no pasan en balde, y hay ya una distancia apreciable entre su fantástica encarnación de Simon Boccanegra, allá por julio de 2010, en el Teatro Real, y estos nuevos barítonos verdianos que incorpora ahora a su ya vastísimo repertorio. La voz sigue teniendo personalidad, sigue teniendo presencia y color en el centro, y el cantante sigue siendo un comunicador nato, con un magnetismo escénico de primera. Pero no es menos cierto que el fiato no siempre acompaña, menos desahogado de lo que debiera para afrontar páginas con escritura de filiación belcantista como las de I due Foscari.
      De ahí que la fonación de Domingo quedase más expuesta en la sucesión de notas breves, en las frases más ágiles y, en general, en los pasajes más extremos, pues al fin y al cabo ni el agudo ni el grave responden, por armónicos, a lo que cabría esperar de un barítono verdiano, algo también apreciable en los concertantes, donde el balance entre voces no siempre era equilibrado. Así las cosas, lo que sorprende es que un cantante de 72 años siga siendo capaz de emocionar como no lo hizo ninguno de sus compañeros de reparto. Y es que el que tuvo, retuvo, y Domingo retiene tanto que incluso en la carencia encuentra virtud.

      Sorprendió bastante, y para bien, la vocalidad de la soprano china Guanqun Yu, ganadora del concurso Operalia en 2012 y artista que cuenta con el aval de haber cosechado muy buenas críticas a finales de 2012 en el Met, interpretando la Leonora de Il Trovatore. En su encarnación de Lucrezia Contarini, un papel poco agradecido por su escritura extrema y un tanto híbrida para una dramática de agilidad, dio muestras de un instrumento amplio, de envidiable proyección (su voz era la que más y mejor se oía en los concertantes). Dueña de un timbre esmaltado y luminoso, se mostró resuelta en las agilidades, serena en su recreación de los pasajes líricos y con la dosis justa de temperamento para acometer las páginas di forza. Fue por tanto un acierto contar con ella en este reparto, si bien se pudiera esperar para este rol un timbre algo más dramático que el suyo, que posee  al fin y al cabo resonancias más bien líricas. Pero lo cierto, salvo por algún puntual problema de afinación en la franja aguda, es que ofreció una Lucrezia a la que pocas reservas cabe apuntar.
      De Ivan Magri ya hablamos con motivo de su Duque de Mantua en el Rigoletto que abrió la temporada de Les Arts. Cabe repetir aquí de nuevo lo que dijimos entonces. El rol de Jacopo Foscari es de algún modo el que más minutos canta y el que más pasajes de genuino canto verdiano debe afrontar. Ivan Magri resolvió su parte con esmero, con algún leve inconveniente en el pasaje y alguna irregularidad en el ascenso al agudo. Sin embargo, en partituras como ésta cabe demandar una línea de canto más elaborada, con más modulaciones, más dinámicas y una mayor recreación del texto. El canto siempre enfático y extrovertido de Magri redunda en última instancia en una corrección general que sin embargo no despega en su recreación dramática. No estamos de acuerdo con quienes plantean que Jacopo Foscari es un rol para un spinto. Al contrario, se trata de una partitura para un lírico pleno pero implicado en la recreación del fraseo verdiano y con los papeles en regla en materia técnica. Por eso Magri no adolece, salvo en ocasiones puntuales, de un timbre demasiado lírico para el rol, aunque sí de una articulación y de un fraseo a menudo superficiales, amen de una técnica algo irregular.
      El bajo Gianlucca Buratto dio muestras de una buena materia prima, pero sonó a menudo tonante y grueso en su emisión. Espléndida labor la del Coro de Generalitat Valenciana, y no menos sobresaliente la labor de los músicos de la Orquesta de la Comunidad Valencia en el foso, a las órdenes de Omer Meir Wellber, su director titular. Éste ofreció un planteamiento convincente en líneas generales, llevando con brío y teatralidad la partitura verdiana, si bien tiende a buscar un sonido demasiado impetuoso, siempre enfático y algo pasado de decibelios. También encuentra, no obstante, el pulso a los pasajes más líricos, sobre todo hallando una respuesta tan espléndida en la cuerda de esa orquesta. Se mostró más competente en la concertación de las escenas de conjunto (ese espléndido final del segundo acto) que en el mero acompañamiento de las voces.
      La propuesta escénica de Thaddeus Strassberger, con escenografía de Kevin Knight, iluminación de Bruno Poet y vestuario de Mattie Ulrrich, fue francamente decepcionante. Casi una apología del feísmo, con un escenario en ruinas que estaba muy lejos de reflejar el decadente esplendor de la Venecia ducal. La dirección de actores se antojaba a veces esmerada, pero con esa disposición escénica cabía poca interacción. Tampoco convenció la recreación del carnaval que abre el acto tercero. El final, con Lucrecia ahogando a su propio hijo, no deja de ser una ocurrencia, un capricho sin mayor justificación ni sentido dramático. Esta misma producción es la que se vio ya en Los Ángeles, con el propio Domingo en el rol titular, y la que se verá en el Theater an der Wien y en el Covent Garden. Sorprende que se opte por un trabajo de tan escasa calidad para una coproducción entre tan importantes teatros.
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