Crítica de Raúl Chamorro Mena del concierto del pianista Joaquín Achúcarro con la Sinfónica de Madrid en el Auditorio Nacional bajo la dirección musical de Pedro Halffter
La vitalidad de Joaquín Achúcarro
Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 10-I-2023, Auditorio Nacional. Ciclos musicales de la Orquesta Sinfónica de Madrid. Concierto para piano y orquesta, op. 16 (Edvard Grieg). Joaquín Achúcarro, piano. Eine Alpensinfonie-Sinfonía Alpina, op. 64 (Richard Strauss). Orquesta Sinfónica de Madrid. Dirección: Pedro Halffter.
La Orquesta Sinfónica de Madrid, cuya fundación se remonta a 1903, es la agrupación titular del Teatro Real de Madrid y cuenta con un ciclo de conciertos sinfónicos en el Auditorio Nacional de música. Este su primer evento del año acogió la gratísima presencia como solista al piano del gran veterano Joaquín Achúcarro, de trayectoria ejemplar y que demostró encontrarse en forma a sus jovencísimos 90 años de edad.
Estudiante en Leipzig e influido por el concierto para piano de Robert Schumann, el noruego Edvard Grieg, que cuenta con numerosas composiciones para piano solo, estrenó en 1869 su única obra concertante para dicho instrumento, si bien la revisó en abundantes ocasiones, datando de 1907 la versión definitiva que se escucha habitualmente en las salas de concierto. La obra, de presencia habitual en el repertorio pianístico, es buena muestra del romanticismo tardío del autor, así como de su inspiración melódica y capacidad para integrar los aires folklóricos de su tierra. Joaquín Achúcarro pleno de vitalidad y recibido muy cariñosamente por el público atacó los exigentes acordes iniciales -octavas y complicados arpegios- con arrojo y determinación mediante un sonido no especialmente voluminoso, pero más que suficiente de presencia, además de sedoso y bien aquilatado, sin margen alguno para las notas abiertas o estridentes. Estupenda la cadencia. Un Achúcarro entregado y muy concentrado, acompañando con gestos el discurso orquestal como queriendo darle el pulso que le faltaba a la batuta, mostró su fraseo musical y cuidadísimo, así como esa capacidad cantabile, siempre buscada en su discurso pianístico, que brilló particularmente en el hermoso segundo movimiento, pues la inspiradísima melodía surgió con todo su lirismo y tono ensoñador. Bien es verdad, que pudo faltar un punto de gama dinámica y mayor limpieza a algunos pasajes, pero el virtuosismo, especialmente exigido en el último movimiento, fue apropiadamente expuesto por el pianista bilbaíno con destreza en la digitación y buenos trinos. Achúcarro, sabio y experimentado, contrastó magistralmente la agilidad exigida en el tercer capítulo -con su aire danzable e impulso rítmico- con la bellísima, plena de lirismo, melodía de la parte central del movimiento introducida por la flauta. Pedro Halffter demostró su escasa afinidad con la obra y, en general, con el repertorio romántico, con un acompañamiento moroso y destensionado, banalmente pomposo y lentorro, muy caído, sin latido romántico alguno, aunque, eso sí, siempre atento al solista.
Magnífico, delineado con una mezcla de serenidad, refinamiento sonoro y altura poética el Nocturno de Grieg, de clara filiación chopiniana, ofrecido por Achúcarro como propina, ante las ovaciones de un público puesto en pie.
Richard Strauss culminó su importante serie de poemas sinfónicos –música programática, obras orquestales que se basan en un argumento previo- con su Sinfonía alpina (1915), que consagra, además, una vuelta de tuerca a su fascinante capacidad como orquestador con un orgánico que exige 130 músicos. La partitura describe magistralmente y con una deslumbrante exhibición de colores y resortes orquestales la ascensión y posterior regreso a un monte de los Alpes bávaros
La interpretación de esta obra maestra por parte de la orquesta que ocupa el foso del Teatro Real se integra adecuadamente en los ensayos de la próxima ópera de la temporada, Arabella, magnífica ópera del genio Bávaro aún inédita en Madrid. Pedro Halffter demostró su hondo conocimiento de la composición y mucho mayor afinidad con la misma y, sin poder superar totalmente las limitaciones de la orquesta –ayuna de transparencia, paleta de colores y refinamiento tímbrico- organizó bien las 22 escenas, obtuvo un sonido aceptable y supo crear clímax. La cuerda normalmente débil mostró cierto cuerpo y capacidad dinámica capitaneada por la concertino invitada Amarins Wierdsma, templadas resultaron las maderas y aceptables los metales a pesar de algunas puntuales estridencias. Cierto es que la interpretación de Halffter se fundamentó en esa tendencia, marca de la casa, a la ostentosa grandilocuencia –la obra lo permite en muchos pasajes- y el exceso de aparato, echándose en falta en diversos momentos una mayor finura y sutilidad para modelar la filigrana orquestal Straussiana, pero también definió contrastes y algunas atmósferas logrando pasajes brillantes como el gran crescendo de la salida del sol o la tormenta.