Crítica de Pedro J. Lapeña Rey del concierto de Adam Fischer y la orquesta de camara danesa en el Concierto de principio de año del Palacio Esterházy
Un torbellino
Por Pedro J. Lapeña Rey
Eisenstadt. Haydnsaal del Schloss Esterházy. 22-I-2023. Orquesta de cámara danesa. Soprano: Emöke Baráth. Director musical: Ádám Fischer. Sinfonía nº 35 en re mayor «Haffner» y Aria de concierto «Ch'io mi scordi di te» de Wolfgang Amadeus Mozart. Escena de Berenice y Sinfonía nº 94 en sol mayor «de la sorpresa» de Franz Joseph Haydn.
Hay escenarios emblemáticos en la historia de la música que te marcan para siempre cuando los pisas por primera vez. Tenemos multitud de ejemplos. ¿Cómo no recordar la primera vez que entras en el Festpielhaus de Bayreuth, en el Carnegie Hall neoyorquino, o en la Ópera de Viena? Aun hoy me estremezco de recordar mi primera vez en el Covent Garden de Londres. Ahí estaba la mítica Tosca de Franco Zeffirelli, dos semanas después de haberme comprado el vídeo del segundo acto con Maria Callas y Tito Gobbi. Según te vas haciendo viejo, hay menos lugar para la sorpresa. Pero, afortunadamente, siempre quedan salas nuevas a las que acudir y este domingo acudimos a una de ellas.
Los Esterházy han sido una de las sagas nobiliarias más ricas e influyentes del Imperio austrohúngaro durante varios siglos. Propietarios de ingentes cantidades de terreno, sus dominios se extendían sobre todo por la parte húngara. Varios de sus príncipes fueron amantes de la bellas artes -música incluida- y Franz Joseph Haydn trabajó para ellos casi la mitad de su vida. Repartían sus meses de verano entre el versallesco “Palacio de Fertőd”, situado actualmente en el Condado húngaro de Győr-Moson-Sopron-, y el antiguo Castillo Esterházy, en la ciudad de Eisenstadt, entonces perteneciente también a la parte húngara del imperio y en la actualidad capital de la provincia austriaca de Burgenland, a cuyo dominio pasó al término de la Primera guerra mundial. En ambos palacios, Haydn dirigía la orquesta, interpretaba música de cámara, y se encargaba de todo lo relacionado con la interpretación de óperas. Y lo mas importante para la posteridad, componía de manera continua toda su ingente producción. Cerca de 500 obras salieron de su pluma en esa larga etapa. De las dos salas emblemáticas donde ejercía día a día, el teatro de ópera del Palacio de Fertőd desapareció en un incendio hace ya más de cien años, pero afortunadamente, aún hoy tenemos la posibilidad de disfrutar de su música en la impresionante Sala Haydn del Castillo de Eisenstad. Construida como salón de baile barroco durante la segunda mitad del siglo XVII, una ingente cantidad de frescos la decoran en su totalidad, y su acústica es excelente para la música de cámara. La primera vez que visité el castillo, hace más de veinte años, me dije que quería volver allí a escuchar obras de Haydn, y la espera se ha hecho larga, pero felizmente ha terminado. Ha sido con suspense añadido ya que las dos nevadas que hemos tenido en Viena este fin de semana nos han obsequiado con un paisaje siberiano entre ambas ciudades.
La Orquesta de cámara danesa y su titular, el veterano director húngaro Ádám Fisher traían en el programa dos obras de Mozart y otras dos de Haydn, todas ellas compuestas en poco más de 10 años, el breve lapso entre 1782 y 1795. Curiosamente, ninguna de las obras de Haydn fue compuesta en su época con los Esterházy. Ambas lo fueron en Londres, en cada uno de los dos extensos viajes que hizo a las islas en los años 90.
Cuando en 1782 Mozart compone su Sinfonía n.º 35 en re mayor, K. 385, para la familia Haffner, él ya no vive en Salzburgo. Está en Viena inmerso en un periodo de mucho trabajo, pero no puede decir que no a sus antiguos conocidos salzburgueses. De tono alegre -el encargo original era una especie de serenata festiva para celebrar un nuevo título nobiliario de la familia- Mozart la revisa poco después para darle una estructura clásica -Allegro, Andante, Minuetto, Presto- con formas sonatas, temas melódicos, variaciones y recapitulaciones. La entrada de Ádám Fischer en el escenario, casi corriendo, fue premonitoria. Su aspecto avejentado -tiene ya 73 años- no tiene nada que ver con el pulso y la intensidad que es capaz de desplegar. No tardó ni 3 compases en demostrarlo. El Allegro con spirito inicial ya fue flamígero, como lo también el Presto final, llevados a velocidad de vértigo, con un sonido pleno y brillante que se amoldó de manera exquisita a la acústica de la sala.
Para la segunda obra del programa, la conocida Escena de Berenice que Haydn compuso en 1795 en su segunda visita a Londres para la célebre soprano dramática Brigida Giorgi Banti, se le unió la soprano húngara Emöke Baráth. Aunque su timbre no es particularmente atractivo y el volumen de su voz tampoco parece ser gran cosa, la húngara se implicó con esmero en esta escena dramática en la que una mujer enamorada abandonada por su marido fantasea con recuperarle para después darse cuenta de que eso es imposible. Durante el recitativo inicial fue calentando la voz aunque no fue capaz de transmitir esa ensoñación en que se vive cuando tienes la vana esperanza de recuperar a tu amado. Bastante más expresiva estuvo en la segunda parte, de tono más dramático, donde infeliz y desdichada mostró un fraseo intenso y un dominio de la coloratura, si no reluciente, sí al menos más que estimable. Quien sí se mostró deslumbrante fue de nuevo el Sr. Fischer con un acompañamiento de lujo, de sonido fascinante, y sin parar de canturrear el texto.
Tras el descanso, el aria de concierto Ch'io mi scordi di te de Mozart. Escrita en 1786 para su amiga, la soprano inglesa Nancy Storace, y de temática similar -los amores imposibles eran muy populares en la época- incluye una importante parte para piano que también asumió el director húngaro con resultado excelente. Por su parte la Sra. Baráth se mostró algo mas intensa aquí con resultados similares que encandilaron al publico local, pero que quedaron lejos en la memoria del que suscribe de los que ha podido ver en el pasado a cantantes como Cecilia Bartoli o Julia Lezhneva.
Para rematar el concierto, la peculiar Sinfonía nº 94 en sol mayor, «de la sorpresa», que Haydn compuso en 1791 durante su primer viaje a Londres. En el movimiento inicial Adagio - Vivace assai, Ádám Fisher marcó de nuevo unos tempi de vértigo, a los que la orquesta respondió con brillantez y virtuosismo a partes iguales. Son mas de 25 años los que llevan trabajando juntos y la complicidad que se transmiten llega a los espectadores. En el Andante posterior, marcó con suma delicadeza tanto el tema como las variaciones, pero si alguno de los presentes no sabía por qué en los países de habla tudesca se la llama Mit dem Paukenschlag – con el golpe de timbal, él se encargó de enseñárselo. El minueto tuvo la gracia y el esplendor que pocos consiguen -no olvidemos que Fischer ha dirigido El murciélago o Rosenkavalier en innumerables ocasiones tanto en Viena como en Budapest-, y el Allegro molto final fue de nuevo un torbellino. Increíble la energía que desprende tras un cuerpo -en apariencia- frágil.
Con el publico puesto en pie, no podía acabar así el concierto, y orquesta y director nos regalaron otra vibrante versión de la Obertura de Las Bodas de Fígaro. Ádám Fisher, sin parar de correr, estrechó las manos de casi todos los integrantes de la orquesta. De entrada a los jefes de fila de las cuerdas, para a continuación subir por el escenario hasta los vientos, luego al timbalero y a los contrabajos, para finalizar retornando al podio. Un digno colofón a una magnífica velada en una sala histórica como pocas, que mantiene una considerable programación anual, y que debería ser visita obligada para todos los amantes del clasicismo.
Foto A. F. : Web Adam Fischer