Crítica de F. Jaime Pantín del recital del pianista serbio Misha Dacic en el Festival Internacional de Piano «Santa Cristina de Lena», en la localidad asturiana de Pola de Lena
Un intenso y sorprendente recital
Por F. Jaime Pantín
Pola de Lena, Asturias, 11-II-2023. Festival Internacional de Piano «Santa Cristina de Lena». Misha Dacic, piano. Obras de Scarlatti, Rajmáninov, Liszt y Enescu.
En los tiempos que corren, la creación de un nuevo ciclo cultural merece ser saludada con entusiasmo. Si se trata de música y además de piano, instrumento que ha colocado a nuestra región en una posición muy destacada en el panorama musical, los aficionados tienen razones para congratularse. La elección del pianista serbio Misha Dacic para inaugurar el ciclo supone todo un acierto por parte de la organización, al tratarse de un artista no muy conocido por el público pero su prestigio entre los profesionales y especialistas conocedores del mundo del piano ha propiciado cierto halo de leyenda en torno a su figura, despertando un inusitado interés que se tradujo en una nutrida y entusiasta afluencia de público.
En su presentación en Asturias, Dacic propuso un programa de intensidad inusual que pondría a prueba la solvencia y capacidad de cualquier pianista. Casi dos horas de música de la máxima exigencia, que hubieran sido más de no haberse reducido al máximo los espacios entre las 20 piezas que conformaban un recital que giró en torno al culto al virtuosismo, entendido éste desde prismas tan diversos como el de Scarlatti, Rachmaninov, Liszt o Enesco.
Desde su misma aparición en el escenario, Dacic parece distanciarse de los rituales habituales del recital para -tras una presencia sencilla y algo tímida- imponer inmediatamente un discurso expresivo fuertemente personal a través de una técnica tan sofisticada como peculiar y de un indudable carisma, consiguiendo que músicas frecuentemente escuchadas suenen de manera distinta y novedosa, sin que el auditor pueda imaginarse que lo que está sonando pudiera ser de otra manera.
Se abre el recital con un Scarlatti intenso, de pedalización generosa, refinado y servido en sonido de plata, en el que melismas casi improvisados tejen un aria emocionada de bellísimo enunciado antes de presentar la majestuosidad y ceremonia de una danza en la que la libertad agógica no anula el empaque inicial, para concluir con el virtuosismo y transparencia de una nueva propuesta sonatística que combina el lirismo galante con la extraversión arrolladora.
La segunda y más amplia mitad de la primera parte del recital estuvo dedicada a Rachmaninov del que se cumple el 150 aniversario de su nacimiento, así como el 80 de su muerte. Dacic elige una mayoría de piezas en modo menor, en una selección que se aleja de las melodías más populares del compositor para ahondar en sus aspectos más oscuros y tortuosos, eligiendo aquellos preludios y estudios que apuestan más por las armonías intrincadas que por el eufonismo, en un claro intento de presentar los aspectos más descarnados de un autor al que frecuentemente se ha achacado un sentimentalismo excesivo que Dacic desmiente totalmente en una interpretación modélica de la temprana Elegía op. 3 nº 1, de exposición fluida y distanciamiento aristocrático no reñido con la intensidad.
Los cuatro Preludios de gran complejidad elegidos supusieron una muestra del virtuosismo y poderío pianístico desplegados a lo largo del recital. Tempi al borde de lo posible, abordados con facilidad pasmosa, impresionante despliegue sonoro sin esfuerzo aparente, intensidad pasional controlada y transparencia absoluta en los muchos trazos de agilidad extrema en los que la vertiginosidad es asumida como natural.
Igualmente impresionantes los tres Estudios-Cuadros, culminación del estilo pianístico de Rachmaninov y cuya evidente vocación descriptiva -no desvelada más que a Respighi a propósito de la orquestación que realizó de cinco de ellos- supone un reto a la imaginación del intérprete, como pudimos apreciar sobremanera en el estudio op. 39 nº 7, convertido en manos de Dacic en poema elegíaco ominosamente opresivo que parece conquistar la redención en un final luminosamente liberador.
La segunda parte del recital estuvo casi dedicada en su totalidad a una amplia selección de los Estudios de Ejecución Transcendental de F. Liszt, autor con el que el pianista serbio muestra especial afinidad, como se pudo comprobar en la lectura electrizante de unas piezas que en sus manos mostraron de manera meridiana su vocación de transcendencia. Técnica superlativa, que asume riesgos evidentes en el convencimiento de que la audacia- al igual que el exhibicionismo moderado- supone un elemento expresivo a tener en cuenta en la interpretación lisztiana cuando se combina de manera adecuada y convincente con la imaginación, la pasión y la elegancia. Un Liszt fascinante que parece recuperar tradiciones perdidas y define por sí solo el talento excepcional de este fantástico pianista, que cerró el tour de force que este recital suponía con una versión deslumbrante- por virtuosismo, fuerza rítmica y riqueza sonora- de la Primera Rapsodia Rumana de George Enesco que literalmente levantó al público de sus asientos.