Crítica del recital del pianista Evgeny Kissin en el Auditorio Nacional de Madrid, dentro del ciclo de Ibermúsica
Kissin y sus caleidoscópicos programas
Por Óscar del Saz | @oskargs
Madrid. 13-II-2023. Auditorio Nacional de Música. Ibermúsica. Serie Arriaga. Obras de J. Sebastian Bach (1685-1750), W. Amadeus Mozart (1756-1791), Frèdéric Chopin (1810-1849) y Sergéi Rajmáninov (1873-1943). Evgeny Kissin (piano).
Y, el siempre esperado, Evgeny Kissin (1971), volvió a Madrid. En esta ocasión, además, un grupo muy nutrido de jóvenes fueron dispuestos en una tarima sobre el escenario para observar muy de cerca las evoluciones de este magnífico concertista que ahora también ejerce de pianista acompañante -lo hizo hace poco en un recital con Rene Fleming en La Scala, con páginas apasionantes de Schubert, Liszt, Rachmaninoff y Duparc- y que, no dudamos, tiene un idilio con Madrid-Ibermúsica, pese a su comprometida agenda llena de actividad. El recital estuvo dedicado al centenario del nacimiento de la gran pianista, reconocida internacionalmente, Alicia de Larrocha (1923-2009).
En el programa, de caleidoscópico y dificilísimo diseño, se abordó la Fantasía cromática y fuga, BWV. 903, de Bach; la Sonata para piano n.º 9 en re mayor, K. 311, de Mozart; el Scherzo para piano núm. 2 en si bemol mayor, op. 31, de Chopin, y -ya en la segunda parte- Lilacs n.º 5, op. 21, los preludios número 8, op. 32 y 10, op. 23, y los Études-Tableaux op. 39, de Rajmáninov, seleccionando el pianista los números 1, 2, 4, 5 y 9.
En la madurez de su cincuentena, asombra del artista la capacidad de cambiar de registros y estilos sin apenas aguardar unos segundos después de la salva de aplausos de la parte anterior. En estos años de talento extraordinario, se ha convertido en uno de los músicos más admirables y venerados del panorama pianístico en todo el mundo. Destacamos la profundidad y la verdad de todas sus interpretaciones, más allá de su -dado por hecho- virtuosismo, como uno de los medios para conseguir traspasar el vacío que existe entre la obra, el compositor y el público, de modo que inteligencia, técnica y emoción juegan a su favor sin nunca cargar las tintas ni perder el control de lo que está interpretando, siempre de memoria, sin desmayo y sin dudas ni flaquezas.
En su lectura de Bach de esta obra maestra, La Fantasía cromática -con falsa apariencia de improvisación-, procedente de una composición para clavecín, y en la que el piano consigue nuevos bríos, apuntamos -además del innegable virtuosismo y la transparente expresividad de Kissin-, la gran calidad de su digitación para el legato, combinada con la maestría en el pedal, el ajuste métrico de los tresillos, así como el resalte de las melodías a dos manos -con dinámicas diferenciadas en ambas- que en muchos momentos discurren parejas o en canon -ecos-, así como el asombroso efecto conseguido de «amplificación» de los graves en el pedalier, que resulta tan vistoso en esta pieza.
Como hemos comentado, sin respiro y sin solución de continuidad, se atacó la mencionada sonata de Mozart, en donde lucieron los juegos de trinos y escalas de esta alegre, bailable y repetitiva pieza, que en manos de Kissin siempre albergó margen para la diferenciación, tanto en los cambios de tempo, como en los explosivos arranques, conteniendo la dureza en las articulaciones, fluidificando el discurso sonoro y distinguiendo perfectamente las secciones de Allegro con spirito, Andantino con espressione y Rondó final. Los musicólogos no se ponen de acuerdo si fue precisamente con esta sonata cuando Mozart se dio cuenta de que los avances en la construcción de nuevos instrumentos fortepiano daría nuevas posibilidades en la sonoridad a sus composiciones. Y añadimos nosotros… Ojalá Mozart hubiera podido disfrutar de los pianos actuales y de la versión de Kissin.
Por contraposición, y aunque sólo fuera por la simple evolución histórica en la estética pianística, destacamos de la versión de la obra elegida de Chopìn -uno de los mejores compositores «pianista, para pianistas»- la facilidad y maestría de Kissin para presentar los cambios cromáticos y de atmósfera, dulcificando la «dureza» en las modulaciones en algunos compases, así como el ejercicio de unos ataques pulcros, exquisitos, percutidos con precisión milimétrica y rapidísimos. Como nos gusta comentar, Chopin, si cabe, siempre toma valor añadido interpretado por Kissin, porque sabe dibujar, en estilo y ejecución, la muy compleja viveza romántica del polaco, plagada de ritenutos y arcos, quintaesenciando la técnica de modo que logremos olvidarnos de que está ahí, para servir únicamente a la emoción que nos llegó de forma profundísima, así como al respetable que estalló en una larga y atronadora tanda de aplausos.
La segunda parte se dedicó por completo a Rajmáninov, incluido las propinas que después enunciaremos. Hilando lo que comentábamos con Mozart, diremos que el genio ruso ya se encontró con el instrumento piano perfeccionado por la técnica de nuestros tiempos, y se dedicó a explotarlo de forma muy particular, extendiendo la paleta armónica de sus composiciones y llegando, por tanto, a integrar el instrumento en la orquesta -de ahí sus famosísimos conciertos para piano-, a la vez que en sus estudios, preludios y otras obras menores, se dedicó a completar las veinticuatro tonalidades mayores y menores, uniendo dicho espectro sonoro al pictórico y desarrollando la tesis de cómo música y pintura se realimentan perfectamente, pudiendo surgir una de la otra.
De este modo, nuevas texturas y sonoridades pianísticas fueron compuestas dotándolas además de una rítmica muy particular y marcada que es, efectivamente, lo que más resaltamos de la enérgica, física y técnica versión de Kissin, llena de flashes, plagada de atmósferas, de lo trepidante a lo calmo, con un muy buen desarrollo del empaque del volumen, sin olvidar momentos de intimismo e introspección o los acordes llenos con toda la digitación puesta al servicio de lo sonoro, así como de difíciles y rápidas modulaciones por acordes, echándose literalmente sobre el piano.
La admirable ejecución de tan complicado repertorio llevó a que nadie quisiera abandonar la Sala Sinfónica del Auditorio Nacional, sobre todo aclamado por los jóvenes que tenía a escasos metros. Los regalos en forma de propina sólo hicieron que enardecer más aún al público asistente, que disfrutó de más Rajmáninov, en concreto los números 2, 3 y 5 -Preludio, Melodía y Serenata- del op. 3, Morceaux de fantaisie, versiones de una ejecución superlativa, en las que el intérprete se contorsionó sobre la banqueta, en ese «trance» interpretativo que tanto comunica.
Esperamos de nuevo a Evgeni Kissin en su próxima visita a Madrid. El músico ya tiene su agenda completa para 2024 y seguramente nos haga un hueco. El 17 de febrero repetirá este mismo concierto en Barcelona y hasta mayo hará lo propio en Italia, Alemania, Austria, Francia, Reino Unido, Israel y varias ciudades de Estados Unidos. En Kissin, todo puede considerarse un caleidoscopio, y de los mejor calibrados: sus programas, su técnica, su musicalidad… En suma, a su manera de emocionar le sobran destellos y coloridos.
Fotos: Rafa Martín / Ibermúsica