Crítica de Raúl Chamorro Mena del concierto de la Filarmónica de Londres en el ciclo de Ibermúsica, bajo la dirección de Edward Gardner y con el piansita Leif Ove Andsnes como solista
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Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 28-II y 1-III-2023, Auditorio Nacional. Ciclo Ibermúsica. 28-II-2023: Sinfonía nº 7, op. 70 (Antonín Dvorák). Variaciones enigma, op.36 (Edward Elgar). 1-III-2023: Sudden Time (George Benjamin). Concierto para piano, op. 16 (Edvard Grieg). Leif Ove Andsnes, piano. Danzas Sinfónicas, op. 45 (Sergei Rachmaninoff). London Philarmonic Orchestra. Director: Edward Gardner.
Comentaba con unos amigos melómanos a la salida del concierto del día 28 de febrero, que dado al gran momento actual de la Orquesta Nacional de España ya no nos impresionan tanto como antaño, algunas de las orquestas que nos visitan en el magnífico ciclo Ibermúsica. Esto ha ocurrido con la London Philarmonic Orchestra, una de las prestigiosas orquestas con sede en Londres y que tantas veces ha acudido al ciclo con su titular desde 2007 a 2021, Vladimir Jurowski, una titularidad importantísima para la agrupación. En esta ocasión, la Filarmónica de Londres comparecía con su actual líder, Edward Gardner, que, a su vez, efectuaba su debut en el ciclo, y el sonido de la orquesta, desde luego, pareció de muchos menos quilates que cuando comparecía con su anterior titular.
El primer concierto que aquí se reseña de los dos ofrecidos por la agrupación londinense comenzó con la magnífica Séptima sinfonía de Antonín Dvoràk, que junto a Octava y, sobretodo, novena, son las que se suelen interpretar con mayor asiduidad en las salas de concierto. Desde el primer movimiento, un allegro maestoso, que no lo fue tanto, pudo apreciarse el gesto amplio de Edward Gardner, su capacidad de organización y cierta elegancia, pero también la falta de carácter y la incapacidad para expresar toda la impronta dramática ya claramente enroscada en este primer movimiento y que no abandona a la composición hasta el final, como subraya Rafael Ortega Basagoiti en su artículo del programa de mano. La orquesta, formada con violonchelos y contrabajos a la izquierda, demostró un buen nivel, pero tampoco deslumbró, ni mucho menos, por la calidad de su sonido, con una cuerda carente de brillo, terciopelo y redondez. Fueron las maderas la sección más destacada de la London Philarmonic, especialmente el clariente de Benjamin Mellefont y la flauta de Juliette Bausor. La orquesta cantó el bellísimo segundo movimiento, en el que Gardner pareció encontrarse más en su salsa al suponer una cierta distensión respecto al primero y los dos últimos, pero la ejecución no resultó todo lo pulcra que podría esperarse, sin poder evitar pasajes borrosos y confusos. Faltó mucha vida y tensión al Scherzo, pues su aire danzable adquirió escaso ímpetu para desembocar en un Finale, que resumió bien una interpretación correcta, mesurada, musical, pero carente de inspiración, sin riesgos, ni sentido del pathos y definitivamente superficial. Los tibios aplausos del público certificaron lo poco que entusiasmó al público esta versión de la séptima sinfonía de Antonín Dvoràk,
09:46:21 Mucho mejor resultó la interpretación de las Variaciones enigma de Edward Elgar, una de las obras más interpretadas de la música inglesa y que esta orquesta lleva en su ADN. Sin librarse de cierta irregularidad, ya que no todas las variaciones resultaron del mismo nivel, pero la exposición resultó más clara y limpia, las maderas firmaron una gran actuación y la batuta puso de relieve algunos de los detalles y bellezas que encierra esta composición, destacando una hermosísima Nimrod (variación IX, la más popular) y un muy bello andante. Como muy trillada propina, Gardner y la orquesta ofrecieron una amaneradísima Danza húngara nº 5 de Johannes Brahms.
El segundo de los conciertos protagonizados por la London Philarmonic en esta su primera actuación en Ibermúsica con su nuevo titular Edward Gardner al frente se abrió con Sudden Time, obra estrenada en 1993 por esta misma agrupación, fruto del estro de unos de los compositores contemporáneos de más talento, George Benjamin (Londres, 1960). La partitura no solo demuestra la creatividad y dominio de la orquestación del músico británico –pide un amplio orgánico con abundantísima percusión- y su capacidad para explorar esmeradas y singulares sonoridades y tímbricas, también crea una atmósfera inquietante y una tensión dramática que crece inexorable para terminar con un solo de viola que conduce a un final turbador. Edward Gardner expuso la obra con corrección, pero nada más, echándose de menos una mayor transparencia y la capacidad para escanciar la filigrana camerística de muchos pasajes.
El Concierto para piano de Edvard Grieg, su única obra concertante, no ha perdido nunca su lugar en el repertorio habitual de las salas de concierto, ni el favor de los virtuosos del piano de toda procedencia y condición. A pesar de la afinidad nacional del pianista Leif Ove Andsnes con el autor de la obra, su interpretación no cautivó, ni por la calidad del sonido, ni por la inspiración del fraseo, ni mucho menos, por el aspecto virtuosístico.
El sonido de Andsnes resultó suficiente en cuanto a presencia, pero nada bello, ayuno de aquilatamiento y sin poder librarse de algunos sonidos abiertos. Su fraseo fue compuesto, enérgico en algunos pasajes, pero falto de fantasía y variedad, con escasísima paleta de colores y avaro en sutilezas. La cadencia del primer movimiento acusó borrosidades y las escalas no terminaron de surgir limpias. No es suficiente delinear con corrección la fabulosa melodía del Adagio, pues pide amplio vuelo y primorosa cantabilitá. No deslumbró tampoco la digitación del pianista noruego en el danzable tercer movimiento. Tampoco pudo apreciarse el adecuado contraste con el lirismo del tema central que introduce la flauta. El acompañamiento, comedido, mesurado, de Gardner resultó especialmente colaborador con el solista, pero la orquesta, con la cuerda grave a la derecha a diferencia del día anterior, sonó sin brillo, sin color y borrosa en los tutti.
Como propina, Leif Ove Andsnes ofreció Furiant de las danzas eslavas de Antonìn Dvorák. Un Sergei Rachmaninoff abrumado por sus actuaciones como pianista virtuoso y con cada vez menos tiempo para componer, completa en 1940 su última obra, las Danzas sinfónicas, una obra dedicada a la Orquesta de Filadelfía y su director titular, Eugene Ormandy. «A la mejor orquesta del Mundo y su director» en palabras del autor. Tal y como resalta Juan Manuel Viana en su artículo del programa de mano, estamos ante «un soberbio concierto para orquesta» que proporciona oportunidades de lucimiento a todas las secciones del orgánico. Edward Gardner y la London Philarmonic tradujeron la obra con esa tan conformista como anodina corrección que ha alumbrado estos dos conciertos, con escasa fantasía y limitada paleta de colores. Brillaron solamente las maderas, pero la orquesta se mostró lejos del nivel y las calidades que desgranó en el ciclo en sus repetidas visitas con Vladimir Jurowski al frente. El concierto se cerró con el Nocturno de las piezas líricas de Edvard Grieg a modo de propina.Por tanto, en opinión de quien esto firma, cabe considerar esta nueva época como un paso atrás para la London Philarmonic.
Fotos: Rafa Martín / Ibermúsica