CODALARIO, la Revista de Música Clásica

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Crítica: «Der Rosenkavalier» en la Semperoper de Dresde

14 de abril de 2023

Crítica de Der Rosenkavalier en la Ópera de Dresde bajo la dirección musical de Cornelius Meister y escénica de Uwe Eric Laufenberg

«Der Rosenkavalier» en la Ópera de Dresde

Rosenkavalier en su casa

Por José Amador Morales
Dresde, 3-IV-2023. Dresden Semperoper. Richard Strauss: Der Rosenkavalier. Comedia musical en tres actos con libreto de Hugo von Hofmannsthal. Camilla Nylund (Mariscala), Peter Rose (Barón Ochs), Sophie Koch (Oktavian), Markus Eiche (Faninal), Nikola Hillebrand (Sophie), Daniela Köhler (Marianne), Christa Mayer (Annina), Aaron Pegram (Valzacchi), Pavol Breslik (Un cantante), Florian Hoffmann (Un mayordomo de la Mariscala), Matthias Henneberg (Un notario), Jürgen Müller (Un mayordomo de Faninal), Tilmann Rönnebeck (Comisario). Sächsische Staatsopernchor & Kinderchor der Semperoper Dresden Dresden (André Kellinghaus, director del coro). Sächsische Staatskapelle Dresden. Cornelius Meister, director musical. Uwe Eric Laufenberg, director de escena. 

   El estreno de Der Rosenkavalier de Richard Strauss un 26 de enero de 1911 en la Semperoper de Dresde supuso uno de los mayores éxitos operísticos de la historia. Aquella función tuvo en el foso a un director musical de la confianza del compositor como Ernst von Schuch, quien había dirigido también los estrenos de su Salome en 1905 y Elektra en 1909 en la misma sala, y a Max Reinhardt como director de escena, otro de sus habituales compañeros artísticos. El triunfo apoteósico fue tal que se agotaron todas las entradas de las cincuenta funciones programadas e incluso hubo trenes especiales desde ciudades cercanas como Leipzig o Praga pero también desde Berlín con tal motivo. Así pues, si la posibilidad de presenciar cualquier obra de Richard Strauss en la Semperoper es todo un privilegio, no digamos ya de hacerlo con un título tan esencial en la historia de este coliseo como Der Rosenkavalier. Y aún más hacerlo de la mano de una producción tan aclamada como la de Uwe Eric Laufenberg que lleva años funcionando extraordinariamente, visitando prestigiosos escenarios (entre ellos nuestro Liceo de Barcelona en 2010) y que, en sí misma, hace un homenaje a la producción primigenia de 1911.

Der rosenkavalier en Dresde

   Poco añadiremos a lo mucho que se ha escrito sobre esta propuesta escénica de espíritu eminentemente clásico y muy realista en las formas, que empuja el contexto cronológico a un periodo de entreguerras que empezaba a vislumbrarse en el imaginario colectivo de su estreno. Nos sorprendió la audacia a la hora de plasmar de manera tan lograda las diferencias sociales: el ambiente noble y aristocrático del primer acto en los aposentos privados de la Mariscala, el decididamente burgués de Faninal en el segundo acto con ese lujo de «nuevos ricos» reflejado en el vestíbulo del hotel al que se suma la presencia puntual de la prensa y el sótano de una fonda de cualquier suburbio vienés en el tercero. Elegante y estéticamente bella, esta producción de Laufenberg cuenta con una iluminación excepcional así como con una dirección de actores gran sentido teatral.

   También la dirección musical puso de su parte a esta verdadera fiesta operística straussiana y es que Cornelius Meister, que sustituía a última hora a un enfermo Christian Thielemann, asumió con enorme entrega su cometido. Ya en el lujurioso – en términos argumentales y musicales – arranque de la obra comprobamos lo que serían las grandes bazas de su versión: claridad expositiva, marcado contraste entre las frecuentes situaciones de arrebato lírico y mera parodia que se solapan continuamente en el libreto, y atención minuciosa a las sutilezas de la partitura. Sin embargo, la principal virtud del director de Hannover, residió en ese saber apoyarse en el instrumento absolutamente perfecto y de sonido orgiástico, idiomático como ningún otro, de una Staatskapelle Dresden en estado de gracia a nivel de conjunto pero también de solistas. 

   En el apartado vocal el elenco convocado reunió un agradable nivel de homogeneidad, estando liderado por la Mariscala de una Camilla Nylund para quien el personaje no parecía esconder ningún secreto. Y es que supo poner su línea de canto elegante, de hermoso lirismo y musicalísima en suma, al servicio de una caracterización impresionante. Ciertamente su voz ha perdido cierto brillo con el paso de los años, pero hasta esto supo utilizarlo para delinear idóneamente a la mujer madura que atisba tanto la decadencia de su entorno como la suya propia. Fue memorable el carácter melancólico con que cinceló su soledad en el monólogo del final del primer acto o la autoridad con la que conminaba a Ochs para que asumiera la realidad en el desenlace final («ist mit dieser Stund' vorbei», «y todo se ha terminado en este momento»). Junto a ella, nadie duda de que Sophie Koch ha sido el Octavian de las dos últimas décadas y así lo reflejó en una actuación que fue de menos a más, habida cuenta de ciertas dificultades iniciales para sortear la abundante orquestación y resultar mínimamente audible en las primeras escenas y controlar una emisión demasiado tremolante en las siguientes. No obstante, a partir del segundo acto y, especialmente de la escena de la entrega de la rosa, la voz de Koch pareció acomodarse y asistimos a una creación intensa del joven enamorado, romántico y hasta gracioso cuando hace de criada. El hecho de ser la única en no salir a saludar tras el primer acto y hacerlo al final con prisas y con evidente gesto serio hacen pensar en que no fuese el día de la mezzo francesa.

   Por su parte, Nikola Hillebrand compuso una Sophie bastante ajustada que convenció más por su grata musicalidad y carisma como cantante-actriz, teniendo en cuenta que la producción de Laufenberg no le otorga un especial protagonismo (más bien lo contrario) que por un instrumento que carece de un color propio y personal. Peter Rose convenció en un Barón Ochs cuya voz más bien mate careció de la rotundidad y volumen de un bajo stricto sensu pero que compensó con un dominio del personaje recreado a lo bufo con buen gusto y sin histrionismos, haciendo sonreír con un personaje patético en su decadencia. Del resto del reparto descacaremos a la divertida Christa Mayer, que dotó a su Annina de un inusitado realce vocal, a Markus Eiche en un Faninal de gran proyección y al cálido fraseo de Pavol Breslik como cantante italiano ideal en su breve cometido. 

Fotos: Semperoper de Dresde

Der rosenkalier
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