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CRÍTICA: 'GUILLAUME TELL' DA EN LA DIANA EN LA NEDERLANDSE OPERA DE ÁMSTERDAM. Por Rubén Martínez

24 de febrero de 2013
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 EN LA DIANA
 
Nederlandse Opera, sábado, 9/2/2013. Director musical: Paolo Carignani. Director de escena: Pierre Audi. Reparto: Nicola Alaimo, John Osborn, Marina Rebeka. Coro de la Nederlandse Opera, Nederlands Philharmonisch Orkest

      Es el Guillaume Tell de Rossini una obra monumental, de amplias exigencias, specialmente en el ámbito de los solistas vocales, pero también en la necesidad de disponer de una amplia y homogénea masa coral capaz de responder a las elevadas exigencias de la partitura que prácticamente lo convierten en el auténtico protagonista de la misma, con multitud de números específicamente elaborados para él y su participación en numerosos fragmentos concertados. El Coro de la Nederlandse Opera estuvo en este sentido a la altura de las circunstancias en lo que supone una labor agotadora y digna de elogio, por la extensión y la exigencia que requiere su parte.
      Título raramente representado escénicamente, que en los últimos años ha experimentado un retorno a la actualidad, desde el interés en esta partitura mostrado por el maestro Antonio Pappano, que ofreció dos versiones de concierto con la Academia Nazionale di Santa Cecilia de Roma en el año 2007 y, posteriormente, en 2010, siendo estás últimas funciones registradas y editadas por EMI. La obra rossiniana no ha sido, por lo general, apreciada en su conjunto, sino que en muchas ocasiones su presencia en las programaciones lo ha sido más bien como excusa para el lucimiento de tenores que veían en el papel de Arnold un indudable desafío y un escaparate inmejorable para el lucimiento de sus registros agudos. Su presencia en los años 50-60-70 era evidente en este sentido y se ofrecía habitualmente mutilada, en italiano y con un indudable regusto verista. En este sentido es digno destacar que sólo hay una grabación integral en estudio de la obra en su idioma original editada también por EMI en el año 1973.

      En los últimos años han sido básicamente dos los cantantes que han convertido este rol en una de sus referencias y lo han visitado con cierta frecuencia: el siciliano Marcello Giordani, que ha protagonizado versiones escenificadas en la Wiener Staatsoper y en la Bastille de Paris, así como una muy interesante versión de concierto dirigida por Eve Queler, con la OONY de Nueva York en 2005 y, por otra parte, el americano John Osborn, que ha asumido el papel de Arnold en todas las ocasiones en las que el maestro Pappano se ha acercado a la obra (Roma 2007 y 2010, PROMS 2011) y que es el protagonista de estas funciones en Ámsterdam que nos ocupan. Tendríamos que remontarnos a las ya algo lejanas funciones de Pesaro de 1995 dirigidas por el maestro Alberto Zedda para encontrar aproximaciones fidedignas a la obra y respetuosas con el estilo en las que el papel de Arnold fue asumido por el americano Gregory Kunde, que en una suerte de segunda juventud ofreció una única y memorable versión concertante en el Palacio de la Ópera de La Coruña, de nuevo con Zedda a la batuta, en un recordadísimo por los aficionados 2 de octubre de 2010. También es alta la expectación acerca de lo que pueda ofrecer Juan Diego Flórez en este papel, en su próximo debut en Lima el 1 de marzo, así como en las funciones programadas para el mes de agosto en Pesaro con un reparto idéntico en los otros dos roles principales bajo la dirección de Michele Mariotti.
      No deja de ser un desafío no exento de cierta imprudencia para cualquier dirección artística programar nada menos que 8 funciones de Guillaume Tell en un plazo de 20 días, sin disponer de un cover para el tenor principal. Esto es lo que se ha ocurrido recientemente en Ámsterdam. Del 28 de enero al 18 de febrero se ofrecieron ese número de funciones con dos días de descanso entre ellas. Los resultados han sido más que satisfactorios. La función que se comenta en esta crítica corresponde a la del sábado 9 de febrero, quinta de la serie.
      El americano John Osborn se enfrenta al personaje de Arnold con inteligencia, dosificando sus medios, con un instrumento que no resulta especialmente atractivo en cuanto al color ni apabullante en términos de decibelios o squillo pero que convence al espectador por el indudable conocimiento del estilo, su adecuación idiomática y por su elegancia a la hora de escalar una partitura imposible como pocas. Auténtico maratón vocal y escénico, es el propio Osborn el más perjudicado en términos de movimiento escénico, al tener que ascender y descender en no pocas ocasiones  de las estructuras de madera que constituían buena parte de la escenografía en el primer acto.
      Y es que Osborn apenas permanece inmóvil en contadas ocasiones con movimientos constantes y compulsivos que resultan en cierto modo artificiales y forzados. En uno de los trailers ofrecidos por la Nerderlandse Opera, el artista se jacta de poder cantar en cualquier posición y ciertamente lo demuestra consiguiendo hacer fácil lo difícil. Delicado y musical en el dúo con Mathilde y espléndido en el terceto "Ses jours qu'ils ont osé proscrire", quizás la mejor página de toda la obra. Su esperada escena del cuarto acto "Asile héréditaire" seguida por la temible cabaletta "Amis, amis" fue ofrecida sin ningún corte y Osborn incluso hizo gala de resistencia intentando competir con el coro en  "trompons l'espérance homicide arrachons Guillaume à ses coups" aunque sólo en la primera vuelta reservándose para un "Aux armes" final más que meritorio recibiendo un sonoro reconocimiento del respetable en un evidente y merecido gesto de reconocimiento global a su prestación.
      Nicola Alaimo encarnó el personaje homónimo de la ópera con un inicio dubitativo indudablemente condicionado por la tesitura excesivamente grave para su instrumento de las primeras frases "Il chante son ivresse". Aún así, la voz sonó sucia y con exceso de aire también en el registro central, así como limitada en proyección. En el gran dúo con Arnold "Où vas-tu?" las cosas empezaron a mejorar para el barítono siciliano, que se empezó a encontrar más cómodo en el registro medio-agudo. Carente de la elegancia de su compañero John Osborn, estuvo más preocupado por encontrar "sus notas", aunque ello supusiese sacrificar en parte la frase musical. Su mejor prestación la ofreció en el que es "su" acto, el tercero, con una conmovedora "Sois immobile" en la que consiguió notables medias voces. Escénicamente, el evidente sobrepeso de Alaimo condicionó su prestación.
      Deliciosa la Mathilde ofrecida por la soprano letona Marina Rebeka, que sin duda lució el instrumento de mayor calidad de toda la velada. Voz luminosa, brillante, poderosa en el registro central y agudo, aterciopelada y ajena a cualquier estridencia, impactó ya desde su escena de entrada "Sombre forêt", con un soberbio control del aire, de la media voz y de recursos como la "messa di voce", mostrando gran complicidad con Osborn en el dúo posterior "Oui, vous l'arrachez". Fue sin embargo en su escena del inicio del tercer acto, a telón bajado, con el exigentísimo número "Pour notre amour plus d'espérance" y el dúo siguiente con Arnold "sur la rive étrangère" donde desplegó todo su potencial con una coloratura impecable en el más puro estilo de la holandesa Cristina Deutekom.
      La obra presenta otros nueve roles de los que quizás el más exigente es el del  pescador  Ruodi, que tiene el compromiso de romper el hielo vocal de la obra con su temido fragmento quasi a capella "Accours dans ma nacelle", que incluye dos exigentes do agudos. El papel, que ya había sido interpretado por Celso Albelo en algunas de las funciones comentadas al inicio de esta crítica, fue encarnado en esta ocasión por el tenor bilbaino Mikeldi Atxalandabaso, en un evidente acierto de casting por parte de la ópera de Ámsterdam y en lo que supone el primer paso sólido en la internacionalización de una carrera que merecería más atención por parte de los responsables artísticos españoles. De hecho, Atxalandabaso ya había impactado en este papel en la comentada función de La Coruña junto al maestro Zedda.
      Desgraciadamente, en el mundo de la ópera en España ocurre lo que en otros ámbitos del conocimiento y la investigación: se deja escapar el talento fuera de nuestras fronteras porque no se reconoce ni se valora suficientemente dentro. Atxalandabaso posee una de las mejores proyecciones vocales que se puede escuchar actualmente en teatro con una indudable presencia sonora en todos los concertantes y emitió sus dos notas más comprometidas con una brillantez y seguridad insuperables. Para él no hay teatro suficientemente grande y es un ejemplo de esto de lo que tanto se habla y que muy pocos dominan como es la proyección vocal, tan importante en estos tiempos en los que se diseñan inmensas salas de ópera con prioridades arquitectónicas que parecen ser ajenas a su finalidad principal y en las que el espectador debe contener la respiración para poder oír a algunos solistas.
      En términos de excelencia vocal le siguió a nuestro entender el Gesler del bajo-barítono americano Christian Van Horn, parte de los cuerpos estables de las ópera de Münich, un cantante de imponente presencia escénica y poseedor de un material vocal que le augura un futuro prometedor en personajes principales, como ya lo está demostrando al otro lado del Atlántico. A muy buen nivel nos pareció el Rodolphe de Vincent Ordonneau, papel más extenso que el Ruodi pero de menor compromiso vocal, así como el Leuthold del sonoro Roberto Accurso. El Walter de Marco Spotti lo abordamos en este punto ya que a pesar de tener un número importante en el terceto del segundo acto y disponer de un material de indudable calidad y brillantez no consigue limar las asperezas de una emisión excesivamente tosca y unas maneras en el fraseo que si bien pueden funcionar en un Sparafucile o un Wurm resultan más difíciles de digerir en ópera cantada en francés. Correcto el Jemmy ofrecido por Eugénie Warnier (sin aria), así como el Melchtal de Patrick Bolleire. Un tanto avejentado el sonido de Helena Rasker como Hedwige, aunque apropiado al personaje e intranscendente el cazador de Julian Haartman.
      La producción del libanés Pierre Audi, también director artístico de la Nederlandse Opera desde 1988, con escenografía de George Tsypin, fue estéticamente atractiva, especialmente en lo referente al trabajo de iluminación de Jean Kalman, aunque con un vestuario minimalista de Andrea Schmidt-Futterer que funcionó en el caso de los opresores. Predominaron en el escenario elementos conceptuales y simbolismos de los tres cantones en forma de columnas luminosas y esbozos de construcciones y accidentes naturales con una solución para la escena del naufragio en la que se fundió la morfología de  ballesta y embarcación. Esmerado y desgarrador trabajo de coreografía para el ballet del tercer acto que obtuvo la aprobación del público.
      Paolo Carignani ofreció una versión ágil, vibrante y hasta algo acelerada en algunos momentos, aunque siempre supo impregnar su lectura de gran fuerza vital, obteniendo una notable prestación de la Nederlandse Philharmonisch Orkest, ya desde los primeros compases de la obertura hasta finalizar en el grandioso concertado final.

 

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