Crítica de la ópera Aida de Verdi en el Gran Teatro de Córdoba, bajo la dirección musical de Carlos Domínguez-Nieto y escénica de Daniele Piscopo
Determinante dirección de voces
Por José Antonio Cantón
Córdoba, 30-IV-2023. Gran Teatro. Aida de Giuseppe Verdi. Eduardo Aladrén, María Luisa Corbacho, Javier Franco, Raúl Jiménez, Alejandro López, Francisco Santiago, Ana Sanz Fernández y Lucia Tavira. Coro Ziryab. Dirección de escena: Daniele Piscopo. Dirección musical: Carlos Domínguez-Nieto.
Siempre produce expectación poder asistir a una representación de Aida de Giuseppe Verdi, ópera elegida como uno de los eventos más singulares de la programación para conmemorar el siglo y medio de vida del Gran Teatro de Córdoba, al ser una de las cumbres de la lírica del romanticismo y en la que el compositor apuntó su altísimo nivel creativo como alternativa al peso del estilo wagneriano que se iba imponiendo en Europa al inicio del último tercio del siglo XIX. Se puede considerar que, sin abandonar sus raíces italianas, el estilo de la grand opéra, que tuvo su origen y principal desarrollo en Francia, encuentra en ella su culminación y uno de los principales referentes del integral drama musical que no se atiene a números cerrados que dispersan su principal intención estética cual es que la música sea el hilo conductor fundamental para alcanzar un gran interés psicológico con la ayuda de un texto que necesariamente ha de tener una nueva y significante fuerza en el resultado global del espectáculo. Estas son sucintamente los aspectos esenciales de esta elocuente creación de Verdi.
El hasta hace mes y medio director titular de la Orquesta de Córdoba, el maestro madrileño Carlos Domínguez-Nieto, consciente de tales peculiaridades, asumió la responsabilidad de que la música fuera el elemento sustancial de exposición de esta producción escénica proveniente de la asociación Amigos Canarios de la Ópera que no ha tenido el realce adecuado en iluminación y se ha visto costreñida por la limitada disponibilidad de espacio en el escenario del Gran Teatro, lo que ha llevado a que fuera el tratamiento musical el que creara en la imaginación del espectador el ambiente que necesita la compleja exposición de su argumento. Domínguez-Nieto, haciendo uso de conocimiento y experiencia ha centrado gran parte de su atención en la dirección de voces desde un apoyo orquestal que realzara las cualidades de canto de los protagonistas.
Es así como puso el máximo cuidado con la matización vocal indicada al tenor aragonés Eduardo Aladrén que representaba a Radamés en la famosa aria Celeste Aida, continuando de tal modo su acertado tratamiento en otros pasajes de la ópera como el equilibrado planteamiento que hizo del final del trío del primer acto y el efectivo acompañamiento al monólogo Ritorna vincitor cuyo texto sustancia esta primera gran aria de la protagonista encarnada en esta representación por la soprano cordobesa Lucía Tavira, que se estrenaba en este papel. Su emisión vocal fue creciendo en momentos claves de la acción como el alcanzado en el dúo con Amneris, la hija del faraón, inquietante y perturbador personaje en el callado amor que Aida siente por Radamés. Este papel fue interpretado por la mezzosoprano mallorquina María Luisa Corbacho, que se manifestó más solida en el aspecto dramático que en el canoro debido a su oscilante vibrato que dificultaba los límites líricos de su canto. De igual modo se podría seguir comentando sobre la atención del maestro a los demás personajes del reparto, de modo especial en un espléndido arioso de Amonasro interpretado por el barítono coruñés Javier Franco, con el que cantante y director encontraron la confortabilidad de un excelente entendimiento mutuo.
Pero si hay algún aspecto a destacar del cometido del maestro Domínguez-Nieto es el tratamiento que dio a la perfección lírico-dramática que contiene el cuarto acto, sabiendo sacar toda la emotividad y lógica que encierra, al alcanzar ese punto conmovedor tan insuperable de la operística verdiana cuál es el final de este drama musical que se disolvía en un silencio emotivo y enternecedor, teniendo su máxima expresión en el aria de Radamés, Morir! Si pura e bella y en el dúo de los enamorados O terra addio al ser enterrados vivos tras su condena por alta traición al rey y a la deidad que era alabada por una despechada Amneris como parco consuelo ante la definitiva perdida del amor de Radamés. Tal conjunción emocional generó el mejor logro escénico-musical de esta representación que ha servido para despedir al maestro Domínguez-Nieto, experimentado operista y gran valedor como director titular del mejor renacer artístico ocurrido en la historia de la Orquesta de Córdoba.
Fotos: Rafael Alcaide