Crítica de Raúl Chamorro Mena de los conciertos de la Filarmónica de Berlín ofrecido en el Auditorio Nacional de Música de Madrid, bajo la dirección de Kirill Petrenko, dentro del ciclo de Ibermúsica
Colofón con los mejores
Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 3 y 4-V-2023, Auditorio Nacional. Ciclo Ibermúsica. 3-V-2023. Wolfgang Amadeus Mozart: Sinfonía nº 25, K. 183. Exultate Jubilate, K. 165. Louise Alder, soprano. Misa de la coronación, K. 317. Louise Alder, soprano; Wiebke Lehmkuhl, mezzosoprano; Linard Vrielink, tenor; Kresimir Strazanac, bajo.3-V-2023. Wolfgang Amadeus Mozart: Sinfonía nº 25, K. 183. Exultate Jubilate, K. 165. Louise Alder, soprano. Robert Schumann: Sinfonía nº 4, Op. 120 (segunda versión 1851). Orquesta Filarmónica de Berlín. Director: Kirill Petrenko.
Como extraordinario colofón a la temporada 2022-2023 del ciclo Ibermúsica hay que calificar la visita de la Orquesta Filarmónica de Berlín, dentro de su gira española a propósito del concierto europeo que ofrece tradicionalmente el día 1 de mayo y que esta ocasión se ha celebrado en la Sagrada familia de Barcelona.
La considerada mejor orquesta del mundo compareció con su actual titular -desde el año 2019- al frente, el ruso Kirill Petrenko y, desde luego, que en sus dos actuaciones acreditaron tal vitola y ser genuinos depositarios de la gloriosa tradición de esta orquesta desde su fundación en 1882. Una agrupación que ha tenido como titulares a míticas batutas como Hans von Bülow, Arthur Nikisch, Wilhelm Furtwängler y Herbert von Karajan.
El programa del primer concierto, 3 de mayo, coincidía con el ofrecido en Barcelona, totalmente dedicado a música de Mozart, por parte de una orquesta que, en principio, se asocia con el gran sinfonismo romántico y postromántico. Personalmente, era la primera vez que escuchaba a la Filarmónica de Berlín interpretar este repertorio y fue un auténtico placer. Música de altos vuelos, desde luego, la interpretada, producto de la inagotable inspiración y facilidad creativa del genio Salzburgués.
La Sinfonía nº 25 se hizo famosa por su utilización en la magnífica película Amadeus (Milos Forman, 1984), que, por cierto, fue muy importante para forjar mi melomanía, cuando la pude ver de estreno en su día, a iniciativa de la profesora de música del instituto. Este uso cinematográfico de la obra es fiel reflejo de su impronta dramática con ese inicio pleno de inquietud, nervio y agitación, que fue bien reproducido por la excepcional orquesta con una cuerda esplendorosa, comandada por el concertino Noah Bendix-Balgley, de un empaste y luminosidad deslumbrantes y las intervenciones del glorioso oboe de Albrecht Mayer, solista de hace tantos años en la orquesta. Sin embargo, las trompas no terminaron de empastar con el resto del orgánico. La batuta de Petrenko, de gesto clarísimo, con su alegría y sonrisa comunicativa y sus modos de antidivo, garantizó equilibrio y proporciones, fraseó con fluidez y naturalidad, además de proponer unas dinámicas muy audaces. Un prodigio de refinamiento resultó el bellísimo andante, con excelsa prestación de las dos parejas de oboes y fagotes, que junto a una cuerda primorosa lograron dotar de un vuelo celestial a la melodía. Expeditivo el minuetto y bien contrastado el allegro con una cuerda, es justo insistir sobre ello, de una transparencia, brillo y sedosidad realmente fascinantes.
El motete Exultate jubílate fue compuesto por Mozart en 1773 durante su estancia en Milán, posteriormente al estreno de su ópera Lucio Silla. Destinado al castrato Venanzio Rauzzini, que encarnó al senador Cecilio en la ópera citada, cuenta con una estructura tripartita, que incluye un recitativo secco central y un exaltado «Alleluia» conclusivo muy exigente en cuanto a virtuosismo vocal. Una obra que, a pesar de su origen religioso puede equipararse a las arias de concierto de la excelsa producción mozartiana. La soprano Louis Alder, conocida en Madrid como Zerlina en el último Don Giovanni -con producción de Claus Guth- representado en el Teatro Real, cuenta con unos medios vocales modestos, de timbre genérico, centro débil y grave totalmente desguarnecido. Eso sí, estamos ante una voz sana, juvenil y una cantante musical, que delineó con buen gusto y estilo la pieza. Incómoda en las notas graves, Alder reprodujo con solvencia la intrincada agilidad -vertiginosas volate y escalas- presente en toda la pieza, pero especialmente en ese final, pleno de exaltación religiosa. Mórbido y radiante el acompañamiento de Petrenko, que demostró esa calidad como acompañante de voces, que hemos podido comprobar los que le hemos visto dirigir tantas funciones de ópera en su período de titular en Munich.
Ya fuera interpretada para la coronación del emperador Leopoldo II o bien la de Francisco II, no puede ser más apropiado el sobrenombre de la Misa K. 317 dada su excelsa música y grandeza, todo ello en menos de media hora de duración.
La técnica de Petrenko, su rigor y clarividencia en la concertación, brillaron en una magnífica interpretación en la que se lució el Orfeo Catalá, de sonido amplio, rotundo y empastado, pero también flexible y capaz de recogerse en bellos pianissimi, conforme a las indicaciones de la batuta. La también concertino de la orquesta Vineta Sareika-Völkner se unió a Noah Bendix para comandar la prodigiosa cuerda, mientras las maderas volvieron a cultivar nuestro hedonismo sonoro. Louise Alder volvió a exhibir su musicalidad en la sublime intervención de la soprano en el Agnus dei, mientras el tenor holandés Linard Vrielink articuló con nitidez y delineó con gusto sus frases a despecho de un timbre poco agraciado. Sólida, con algún grave interesante, la mezzo Wiebke Lehmkuhl y muy dicreto el bajo Kresimir Strazanac.
Sorprendentemente, en el segundo concierto del día 4 de mayo se repitieron la Sinfonía nº 25 y el Exultate jubílate, lo cual es criticable, por supuesto. Lo suyo es presentarse con dos programas distintos como hacen todas las orquestas que visitan el ciclo Ibermúsica. A la Filarmónica de Berlín quizás se le perdona todo, de acuerdo, pero es obligado realizar el justo reproche.
La diferencia más significativa en la interpretación de las dos obras citadas el día 4 radicó en la colocación más lógica de la orquesta, más pegada al borde del escenario, a diferencia de lo que ocurrió el día anterior. Por tanto, el sonido radiante, luminoso y aquilatado de la agrupación llegó con mayor presencia brillantez.
La segunda parte de este segundo concierto la ocupó la sinfonía número 4, aunque cronológicamente fue la segunda en componerse, de Robert Schumann, en su segunda versión, la más interpretada, de 1851. Claridad expositiva, impecable diferenciación de planos orquestales y sonido resplandeciente dominaron la traducción de Petrenko y la orquesta. La tensión y pulso del primer movimiento regresó con fuerza en el cuarto, el mejor de todos en opinión del que suscribe. Al segundo le faltó algo de vuelo y sentido poético y, seguramente, sería excesivo tildar de anodino al Scherzo, pero faltó carácter y, al igual que en la Romanza, un tanto de ese latido romántico tan propio de Schumann. Sin embargo, el cuarto movimiento resultó incandescente, desenfrenado y expeditivo, de una energía vibrante y arrolladora. Uno tuvo la sensación de que Petrenko pretendió que la orquesta demostrara que son los mejores y a fe mía que lo lograron, pero quedando cierto regusto de sonido deslumbrante sin pathos.
Teniendo en cuenta, que el último concierto que presencié a la Filarmónica de Berlín fue en su sede de la Philarmonie hace prácticamente un año en un evento dedicado a la Entartete musik, que incluía la Sinfonía lírica de Zemlinsky y la primera de Schulhoff, poder disfrutarla en Madrid en un repertorio de tan opuestas coordenadas constituye buena una muestra de su altísima categoría.
Fotos: Monika Rittershaus