Crítica de la ópera Tosca de Puccini en el Teatro de la Maestranza de Sevilla, bajo la dirección musical de Gianluca Marcianò y escénica de Rafael Villalobos
El Maestranza juega a ser el Liceo o Se busca Cavaradossi
Por José Amador Morales
Sevilla, 8-VI-2023. Teatro de la Maestranza. Giacomo Puccini: Tosca. Ópera en tres actos sobre libreto de Gianluca Giacosa y Luigi Illica según la obra homónima de Vicent Sardou. Estrenada en el Teatro Constanzi de Roma, el 14 de enero de 1900. Yolanda Auyanet (Floria Tosca), Vincenzo Costanzo (Mario Cavaradossi), Ángel Ódena (Baron Scarpia), David Lagares (Cesare Angelotti), Enric Martínez-Castignani (Sacristán), Albert Casals (Spoletta), Alejandro López (Sciarrone), Hugo Bolívar (Un pastor). Julio Ramírez (Un carcelero). Coro de la A.A. del Teatro de la Maestranza (Íñigo Sampil, director). Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Gianluca Marcianò, director musical. Rafael Villalobos, director de escena. Coproducción del Teatro La Monnaie de Bruselas, Ópera de Montpellier, Gran Teatro Liceu de Barcelona y Teatro de la Maestranza de Sevilla.
Rafael Villalobos apareció sobre el escenario al final de la función y el público se dividió entre la mayoría que aplaudió con evidente cortesía, una sección minoritaria pero ruidosa que le protestó y otra que respondió a esta con entusiastas aclamaciones. Algo que se presagiaba tras lo sucedido durante la introducción teatral que el director de escena sevillano intercala antes del comienzo del segundo acto, en el que representa a Pasolini y lo hace bailar sensualmente con su amante al ritmo de Love in Portofino cuando tuvieron lugar puntuales pero violentas protestas de algunos espectadores que llegaron a ser contestadas con no menos vehemencia por los partidarios de la producción; también, por los que preferían seguir la función y dejar las manifestaciones de cualquier signo para el final de la misma. En definitiva algo parecido a lo que había sucedido en el Liceu barcelonés hace unos meses con la misma producción. Bendita controversia en un público siempre tan amodorrado, conformista y operófilo de circunstancias.
Muchas de las grandes protestas que a nivel escénico ha presenciado quien esto suscribe se han debido al encajar música ajena al título que se está representando, como si fuese una línea roja que al ser cruzada contamina la esencia de la música titular. Y en esta ocasión parecía que se volvía a dar el caso en que dicha línea se traspasaba; sin embargo, hay que señalar que la reacción fue anterior a la audición de la comentada canción italiana. Así pues, algo aquí parecía impostado y artificial, como si el trasfondo de la protesta no fuese una mera disensión de índole artística. De hecho, segundos antes de la salida al escenario de Villalobos, el público no hizo ni el menor apunte de rechazo a un tenor que va a pasar por convertirse en uno de los peores cantantes – y no ha habido pocos - que han pasado por el Teatro de la Maestranza en sus treinta años largos de andadura. Por lo cual hemos de concluir que el trasfondo de la protesta era eminentemente ideológico, de evidente rechazo al componente homosexual en lo que se estaba presentando. Y está claro que Villalobos carga las tintas en ese sentido a lo largo de toda su propuesta escénica con los omnipresentes desnudos masculinos, seminaristas con hábitos semitransparentes, un reprimido sacristán que cachetea traseros al igual que los esbirros de Scarpia, … Lo cual no nos lleva a compartir esa protesta que en los tiempos que corren nos parece más bien rancia y casposa; más bien al contrario. Todo sea dicho al margen de nuestra falta de entusiasmo general frente a una producción que, pese a revelar un trabajo serio particularmente en lo que respecta a la dirección de actores y a nivel estético, nos resultó fallida en diversos aspectos, fundamentalmente en los que afectan a la partitura (monaguillos inexistentes y con voces enlatadas, Spoletta falseando los gritos de Cavaradossi, coro fuera del escenario en el Te Deum…) y sobre todo en la idea de meter con calzador otra historia ajena a la que se está contando, más allá de una inspiración puntual de partida.
Era la cuarta Tosca que presenciamos en el coliseo sevillano (1991 Ewing-Domingo-Díaz/Gandolfi; 2007 Guleghina-Larin-Strauch/Aprea; 2015 He-De León- Maestri/Halffter) y parece no haber dudas en que musicalmente la más discreta. Y ello pese a una dirección de Gianluca Marcianò bastante competente en cuanto a intensidad, colorido orquestal y cuidado extremo – tal vez demasiado – de unas voces solistas en general discretísimas en cuanto a volumen y proyección. A su mando tuvo un coro de nivel extraordinario y una Sinfónica de Sevilla en excelente estado de forma, aclamada de manera entusiasta por el público tras la huelga llevada a cabo por sus músicos hasta hace apenas dos semanas.
Yolanda Auyanet, que abrió la presente temporada lírica del Maestranza con una discreta Elisabetta del Roberto Devereux de Donizetti, volvió para sacar adelante esta Tosca con su acostumbrada musicalidad y atractivo fraseo – hermoso su «Vissi d’arte» - si bien el escaso fuste de su registro central y el inaudible grave comprometieron su caracterización. Y ello contando con la alianza indiscutible de una batuta que abajó la dinámica hasta el extremo particularmente cuando se trataba de ella y su partenaire. Este fue Vincenzo Constanzo cuyo deficiente Cavaradossi evidenció una inconsistencia técnica asombrosa, con una voz sin apoyo, exigua proyección y timbre engolado. El tenor napoliltano, incapaz de colar un mínimo sonido aceptable por el pasaje, en sus ascensos al agudo y sobreagudo empuja y fuerza una emisión que provoca un sonido estrangulado y tensísimo, haciendo sufrir no poco al oyente. Constanzo tampoco pudo compensar lo dicho con una línea de canto privada de lirismo ni con su escasa desenvoltura sobre el escenario.
Al menos Ángel Ódena, con su habitual honestidad y profesionalidad, firmó un Scarpia bien cantado, expresado y actuado de principio a fin. No es la suya una voz de especial personalidad ni de abrumadora presencia, pero lo compensa con su gran entrega y con una caracterización musical y teatral de altura. Entre el resto del reparto, destacaron David Lagares en un apabullante Angelotti tanto en lo vocal como en lo escénico y Enric Martínez-Castignani con un Sacristán más sobrio de lo usual pero igualmente plausible.
Fotos: Guillermo Mendo