Crítica del concierto de Jakub Hrusa y Alisa Weilerstein, con la ORF Radio-Symphonieorchester Wien en el Konzerthaus de Viena
Perlas desconocidas
Por Pedro J. Lapeña Rey
Viena. Konzerthaus. 16-VI-2023. ORF Radio-Symphonieorchester Wien. Alisa Weilerstein (violonchelo). Directora musical: Jakub Hrůša. “Las parábolas” de Bohuslav Martinů. “Concierto para violonchelo y orquesta” de György Ligeti. “Sinfonía nº 2, op. 15 de Miloslav Kabeláč
Va terminando la temporada del Konzerthaus y con ella sus distintos ciclos, entre ellos, el más atractivo para todo aquel que quiera huir del sota caballo y rey: el de la Orquesta de la radio austriaca, la ORF Radio-Symphonieorchester Wien. Esta noche teníamos un nuevo programa de gran interés que nos ha permitido adentrarnos en tres obras especiales, de las que difícilmente podemos oír en las salas de conciertos, de la mano de uno de los grandes directores del presente, el checo Jakub Hrůša.
Además, el concierto ha servido de colofón al homenaje que el Konzerthaus ha rendido a György Ligeti en el centenario de su nacimiento. Miembro honorario de la casa, durante toda la temporada hemos podido asistir a una muestra representativa de su legado en la que han participado orquestas de la ciudad (la Filarmónica, la Sinfónica y la de la Radio ORF), alguna invitada (Filarmónica de Luxemburgo), varios solistas de prestigio (Denis Kozhukhin o Johannes Hinterholzer), los cuartetos Ébène y Diotima, y grandes conjuntos de música contemporánea como el Klangforum Wien o el Ensemble PHACE. Sirvan estos nombres a modo de ejemplo dado que enumerarlos todos excedería la longitud de esta reseña.
En esta velada, la americana Alisa Weilerstein fue la encargada de su Concierto para violonchelo y orquesta. Compuesto en 1966 y estrenada al año siguiente en Berlín por Siegfried Palm y la Orquesta Sinfónica de la Radio de Berlín dirigida por Henryk Czyż, la obra llegó a Viena cinco años después, y su interpretación el 28 de mayo de 1973 fue el regalo de cumpleaños que el Konzerthaus y la Orquesta de la ORF dirigida por Friedrich Cerha hicieron a Ligeti en su quincuagésimo cumpleaños. Ligeti la compuso entre dos de sus obras mas representativas de esa época: Atmosphères y Lontano, cuando trataba de dar una salida fructífera a las dificultades de la música serial, a través del desarrollo de distintas estructuras sonoras que intentaban atrapar la atención del melómano.
La obra consta de dos movimientos. El primer movimiento, lento, bebe de Atmosphères y sus experimentos sonoros. En el segundo movimiento, mucho mas vivo y virtuosístico, el violonchelo solista se utiliza de forma muy elocuente, como si hablara, como si asumiera la función de las palabras. Alisa Weilerstein lidió con la aparente sencillez del primer movimiento y su eterna nota inicial recreándose en ese sonido que varía y varía de manera casi imperceptible, para desplegar en el segundo toda la artillería que Ligeti le propone. Jakub Hrůša y la orquesta le respondieron con idéntico virtuosismo, cuidando con mimo los excesos de volumen, jugando con esos “paisajes sonoros” que tienen un tanto de oníricos, y alcanzando todos juntos esa armonía que el propio Ligeti empleaba para sus «obras de equilibrista».
Alisa Weilerstein respondió a los muchos aplausos con una versión intensa y con quizás exceso de garra del Omaramor de Osvaldo Golijov.
El concierto incluyó también dos obras de dos de los compositores checos más importantes del siglo XX. Al primero, Bohuslav Martinů, cada día lo vamos conociendo mas. El segundo, Miloslav Kabeláč, sigue siendo un desconocido fuera de sus fronteras.
Las parábolas H 367 es una de las obras orquestales crepusculares de Martinů. Compuesta entre julio de 1957 y febrero de 1958, en ella vuelve al impresionismo de Claude Debussy que tanto le había fascinado cuando llegó a vivir a París, pero al que añade su sentido del ritmo, de la melodía o del sonido que ha desarrollado en sus mas de cuarenta años de carrera. Sus vínculos con la Orquesta Sinfónica de Boston y con Charles Munch venían de muy lejos, y fueron los encargados del estreno el 13 de febrero de 1959.
Jakub Hrůša nos sumergió en ese rico mundo que bebe de fuentes italianas, como unos años antes lo habían hecho sus Frescos de Piero della Francesca, y extrajo todo tipo de sonidos y colores a unos vientos excelentes -a destacar tanto las trompas iniciales como los fagotes- muy bien acoplados a una percusión, siempre rica y que va más allá de gestionar todo tipo de ritmos para acabar siendo un elemento clave del color. Las cuerdas sonaron amplias y con empaque suficiente, y el Sr. Hrůša les pidió ese punto de energía que tan bien le sienta a la música de Martinů. Según avanzaba la obra, con ritmos sincopados muy atractivos, Hrůša nos iba mostrando un paisaje tras otro, a cual mas luminoso, recreándose en particular en las melodías populares que inundan la parábola final.
Tras el descanso, fue el momento para conocer por primera vez en mi caso la música de Miloslav Kabeláč. Dieciocho años más joven que Martinů, Kabeláč compuso ocho sinfonías y nunca abandonó su país. Como muchos de sus colegas de generación, la ocupación del país en 1938 por los nazis le afectó de manera radical ya que su esposa era judía y él no se quiso divorciar. Sus obras desaparecieran de los programas, fue despedido de su cargo de director musical de la Radio de Praga y consecuentemente también de su puesto de director titular de la orquesta. Lo recuperó al terminar la guerra pero en 1948 son los soviéticos los que toman el poder. La Unión Soviética de ese año es la del decreto Zhdanov, la de las acusaciones de «formalistas occidentales y antisoviéticos» a los Shostakovich, Prokofiev o Khachaturian. En esas condiciones, la música de Miloslav Kabeláč tampoco puede florecer y aunque él sigue componiendo, sus obras vuelven a silenciarse. Es explicable por tanto el tono dramático y a veces sombrío de su música. A imagen de lo que sucedía en la propia URSS tras la muerte de Stalin, el control se fue relajando y es en este periodo, cuando de la mano del legendario Karel Ančerl, su música va consiguiendo un reconocimiento cada vez mayor y sus obras se interpretan y se graban. Pero la nueva invasión de 1968 se lleva su música otra vez por delante. Desaparece por completo de las salas de concierto hasta después de su muerte en 1979. Si ese era el panorama dentro de su patria, poco podía esperar desde el exterior. Solo Ančerl le interpretaba en sus giras, y aunque su música se programó en varias ocasiones en distintas ediciones del festival anual de la ISCM – «International Society for Contemporary Music»– su lenguaje propio y su fuerte personalidad estaban muy lejos de lo que demandaba la inteligentsia musical de aquellos días, fiel a los postulados de Darmstadt.
Empieza a componer su Segunda sinfonía en plena ocupación nazi con un lenguaje muy personal, influido de manera evidente por la música de Dmitri Shostakovich. Tras varias interrupciones la termina a finales de 1946 y Karel Ančerl la estrena el 17 de abril de 1947 con la Orquesta Filarmónica Checa.
Si Ančerl fue el primer paladín de Kabeláč, en la actualidad es Jakub Hrůša el que ha tomado el relevo. El director de Brno lleva años interpretando El misterio del tiempo, su obra mas conocida, y se ha embarcado en la grabación completa de sus ocho sinfonías junto a esta orquesta. Así que nos encontramos ante el aperitivo de lo que promete ser todo un acontecimiento. Según la propia web del Konzerthaus, Hrůša se siente fascinado por la pureza de su estilo y por la determinación de seguir fiel a una forma y lenguaje compositivos perfectamente comprensible, independientemente de las modas o los estilos propios del momento.
Hrůša y la orquesta, en la primera interpretación de la obra en toda la historia del Konzerthaus, dieron toda una lección de convicción y de confianza en la calidad de la obra. El movimiento inicial tuvo un empaque de altura, desde el arranque distorsionado con unos metales imponentes, mayestáticos, hasta el desarrollo del tema inicial, con unas cuerdas aceradas, herederas del Shostakovich más agrio. El segundo tema tuvo el misterio que desprende resaltando su tono áspero con toda la orquesta, especialmente los metales, a gran nivel. En el Lento posterior, Hrůša se mostró enigmático mientras el saxo bordó su precioso tema inicial, para ir incrementando gradualmente la tensión hasta un primer clímax perfectamente resuelto. Tras varios pasajes de alto voltaje, Hrůša fue dejando que la música se fuera apagando y con ella fuéramos recuperando una cierta sensación de alivio. El Allegro non troppo final fue de nuevo de mucho impacto, y la sección final, Marciale, nos volvió a recordar al Shostakovich de la Sinfonía Leningrado, con una orquesta en modo alto nivel y un Hrůša soberbio, imponente, dominando hasta el último resquicio de una partitura compleja, que por el silencio del público durante la interpretación, y por la vehemente reacción a su término, dio su más fervorosa aprobación a la obra.
Fotos: Facebook Konzerthaus