Artículo de opinión de F. Jaime Pantín sobre el gran pianista estadounidense André Watts, recientemente fallecido
En recuerdo de André Watts
Por F. Jaime Pantín
En sus mejores tiempos fue un pìanista heroico que no dudaba en asumir riesgos, tanto en el plano técnico como en el interpretativo, mostrando siempre una especial habilidad para sugerir espontaneidad cuando en realidad existía un control férreo en todo lo que hacía. Aunaba aspectos de virtuoso a la antigua usanza con un fuerte componente intelectual en su interpretación y practicaba un pianismo atlético y fulgurante, basado en unas cualidades físicas excepcionales que incluían unas manos grandes y poderosas, manos que parecían cinceladas para la práctica pianística de alta exigencia y contribuían eficazmente a potenciar la intensa sensación de poderío que Watts exhibía en el escenario a través de un elocuente despliegue gestual que incluía una fiereza calculada.
Como ocurre casi siempre con los grandes talentos, su adscripción a una escuela predeterminada no resulta posible y lo cierto es que su fuerte personalidad artística le llevó a ocupar un lugar de excepción entre los pianistas norteamericanos más destacables de la gloriosa década de los años 40 del pasado siglo, a la altura de otras grandes luminarias aún en activo como Murray Perahia, Horacio Gutiérrez o Garrick Olsshonn.
Su mala salud limitó su carrera en los últimos 20 años, pero nos deja versiones inolvidables de Gershwin, Rachmaninov y sobre todo de Listz, si bien su discografía y sus numerosos vídeos nos permiten descubrir a un músico que brilló también en un ámbito mucho más amplio del repertorio y que incluso sus interpretaciones beethovenianas contienen la frescura y el fulgor electrizante característicos de su pianismo.