CODALARIO, la Revista de Música Clásica

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CRÍTICA: 'JENUFA' DE JANACEK, EN LA BAYERISCHE STAATSOPER DE MÚNICH. Por Alejandro Martínez

14 de marzo de 2013
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MATTILA EN HORAS BAJAS

Jenufa (Janacek), Bayerische Staatsoper, Múnich. 06/03/13

       Hace tres años se estrenaba en la Staatsoper de Múnich una nueva producción de Jenufa, con el protagonismo de Eva Maria Westbroek como aliciente principal. Aquellas funciones fueron un triunfo vocal para la citada soprano. La producción se reponía ahora con el protagonismo de la ya veterana Karita Mattila en el rol titular. Mattila es una soprano llena de virtudes, con una carrera fascinante a sus espaldas, y con un feeling especial con las partituras de Janacek (muchos lectores recordaran su Katia Kabanova en el Teatro Real de Madrid. Así las cosas, resultó decepcionante encontrarse con una gran artista pero con un instrumento mermado. La erosión de su voz es evidente y se diría que ya hace un par de años que se acrecienta. La emisión es árida, y la proyección irregular. La transición al agudo, a menudo calante, desconcierta, oscilando entre ataques de dudosa afinación y sonidos, los menos, bien restallantes y liberados. Todo ello lastra, indefectiblemente, el fraseo, lleno de intenciones, pero incapaz de sostener a menudo una línea consistente. El centro, en todo caso, sigue manteniendo esa poesía y ese color tan característicos y comunicativos, de un lirismo fácil y elocuente. Tan voluntariosa, pues, como impotente, fue en lo vocal su recreación de Jenufa. En esas condiciones, no extraña que el calendario de Mattila no indique nuevos compromisos escénicos después de esta Jenufa. Nos quedó al menos, eso sí, una recreación actoral impecable, si bien muy marcada y radical, que exagera el carácter pusilánime y patético de la vivencia de Jenufa, que se nos aparece constantemente como una víctima de todos: de sí misma, de su entorno y de su destino. A la vista de la insuficiente dirección actoral que se observaba y que luego comentaremos, nos aventuramos a decir que esta perspectiva es una opción más bien personal de Mattila. Sin duda lo da todo en el desempeño de esa encarnación, pero nos preguntamos si es un punto de vista acertado, insistiendo en exceso en lo pusilánime y desvalido de Jenufa, que queda así casi desposeída de cualquier temperamento, como deshumanizada.

      Destacó, en contraste, la autoridad vocal y la convicción dramática de la Kostelnicka que ofreció la veterana Gabriele Schnaut. Ciertramente impresionante, porque a pesar de los años, la voz está intacta en su proyección y en su contundencia y deslumbra por un registro agudo grande, denso y esmaltado. Todo el segundo acto se sostuvo, en buena medida, por su magnetismo vocal y escénico. Si bien algo histriónica en escena, en algunos momentos, lo cierto es que consiguió epatar con su desenvoltura vocal, en contraste con los medios mermados de Mattila.
      El resto del equipo vocal no despertó grandes entusiasmos. Apenas llegaron a correctos los dos tenores, Ales Briscein y Stefan Margita. El primero sustituía al previsto Pavel Cernoch en el rol de Steva y el segundo se ocupó del papel de Laca. Dos voces dignas pero sin especial interés, con escasa desenvoltura en el agudo y sin especial imaginación en el fraseo. Lo mismo cabe decir de Renate Behle en el rol de la abuela Buryja y de todo el resto de comprimarios, correctos pero sin alardes.
      La batuta de Tomas Hanus, que por cierto se encargará de dirigir El barbero de Sevilla que abre la próxima temporada del Real, pecó de irregularidad. Su vocación se diría detallista, si bien más lograda en los momentos dramáticos, allí donde cabía rescatar la tensión o subrayar la melancolía, que en los instantes más ligeros, los que coquetean con el folclore checo, donde no dio con el tono. Construyó un segundo acto firme, seguro, afianzado en las dinámicas y en la recreación del acompañamiento vocal, sacando enorme partido al foso en esta parte. Pero no puede decirse lo mismo de un primer acto más bien alborotado. ni del final, tan efectista en esta partitura, que fue desaprovechado con un tono rutinario, no dando lugar al clímax que el espectador espera. La orquesta titular del teatro respondió con la eficiencia habitual, pero como decíamos no encontró siempre en Hanus el aliento y estimulo suficiente para superarse y alcanzar un desempeño brillante.
       La producción firmada por Barbara Frey, con escenografía de Bettina Meyer, sitúa la acción en un espacio indeterminado de la Europa del Este, a tenor del vestuario (Bettina Walter) y la recreación ambiental. Se traslada así el drama personal de Jenufa y el conflicto moral que impone su destino a las delimitaciones de un escenario contemporáneo. Las intrincadas relaciones del pequeño pueblo de Jenufa se reconstruyen aquí bajo la forma de un mundo de observación constante y sospecha omnipresente. Esa es, al menos, la idea que uno extrae tras ver la función, pero quizá con demasiado voluntarismo, porque ni la dirección escénica ni la escenografía ayudan lo suficiente a trasladar esa impresión. El trabajo de Frey y Meyer es mediocre, de una fingida originalidad y muy poco acorde a la sensibilidad y al universo emotivo que encontramos en la partitura de Janacek. No hay poesía en su propuesta escénica, de una frialdad que lejos de convertirse en un hallazgo comunicativo, lastra, al no subrayarla, la tensión dramática de la acción.
      En conjunto, una Jenufa mejorable, donde nos apenó encontrar a una Mattila en horas bajas y nos sorprendió el derroche de medios y la efusividad de Schnaut. Ni el foso ni la escena contribuyeron de un modo destacado a levantar el vuelo de una representación que se movió en unos términos rutinarios.
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