Crítica del concierto de Sol Gabetta y Daniel Harding con la Orquesta Filarmónica de Radio Francia en el Konzerthaus de Viena
Las eternas maderas francesas
Por Pedro J. Lapeña Rey
Viena. Konzerthaus. 23-X-2023. Orchestre Philharmonique de Radio France. Sol Gabetta, (violonchelo). Director musical: Daniel Harding. “Alborada del gracioso” de Maurice Ravel, Concierto para violonchelo y orquesta de Edouard Lalo, Prélude à l'après-midi d'un faune de Claude Debussy, y Daphnis et Chloé de Maurice Ravel.
La visita de orquestas francesas a Viena suele ser bien recibida ya que es un repertorio que las locales suelen tocar poco. En el programa original de este concierto teníamos varios alicientes. Por una parte, reencontrarnos con Sol Gabetta, la magnífica violonchelista argentina que hace poco menos de un año puso el Konzerthaus boca abajo junto a Klaus Mäkelä es una magnífica versión del primer concierto de Dmitri Shostakovich. Por otro, acercarnos a dos obras muy poco programadas: el Concierto para violonchelo de Edouard Lalo, y el tríptico sinfónico Trois Femmes de légende, de la «compositora de enciclopedia» Mélanie Bonis (1858-1937). Tres obras dedicadas a Salomé, Ofelia y Cleopatra, que fueron originalmente escritas para piano hacia 1909 y orquestadas poco después, aunque nada nos indica que la autora pensara en una publicación conjunta. De hecho no las vio editadas y solo han visto la luz hace poco mas de 5 años.
Sin embargo, parte de nuestro gozo se fue directamente al pozo. El domingo por la noche nos llegó un mensaje del Konzerthaus en que el que nos comunicaban que Mikko Franck, el director finlandés de la orquesta desde 2015, tenía que cancelar su participación por problemas de salud y Daniel Harding le reemplazaba en el último momento. El británico mantuvo la mayor parte del programa, incluido el concierto de Lalo, pero no así la obra de Mel Bonis. Me imagino que en veinticuatro horas no debe ser fácil preparar una partitura que nunca has visto y que no vas a tener tiempo de ensayar con la orquesta, así que la cambió por una apuesta segura: el Preludio a la siesta de un fauno de Claude Debussy. ¡Quién sabe cuándo podremos ver en directo algo de Mel Bonis!
Comenzamos la tarde con la Alborada del gracioso, la cuarta pieza de los Espejos-Miroirs de Maurice Ravel, que orquestó años después convirtiéndose en una de sus obras fetiche. Se notó la falta de ensayos porque a pesar de ser piezas que ambos dominan, el tema inicial, marcados por las cuerdas y rematado por el arpa dio paso a un tutti algo deslavazado, que mas que una alborada pareció un toque de diana. El segundo tema estuvo ya mas entonado, con unas maderas que estuvieron sublimes toda la velada dando colorido a la obra, y de ahí hasta el final, todo fue cogiendo su sitio, con la percusión precisa y efectista dando el toque español que rezuma la obra, y las cuerdas cogiendo vuelo poco a poco.
Continuamos con el Concierto para violonchelo y orquesta de Edouard Lalo, obra muy poco tocada en la actualidad, pero que fue muy popular en la parte final del s. XIX y la inicial del s. XX. Por si nos sirve de referencia, de las once veces que se ha hecho en la historia del Konzerthaus, ocho fueron antes de 1930, luego un paréntesis de mas de 70 años en que no se hizo ni una sola vez, y recientemente se han hecho las otras tres. La obra se puede considerar heredera directa de la Sinfonía española dedicada a su amigo Pablo de Sarasate. La popularidad del gran virtuoso español contribuyó en gran medida a aumentar el prestigio de Lalo -hasta ese momento sus composiciones tuvieron poco éxito- en la década de los 70, por lo que éste repitió la jugada un par de años después con Adolphe Fischer, el famoso chelista belga. Combina unas exigencias técnicas importantes con un componente casi operístico -la gran afición del público francés de la época era la Grand Opéra- ya que el violonchelo parece por momentos un cantante que va de aria en aria. En ambos aspectos sobresalió una vez más Sol Gabetta, saltando una tras otra todas las dificultades de la obra con un canto cálido, redondo e intenso que nos ganó una vez más.
En el Prélude inicial desplegó su precioso sonido en el tema inicial, una melodía del violonchelo en triadas y en la que las distintas entradas abruptas de la orquesta fuerzan/ayudan a la solista a acentuar el tono enérgico y apasionado. Fue preciosa su transición al segundo tema, una cantilena lírica, así como la recapitulación del tema inicial que nos llevó a un final de movimiento imponente. En el curioso Intermezzo posterior, una combinación de lento y scherzo, Gabetta volvió a cantar primorosamente en la parte inicial, plena de contrastes con sus juegos de armonías cambiantes, y posteriormente disfrutó bailando el zapateado de tinte español del Scherzo donde las flautas y el resto de maderas fueron un complemento ideal. Gabetta y Harding no pararon de echarse miradas uno a otro con lo que la complicidad orquesta/solista fue evidente. Aún mas expresiva fue la breve introducción lenta con que arranca el Allegro vivace conclusivo y que puso en suerte el resto del movimiento. El Sr. Harding no escatimó sonido con el carácter heroico de la partitura pero Gabetta no perdió comba. De nuevo exhibió belleza y calidez de sonido en todas las repeticiones del estribillo, y en la breve habanera que Lalo “tomó prestada” de una zarzuela de Barbieri. La parte final, de poder a poder, nos mostró la Gabetta mas virtuosa y al Harding más intenso para ser capaces de poner casi en pie a todo el Konzerthaus. Sol Gabetta agradeció los vítores y aplausos con una sentida versión, acompañada por los ocho violonchelistas de la orquesta, del canto de los pájaros que el inolvidable Pau Casals llevó por todo el mundo.
Tras el descanso volvimos al ADN de la orquesta: Debussy y Ravel. El cambio de la obra de Mel Bonis por el Preludio a la muerte de un fauno de Debussy nos dio la ocasión de ver dos obras estrictamente contemporáneas -se estrenaron en el mismo teatro en el plazo de dos semanas- que marcaron el devenir posterior de la música francesa, y por ende, de una buena parte de la música de todo el orbe. Con ellas nos encontramos al Harding discreto, elegante, natural a la vez que eficaz, preciso, con su imagen de anti divo y su facilidad para que conectar con la orquesta. Por su parte, Mathilde Caldérini, la excelente solista de flauta, nos puso los pelos como escarpias en el Preludio a la siesta de una fauno perfectamente acompañada por la orquesta y por un Harding que tras la combativa primera parte, se relajó y empezó a desplegar toda la paleta de colores de que es capaz. Las maderas y el arpa, con un preciosismo enternecedor caldearon el ambiente para que se sumaran las cuerdas, mientras Daniel Harding se encargó que el ambiente sugerente no decayera.
La fascinante paleta de colores irradió de manera definitiva en la segunda suite del ballet Daphnis y Cloe. Ravel tardó 3 años en su composición que fue estrenada en el Teatro del Chatelet de Paris por el legendario Nijinsky y el no menos legendario Pierre Monteux a la batuta. Esta vez no tuvimos la obra completa sino la Suite n°2, con los tres números –amanecer, pantomima y danza general- del tercer cuadro, pero fue suficiente para que Daniel Harding y la orquesta nos recrearan la gruta de las ninfas, el correr de los riachuelos, el canto de los pájaros, los grupos de pastores y el despertar de ambos y su encuentro posterior. Harding no paró de “pintar” con sus manos cada frase, cuidando la tímbrica de manera exquisita, y dándonos ya en el primer crecendo una clase de regulación, equilibrio y control, que nos anticipó lo que posteriormente oiríamos en la bacanal. En la entrada de la pantomima, Mathilde Caldérini nos maravilló una vez más, en este caso evocando a la joven ninfa que deambula por el prado. La danza general, plena de intensidad y llevada a un ritmo endiablado, mostró todas las capacidades de la orquesta. El Sr. Harding les apretó sin contemplaciones obteniendo un sonido pleno, rico en colores y de tímbrica elegante y refinada. El control rítmico fue asombroso, y dentro de la algarabía de la bacanal, se encargó de mantener un equilibrio encomiable hasta el final.
El triunfo no se hizo esperar y el público les aclamó con entusiasmo, sacando a saludar a Daniel Harding cinco veces. Orquesta y director mantuvieron cartel en una gran noche en que las maderas francesas volvieron a brillar de manera especial.