Crítica de Raúl Chamorro Mena de la ópera Amleto, con música de Franco Faccio y libreto de Arrigo Boito, en el Teatro Filarmónico de Verona
La recuperación de una magnífica ópera
Por Raúl Chamorro Mena
Verona, 29-X-2023, Teatro FIlarmonico. Amleto-Hamlet (música de Franco Faccio; libreto de Arrigo Boito). Angelo Villari (Amleto), Eleonora Bellocci (Ofelia), Marta Torbidoni (Gertrude), Damiano Salerno (Il Re Claudio), Saverio Fiore (Laerte), Francesco Leone (Polonio), Abramo Rosalen (Lo Spettro). Coro e Orchestra della Fondazione Arena di Verona. Dirección musical: Francesco Grazioli. Dirección de escena: Paolo Valerio.
Franco Faccio (1840-1891) es una personalidad fundamental para la afirmación de la figura del director de orquesta tal y como la conocemos hoy día. A pesar de que su fama está asociada a la referida labor -estrenó, entre muchas otras óperas, el Otello de Verdi y el Edgar de Puccini- fue, asimismo, compositor, con dos óperas en su haber, I profughi fiamminghi (Milán, 1863) y Amleto, estrenada en Genova en 1865 y posteriormente revisada para su «reestreno» en La Scala milanesa en 1871, donde la obra resultó un gran fracaso, especialmente a causa de la indisposición del tenor protagonista, Mario Tiberini, lo que provocó la retirada de la obra por parte de su autor que, a partir de entonces, se centró en su exitosa carrera como director de orquesta.
Después de siglo y medio de silencio y gracias a la labor del musicólogo Anthony Barrese, autor de la edición crítica de la partitura, Amleto volvió a ver la luz en Alburquerque (Nuevo México) en 2014. Después de representaciones en Wilmington, Bregenz y Chemnitz, con estas funciones veronesas se produce el estreno italiano de la obra en tiempos modernos. El Teatro Filarmonico de Verona, ciudad natal del compositor, situado en la Via dei Mutilati, acoge la temporada de invierno de la Fundación Arena de Verona.
Amleto consagra la unión de Franco Faccio y el libretista Arrigo Boito, dos ilustres miembros de la scapigliatura, movimiento artístico dado en Italia en la segunda parte del siglo XIX con su centro principal en Milán. Rebeldes, opuestos al romanticismo, discuten la tradición y las formas finiseculares, particularmente en música las del melodrama italiano, que pretenden renovar en busca del arte total, en su concepto wagneriano.
La ópera se beneficia de un magnífico libreto de Arrigo Boito, alabado por el propio Giuseppe Verdi, muy superior por unidad dramática, progresión y fuerza teatral al de Michel Carrer y Jules Barbier para el Hamlet de Ambroise Thomas. Por ello y por la calidad de la música, el Amleto de Faccio me ha parecido una magnífica ópera, con una orquestación muy interesante y un tratamiento vocal basado en un intenso declamato dramático, pero sin renunciar a la línea melódica, pues aunque, como Scapigliato, Faccio pretendiera renunciar a esa tradición melódica del melodrama italiano, que un músico italiano en el último tercio del siglo XIX renunciara totalmente a la melodía, es ir contra natura. En definitiva, el propio Maestro Verdi que se sintió ofendido como líder absoluto del melodrama italiano con algún manifiesto de la scapigliatura, también evolucionó hacia la más profunda verdad dramática teatral, sin renunciar nunca a la esencia del canto italiano y el día 5 de febrero de 1887 compartió el éxito de Otello sobre el escenario junto a Arrigo Boito como libretista y Franco Faccio como director de orquesta.
La función ofrecida en el Filarmonico de Verona hizo justicia a la obra y pude decirse que constituyó un reestreno brillante y más que disfrutable que ha descubierto una ópera más que interesante.
El papel protagonista es muy exigente y agotador, requiere un tenor de fuste que debe enfrentarse a una tesitura situada en el paso y agudo que anticipa algunos de los papeles tenoriles de la Giovane Scuola, en la que se encuadran Puccini y los llamados veristas. El tenor Angelo Villari completó una muy apreciable actuación, pues mostró voz con cuerpo y volumen, agudos seguros, con más timbre y plenitud que punta, pero sonoros y penetrantes. Como cantante no es muy fino, pero sacó adelante con nota su temible monólogo «Essere o non essere» y se mostró siempre entregado con acentos vigorosos y vibrantes, además de acreditar la necesaria resistencia vocal.
El barítono Damiano Salerno, engoladillo y justito en la franja grave, pero con timbre sano y canto aceptable -plegaria del tercer acto-, encarnó en lo interpretativo un notable Rey Claudio, atormentado y presa de los remordimientos ante el crimen que ha cometido asesinando a su hermano para asumir el trono y esposar a su esposa. Esta última, la Reina Gertrud, encontró una estimable intérprete en la soprano Marta Torbidoni, de material timbrado y grato en la zona centro-aguda, expresión musical y de buena impronta dramática, como demostró en la intensa escena con su hijo Hamlet en la que le acusa de incesto, adulterio y complicidad en el asesinato de su padre.
Juvenil, enamorada y con encanto, la Ofelia de la soprano Eleonora Belloci, aunque demasiado ligera, con un timbre más bien aniñado y con agudos algo hirientes. Sin embargo, cantó con entrega y emotividad su hermosa escena de la locura. Arrojado y encendido de acentos el tenor Saverio Fiore como Laertes y sólo cumplidor Francesco Leone en el papel de Polonio.
A destacar por presencia sonora y acentos la contribución del bajo Abramo Rosalen en el corto, pero muy importante papel de espectro del rey asesinado.
Dirección musical algo basta y un punto deslavazada, pero siempre caldeada y teatral, de Giuseppe Grazioli al frente de una orquesta entregada, pero que acusó debilidad en la cuerda y un sonido algo borroso. A destacar la fuerza e intensidad del espléndido pasaje orquestal del funeral de Ofelia. Espléndido, por su parte, el coro de la Fundación Arena de Verona, que demostró sus genuinos empaste y generosa sonoridad.
La puesta en escena de Paolo Valerio se pone al servicio, como debe ser, de la recuperación de una obra sepultada en el olvido, sin intentar extrañas ocurrencias, sesudos simbolismos, ni expresiones de ego o búsquedas de protagonismo fuera de lugar. Con proyecciones bien administradas, especialmente las de la partitura de la obra al comienzo de cada escena, escenografía escueta, pero muy funcional, vestuario apropiado y buen trabajo con los artistas, el montaje presenta con coherencia, eficacia, dinamismo y buen ritmo teatral, la trama de la ópera, como debería ser siempre, pero que se revela imprescindible en este caso, que estamos ante un cuasiestreno.
Fotos: Fundación Arena de Verona