Crítica del concierto de Thierry Fischer y Cristina Gómez Godoy con la Orquesta Sinfónica de Castilla y León
Gómez Godoy o el sonido trascendente
Por Agustín Achúcarro
Valladolid. 9-XI- 2023. Auditorio de Valladolid, Sala Sinfónica Jesús López Cobos. Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Parte 1ª: Obertura Tabaré de Bretón y el Concierto para oboe y pequeña orquesta en re mayor, TrV 292 de Richard Strauss. Parte 2ª: Selección del ballet Cenicienta de Prokófiev. Solista: Cristina Gómez Godoy, oboe. Director: Thierry Fischer.
Aunque la oboísta Cristina Gómez Godoy es una intérprete con experiencia, tanto en el foso de un teatro de ópera, como en los conciertos sinfónicos y en la música de cámara, la relación que tiene con el Concierto para oboe y pequeña orquesta de Richard Strauss es algo especial. Y no solamente por el tiempo que lo ha ido preparando para conseguir alcanzar la plenitud, ni por la grabación que realizó, dirigida por Daniel Barenboim, sino porque le permite evidenciar su concepto de un sonido cuidado hasta el extremo. La oboísta interpretó una versión espléndida de la partitura del compositor alemán, sustentada en un cuidado absoluto por cada sonido y la relación de éste con el siguiente, y así sucesivamente, hasta conseguir una versión completa, a la que dio un sentido de unidad. Los cromatismos, la frescura y la delicadeza del sonido, incluso su plasticidad, estuvieron continuamente presentes, ya fuera en esas frases largas, que afrontó con sutileza y que evitó concluir de forma –brusca, o en los pequeños detalles, siempre resaltados en función del contexto. Gómez Godoy dotó a la obra de un carácter a veces alegre, desenfadado, y otras melancólico, sin que dejase en ningún momento cierto regusto nostálgico.
Partiendo de unos pequeños motivos, Richard Strauss recrea una música plagada de variaciones de color, a veces tan imperceptibles aparentemente como fundamentales para el desarrollo de la obra. Aspectos en los que la intérprete profundizó, de la misma manera que abordó los elementos de mayor virtuosismo con una facilidad pasmosa. Todo sonó enriquecido por una determinada coloración y un juego de dinámicas muy sutil. El comentario quedaría incompleto si no se mencionase la labor de la orquesta, tanto en el plano de sus diálogos con la solista, como en los momentos que era necesario destacar su sonido. Fischer tuvo bien claro cuándo debía imprimir más volumen a la orquesta y cuándo no debía hacerlo. Además, procuró conseguir esa claridad y ese fraseo sutil, que ya se ha mencionado. Extrajo de la Sinfónica de Castilla y León sonoridades más densas cuando la intérprete no tocaba o se hacía necesario, e hizo de la Sinfónica una verdadera formación camerística cuando así se requería, sin por ello provocar ningún desequilibrio.
La comunicación entre solista, orquesta y director resultó proverbial. La transparencia en las texturas fue una constante desde el momento inicial en el que Gómez Godoy se enfrentó a 56 compases seguidos, sin posibilidad de coger aliento, ni traicionar la exigente emisión, para que no decayese la belleza y complejidad de la partitura. En los elementos más cantables, la intérprete ahondó aún más si cabe en un aliento poético, que rodeó a toda la interpretación. Al final llegó la parte más virtuosística, sin olvidarse de las cadencias, en las que no se quebró ese arco sonoro que había empezado en el inicio. Ante el éxito, fuera de programa, junto a la orquesta, interpretó la Danza de los espíritus bienaventurados de Orfeo y Euridice de Gluck.
Antes, la orquesta tocó la obertura del drama lírico Tabaré de Bretón, en lo que supuso un pequeño y necesario recordatorio a la celebración del centenario del fallecimiento del compositor salmantino. La obra, que recopila los motivos que luego se desarrollaran, estuvo expuesta por Fischer con soltura, buscando los efectos a través del color, con un fraseo variado, partiendo de una labor más que significativa de las cuerdas.
Finalizó el concierto con una selección del ballet Cenicienta de Prokófiev, que en el programa general se señala que ha sido realizada por el propio Thierry Fischer. Tanto la Sinfónica de Castilla y León como su director titular dejaron constancia de lo magnífica que es la obra, -no siempre es fácil realizar este tipo de selecciones con éxito- moviéndose entre lo lírico, lo brillante, incluso hasta resultar voluntariamente ampuloso, sin dejar de lado los detalles irónicos. Y todo eso lo consiguieron jugando con el ritmo, las texturas, la energía sonora de los tutti orquestales y el excelente rendimiento de los solistas. Así dejaron constancia de sus logros en cada uno de los números de la selección; ya fuera en Cenicienta se dirige al baile, no exenta de ironía, chispeante y ágil, un Vals de Cenicienta preciosista, una Medianoche con el reloj como constante amenaza, con metales y percusión fulgurantes, y una cuerda aglutinadora expansiva, un Amoroso con unas cuerdas cautivadoras.
Todo pareció estar perfectamente engranado, los diálogos, las repeticiones entre secciones, los contrastes. Ya fuera en la labor de la flauta o el clarinete, en las texturas que aportaron los contrabajos, en los diálogos de las maderas o en la aportación de metales y percusión. Aunque ciertamente fue el trabajo de conjunto, la manera de relacionar las distintas secciones para conseguir efectos muy variados, de conjugar ritmo, dinámicas y coloración las bazas más sobresalientes de la dirección de Fischer. Un Prokófiev dirigido con un pulso tan firme como flexible, con una orquesta equilibrada y volcada al máximo.
Fotos: OSCyL