Crítica de Raúl Chamorro Mena del concierto de Renaud Capuçon y la Orquesta de Cámara de Lausanne en Ibermúsica
Solista, primer violín y director desde el podio
Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 15-XI-2023, Auditorio Nacional. Ciclo Ibermúsica. Concierto para violín nº 5, K. 219, “concierto turco” (Wolfgang Amadeus Mozart). Metamorphosen (Richard Strauss). Sinfonía núm. 1, Op. 21 (Ludwig van Beethoven). Orquesta de cámara de Lausanne. Violinista y director: Renaud Capuçon.
Renaud Capuçon es un ilustre representante de la llamada escuela francesa -o también denominada franco-belga de violín-, de la que puede considerarse a Jean Marie Leclair como el fundador y como eximios representantes a Eugène Ysaÿe, Ginette Neveu, Arthur Grumiaux y Christian Ferras, estos últimos ya en el siglo XX.
La estupenda trayectoria del francés como solista en conciertos, sin olvidar su importante dedicación a la música de cámara –muchas veces junto a su hermano Gautier, espléndido chelista-, así como su proverbial fondo musical le ha llevado, como a tantos otros solistas, a la dirección de orquesta, logrando el nombramiento de director musical y artístico de una de las agrupaciones de cámara más prestigiosas, la orquesta de cámara de Lausanne, que había visitado Ibermúsica anteriormente con sus entonces titulares Jesús López Cobos y Christian Zacharias.
Como muestra de su reciente grabación de los cinco conciertos para violín de Mozart, el programa se abría con la interpretación del número cinco, llamado «turco» por la música de tales latitudes, entonces considerada exótica, que contiene su tercer movimiento. Bellísimo, luminoso, acariciador como la seda, el sonido que Capuçon obtiene de su Guarnieri del Gesù de 1737, pluscuamperfecta la afinación y el aquilatado fraseo, con una gran capacidad dinámica, del violinista francés, así como su perfección estilística para desgranar la genial partitura mozartiana. Sin obsesiones historicistas, haciendo que la música fluya, como debe ser, natural, esplendorosa, limpia y radiante, Capuçon escanció un fraseo pleno de refinamiento, que confirió todo el vuelo al lirismo cantabile del segundo movimiento y reprodujo con sobriedad el rondò final en el que aparece la música alla turca con la especial indicación a violonchelos y contrabajos de percutir «coll’arco alla rovescio», es decir del revés, con la parte de la madera del arco. Transparente, luminoso y vivaz, de una gran exquisitez musical el acompañamiento de la orquesta de cámara de Lausanne.
La destrucción por un bombardeo aliado del Teatro Nacional de Munich en 1943 fue una vuelta de tuerca para el estado de desesperanza y angustia vital del anciano Richard Strauss. Allí se habían estrenados obras tan emblemáticas como Tristán e Isolda y, además, su padre había sido primera trompa durante 49 años. A modo de una especie de «luto por Munich», Strauss crea una fabulosa, muy emotiva composición para 23 instrumentos de cuerda, 10 violines, 5 violas, 5 violonchelos y 3 contrabajos, en la que incluye, hacia el final, una cita a la marcha fúnebre de la Heroica de Beethoven con la indicación «in memoriam». Todo un canto amargo hacia la destrucción de la cultura –de la que el Maestro bávaro fue un ilustrísimo representante- y la civilización, que significó la mortífera Segunda Guerra Mundial.
Renaud Capuçon se sentó como primer violín y director en una interpretación que fue edificando el paulatino pero inexorable clímax con la apropiada intensidad en los acentos mediante un sonido que ya no podía ser el luminoso y radiante del estilo galante, si no más sombreado e imbuido de una concentrada expresividad e intimismo emotivo, para poder traducir todo el sentimiento de desolación por el desastre que asoló a Europa. Como si fuera un «grito con música sublime» por parte del venerado Maestro.
Un Beethoven ya instalado en Viena desde hace unos años y frisando los treinta años de edad se acerca por fin al género de la sinfonía, en el que logró ser una cumbre de la historia de la música. La primera sinfonía estrenada en 1800 es claramente tributaria del clasicismo vienés del que Mozart y Haydn eran las principales figuras. A pesar de ello, el carácter, singularidad y personalidad del genio de Bonn ya se manifiestan, por supuesto, como en el original inicio y ese desaforado scherzo camuflado en minueto que es el tercer movimiento. Capuçon, ahora subido al podio, capitaneó una magnífica interpretación sustentada sobre un sonido bellísimo, luminoso, depurado y diáfano, así como una abrumadora factura musical y estilística. La verisón subrayó, como es lógico, los vínculos de la obra con el pasado inmediato, los equilibrios, las proporciones, el refinamiento y la claridad expositiva, pero también las peculiaridades Beethovenianas, como los aires marciales del primer movimiento, el brío rítmico del apabullante scherzo y el elemento danzable y enérgico del cuarto y último. Espléndida, tersa y mórbida, la cuerda, tanto la aguda como la grave en impecable empaste con unas maderas y metales que no anduvieron a la zaga.
Gran triunfo de la Orquesta de cámara de Lausanne con un Renaud Capuçon que ejerció de solista, primer violín y director desde el podio. Como propina, regalaron la obertura de la suite Faustes et bergamasques de Gabriel Fauré
Fotos: Rafa Martín / Ibermúsica