Crítica de los conciertos ofrecidos por Pierre-Laurent Aimard, el Cuarteto Casals e Irvine Arditti en el Festival Wien Modern del Musikverein de Viena
Una joya tras otra con caos final
Por Pedro J. Lapeña Rey
Viena. Musikverein. 16-XI-2023. Pierre-Laurent Aimard (piano). Obras de Johann Sebastian Bach, Milica Djordjević, Franz Schubert y György Kurtag. Viena. Musikverein. 18-XI-2023. Cuarteto Casals. Reflections on the Theme B-A-C-H de Sofia Gubaidulina, Cuarteto nº 2 en la mayor, op. 68 de Dmitri Shostakovich, Cantos de Francisco Coll, y Cuarteto en fa mayor, op. 135 de Ludwig van Beethoven. Viena. Musikverein. 18-XI-2023. Irvine Arditti (violín). Obras de Iannis Xenakis, Rebecca Saunders, Sarah Nemtsov, y Salvatore Sciarrino. Viena. Columna de la Peste en el Graben. 21-XI-2023. Gassatim-Konzert de Olga Neuwirth. Estudiantes de las universidades Anton Bruckner y MUK. Director musical: Saša Dragović
Una de las críticas mas comunes que recibe Viena por una buena parte de la crítica musical internacional es el conservadurismo de sus instituciones y sus programaciones. Muchos lo ven como una mera excusa para atraer turistas para que dejen su dinero en la ciudad. En parte tienen razón, el turismo musical es una gran fuente de recursos y en muchas ocasiones, los resultados son muy discutibles. Pero el público es soberano, e igual que viajan a Nueva York, a Londres o a Madrid a ver un musical -da igual el que sea- una gran mayoría de turistas vienen a Viena atraídos por Mozart y Strauss, y prefieren ver un espectáculo de cuarta categoría - el que sea con música de los susodichos- pagando una fortuna a ver a cualquier orquesta haciendo un programa de verdad.
Pero a poco que bucees, Viena no es solo conservadurismo musical. La ciudad está llena de instituciones que están siempre a la vanguardia y programan la música del momento. Y quizás no haya otra ciudad en el mundo que pueda presumir de tener un Festival como el Wien Modern. Promovido en 1988 a iniciativa de Claudio Abbado, cuando era el italiano era el Generalmusikdirector de la ciudad, el Festival inunda la ciudad todos los meses de noviembre con más de 60 conciertos o actividades musicales. Y a diferencia de otros festivales especializados, compite a diario con la ingente programación de la ciudad consiguiendo unos altos niveles de ocupación con público muy diverso.
El festival ha ido reinventándose cada año, y lo que en un principio consistió en llevar la música de Rihm, Boulez o Ligeti al Wiener Konzerthaus y el Musikverein, en la actualidad se ha convertido en una plataforma abierta a todo tipo de estéticas y formatos, donde coexisten todo tipo de espectáculos y de generaciones.
Desde sus inicios, Wien Modern ha establecido relaciones con muchas instituciones de la ciudad por lo que sus conciertos, además de realizarse en las salas habituales también se programan en los pequeños cafés, en la Biblioteca Nacional, en los grandes museos -Kunsthistorisches, Museumquartier o el de Historia Natural- o en la calle. Aunque los conciertos siguen siendo el núcleo del programa, se le une el teatro musical, la danza, las artes visuales, el cine, el vídeo, las performance, la improvisación y nuevos formatos.
Este año, además del tradicional concierto dedicado a la memoria de Claudio Abbado, del centenario de Gyorgy Ligeti, o de retratos de compositores como Hermann Markus Pressl, Georg Friedrich Haas, Mark André o de la recientemente fallecida Kaija Saahariaho, el Wien Modern, en coproducción con el Musikverein, ha presentado la serie Musikverein Perspektiven. En ella, invitan a artistas que no son músicos, pero que sienten una gran pasión por la música en su vida privada. Un poco a la manera de las añoradas Cartas abiertas de la ONE en tiempos de Josep Pons, donde pudimos disfrutar con Hans Werner Henze, George Benjamin o Elliott Carter -por mencionar solo a tres-, son los invitados los que proponen sus compositores favoritos y deciden la programación junto a los intérpretes y a los respectivos directores del Musikverein y del Wien Modern.
El elegido este año ha sido el arquitecto suizo Peter Zumthor. A sus 80 años, con una bien ganada fama con edificios como las Termas de Vals, la Kunsthaus de Bregenz o la Kolumba de Colonia, y con galardones como el Premio Pritzker o el Praemium Imperiale, Zumthor destila sencillez, serenidad e incluso un toque místico. Sus compositores favoritos -Bach, Schubert y el último Beethoven- coexisten en los programas junto a la música contemporánea, ya que como el mismo ha dicho en varios encuentros con el público,«lo nuevo no es sólo un cambio bienvenido a lo existente. Por encima de todo, lo nuevo es también una expresión de nuestro tiempo. Eso es lo que más me interesa: cómo nos sentimos en el aquí y ahora». Esa ha sido la base de los veintiún conciertos programados, de los que aquí reseñaremos someramente cuatro de ellos.
Pierre-Laurent Aimard, el gran pianista francés, nos dio una noche inolvidable el jueves 16 en la gran sala del Musikverein. El compositor moderno elegido fue el nonagenario Gyorgy Kurtag, que no paró de dialogar con Bach y Schubert, los elegidos por Peter Zumthor. La base de la velada fue Játékok (Juegos), la que podemos considerar su obra de toda una vida. Iniciada a principios de los años setenta del pasado siglo, como una serie de breves piezas para los alumnos de piano de la profesora Marianne Teoke, a estas alturas va por su octavo libro y consta casi de 400 piezas. En ellas, además de páginas tipo preludios o corales, Kurtag aprovecha para homenajear o felicitar cumpleaños a amigos y conocidos, músicos y artistas. Recuerdo el impacto que causaron en el Auditorio nacional de Madrid cuando el añorado Zoltan Kocsis nos las presentó en sociedad hace cerca de veinte años.
Cuarteto Casals
Pierre-Laurent Aimard preparó a conciencia uno de esos recitales que le caracterizan. Ni una sola obra grande. Solo pequeñas -pequeñísimas- formas. Se pudieron contar con los dedos de una mano las obras de más de 2 minutos. Ni la más mínima concesión al espectáculo: música y mas música, solo música. Es difícil pensar en otro intérprete actual capaz de tocar 75 obras distintas en un recital y conseguir que no se pierda el interés, que no se oiga ni una tos. Como cuando hace años nos descubrió los Estudios de Ligeti o las 20 Miradas sobre el niño Jesús de Olivier Messiaen. Además, sin necesidad de pasa páginas. El se encargó de todo. En la primera parte, Kurtag dialogó de igual a igual con Bach. Diez páginas del primer libro de El clave bien temperado se imbricaron de tal manera con catorce de Kurtag, que pareció que formaban parte de un mismo todo. El de Lyon puso variedad, intensidad y un pianismo emocionante que como siempre parte de su exquisita articulación, de su claridad meridiana y de su dominio del pedal. Con sus infinitos recursos técnicos, Aimard consigue que Bach suene atractivo -magistral el preludio y fuga en do menor, BWV. 847-, límpido -cristalina la Fuga en re mayor, BWV. 850-, y de una perfecta pulcritud que nos atrae sin remisión -elegante el preludio y fuga en si bemol mayor, BWV. 866-. Su Kurtag, más analítico y detallista, no emociona tanto como hizo en su día el de Kocsis, pero aquello eran palabras mayores. Sin embargo domina el lenguaje, tan cercano -y a veces- tan lejano al de Ligeti, que conjuga la crudeza de Dirge con la exaltación de Jubilate o la emoción de In memoriam Gyorgy Szoltsanyi. El paroxismo y la búsqueda de la verdad -su verdad- llegó al punto de terminar la primera parte intercalando la Glocken-Fanfare para Sándor Veress entre el preludio y la fuga en re menor.
En la segunda parte, Kurtag dialogó con Schubert. Pero no el gran Schubert de las sonatas, los momentos musicales o los impromptus, no. Aimard bajó a piezas de menos calado como sus obras de música de baile. Obras ligeras, alegres, mucho vals y gran número de danzas destinadas principalmente a la temporada de carnaval y a las veladas en casas y palacetes. Sin embargo, con Aimard no hay pieza pequeña y en sus manos parecieron obras -hasta 38 valses, landler, alemanas y escocesas distintas- de gran calado. De nuevo la imbricación con los Juegos de Kurtag, siempre medidas, detallistas, intercaladas por tonalidades y estilos, nos trajo momentos mágicos. Una velada inolvidable.
Un par de días después, en la Sala Brahms, fue el turno del Cuarteto Casals. En su quinta visita al Musikverein, se puede decir que el conjunto español vini, vidi, vinci. En un programa con obras de Dmitri Shostakovich, Sofia Gubaidulina o el valenciano Francisco Coll, el punto de unión con la propuesta de Peter Zumthor venía con el último de los cuartetos de Beethoven, el op. 135, una obra de la que el arquitecto suizo nos comenta: «Percibo una energía increíble y un gran coraje artístico en los últimos cuartetos de cuerda de Beethoven. Irradian brillo». El público del Wien Modern se sumó al habitual del ciclo de cámara del Musikverein, y la Sala Brahms presentaba un lleno casi absoluto. Personalmente en la vez que más público he visto en esta sala.
Irvine Arditti
Con Vera Martínez Mehner de primer violín y Abel Tomàs de segundo, el cuarteto se mostró en una forma estupenda, bastante mejor que la última vez que les pude ver antes de la pandemia. Desplegaron paz y armonía en la breve Reflections on the Theme B-A-C-H de Sofia Gubaidulina, y dieron una versión brillante y emotiva del Cuarteto nº 2 de Shostakovich. Tras el descanso presentaron al público vienés la obra Cantos de Francisco Coll, que ellos mismos estrenaron hace unos años en la Semana de música religiosa de Cuenca, para terminar con una versión del último cuarteto del sordo de Bonn colosal, intensa, donde la emoción venció sin dudas al equilibrio. La respuesta del público, que ha podido oír esta obra cientos de veces, fue tremenda, con vítores y bravos por doquier. Ofrecieron fuera de programa el intenso Allegro non troppo, tercer movimiento del tercer cuarteto de Shostakovich y como el público no paraba de aclamarles, Vera se dirigió al público en alemán para decir: «como venimos de España, tocaremos Falla» y dicho y hecho. La versión para cuarteto de La danza de la molinera de El sombrero de tres picos, uno de sus bises clásicos, puso de nuevo boca abajo la sala Brahms, como hace ahora unos años hicieron en el Conservatorio de Bruselas, y como me consta que hacen en tantos y tantos sitios.
Sin tiempo casi para respirar ni para tomar un tentempié, y sin salir del edificio del Musikverein, bajamos a continuación a la Gläserner Saal, donde el excelente violinista Irvine Arditti, alma mater del cuarteto que lleva su nombre, ofreció un recital en solitario para Peter Zumthor. Con obras áridas y difíciles, que exploran todos y cada uno de los registros del violín, el Sr. Arditti transitó por partituras de Iannis Xenakis - Mikka y Mikka “S”-, de la anglo-berlinesa Rebecca Saunders –Hauch– y de la alemana Sarah Nemtsov –Kadosh– con su maestría habitual, para desembocar en la obra cumbre de la velada: los Sei Capricci/seis caprichos de Salvatore Sciarrino, que el londinense hizo con un dominio apabullante del instrumento y su sonoridad radical habitual. A imagen y semejanza de Pierre-Laurent Aimard un par de días antes, es difícil encontrar mejor interprete para estas obras.
Terminamos con uno de esos conciertos que hacen el Wien Modern tan popular incluso para personas que odian la música contemporánea. El martes 19, en pleno centro de la ciudad, alrededor de la columna de la peste del Graben, una de las esculturas mas conocidas por habitantes y turistas, la compositora austriaca Olga Neuwirth, junto a estudiantes de varios conservatorios de la ciudad, una banda de un regimiento de infantería, el Cuarteto Mottus y el Coro de cámara de Viena -perdón si se me olvida alguien- ofrecieron una especie de flash-mob callejero en el que en poco mas de media hora, pretendían recorrer la historia de la música a través de partituras de Joseph Haydn, Hector Berlioz, Erik Satie, Edgar Varèse, y la propia Olga Neuwirth para desembocar y terminar con Jimi Hendrix y el disyóquey Dieter Kovačič. Aparentemente, con esta performance, Olga Neuwirth pretendió revivir un momento divertido del joven Haydn. En 1753, organizó un concierto callejero, invitando a diferentes músicos a repartirse por varias casas y rincones del Graben tocando cada uno lo que quisieran. «Me parece maravilloso. Sólo se puede hacer algo así cuando eres joven. Hay que sacar adelante ideas anárquicas, provocadoras y desafiantes. Eso es lo que me gusta de Haydn».
La idea obviamente puede ser interesante, pero el resultado fue bastante caótico. La hora programada -16:15- permitía empezar de día y acabar de noche, pero la calle no solo estaba llena de amantes de la música sino de centenares de turistas que sin saber muy bien lo que pasaba, sacaban sus teléfonos móviles para grabar sin parar, molestando a todo el mundo. Desde donde me pude colocar, casi no oí al Coro de Cámara de Viena interpretando breves piezas de Charles Ives. La banda atravesó la calle en un par de ocasiones mezclándose con los distintos conjuntos de cuerda que tocaban a Haydn y a Varèse, y aunque los instrumentos de cuerda estaban amplificados, lo que nos quedó al final fue una especie de batiburrillo donde solo se oía con claridad a los metales – imponente el Tuba mirum del Réquiem de Berlioz, y al piano amplificado -la primera Gymnopédie sonó cada dos por tres-. Al final, caos y anarquía que no dejaba de ser lo que la Sra. Neuwirth pretendía.
Fotos:
Musikverein Perspektiven: Pierre-Laurent Aimard Foto: Raphael Mittendorfer
Musikverein Perspektiven: Cuarteto Casals Foto: Raphael Mittendorfer
Musikverein Perspektiven: Irvine Arditti solo Foto: Raphael Mittendorfer
Musikverein Perspektiven: Gassatim-Konzert Foto: eSeL